EL SECRETO DE LA CRUZ DE THORME (2º
Parte)
Existen extrañas coincidencias en este mundo que nos
rodea. Invisibles cadenas de causalidades se eslabonan entre si, en una
apretada trama que afecta las vidas de aquellos que se ponen en su camino.
-EL VIAJE DE COLÓN (1492)- |
En el año 1492, aproximadamente por las mismas
fechas en que Cristobal Colón arribara al nuevo continente, el maléfico
instrumento de Satanás volvió a cobrar existencia en las mazmorras de la Iglesia de la Cruz, en la que había sido guardada casi 172 años atrás.
Los sacerdotes, temerosos de llamar la atención de
la Inquisición, que únicamente los castigaría por supuestos pecados
cometidos, cerraron a cal y canto las mazmorras, a fin de evitar que la cruz
pudiera continuar con su perversa labor.
Pero todo eso resultó una defensa muy pobre ante un
poder que poco entendían los religiosos.
Una perversa oscuridad comenzó a hacerse presente en
los rincones de la inmensa iglesia, como si se tratara de una peligrosa fiera
al acecho. En los días subsiguientes a la decisión de sus integrantes, las
paredes se vieron invadidas por inmundas excrecencias purulentas, haciéndolas
parecerse a una piel afectada por una corrupta gangrena.
Varios de los clérigos, por lo general los más
débiles en sus convicciones cristianas, se vieron afectados por una dolorosa y
terrible enfermedad, una infección putrescente, que destruía no solo los
cuerpos sino que también lo hacía con sus almas. Mucho más tarde llegaba la
locura y la muerte, luego de una ignominiosa agonía y renegando del dios en el
que habían creído toda su existencia.
-ALEJANDRO VI (RODRIGO DE BORGIA)- |
El Papa Inocencio VIII fue sucedido por Rodrigo de
Borgia al trono de Roma, tomando para sí el nombre de Alejandro VI, dando
inicio a un periodo de decadencia moral y espiritual del papado.
Amparándose en todo eso, un grupo de altos
cardenales de la Santa Sede, deseosos de obtener poder más allá de lo terreno y
temerosos de su corta vida mortal, encontraron los viejos informes que la
Inquisición había redactado en referencia al Papa Oscuro y a la existencia de
la poderosa Cruz Daga.
Ansiosos por obtener un instrumento que aseguraría
sus negros fines, se formó un selecto grupo secreto llamado Orden de la Cruz
Oscura. Como es de suponer, su principal objetivo fue el tratar de descubrir el
ya olvidado paradero del instrumento creado por Tormesolle y apoderarse del
mismo. En muy poco tiempo esta siniestra hermandad comenzó a ganar adeptos
entre aquellos que ambicionaban algo más que las promesas de un supuesto paraíso
celestial.
Mientras tanto, los integrantes de la Iglesia De la Cruz continuaban con
su silenciosa y heroica disputa contra el mal que yacía en sus entrañas. Esta
lucha espiritual se extendería por casi 50 años y el hecho de que durara tanto
se debió a la férrea voluntad del padre Guillermo Eduardo Real.
Olvidados del
Vaticano y del mundo, emprendieron una tarea que superaba con creces a su más
profunda fe. Muchas fueron las ignoradas víctimas de este olvidado
enfrentamiento contra las fuerzas del mal, entre los que estuvo el mismísimo padre
Guillermo.
Con la muerte de este último, la cruz volvió a
cobrar nuevos bríos, por lo que los desesperados sobrevivientes se vieron
obligados a pedir a sus superiores un inmediato traslado del nefasto objeto que
estaban custodiando.
Esa ímproba tarea pasaría a manos de la
recientemente nacida Compañía de Jesús o, como eran mejor conocidos, los
Jesuitas. Esta progresiva congregación, creada en 1540 por San Ignacio de
Loyola (1491-1556), se había encomendado a la misión de evangelizar y dictar
enseñanza en Europa, Oriente y, más tarde, en la conquistada América.
Los Jesuitas soportaron estoicamente la carga que
significaba la posesión de la Cruz de Thorme para sus vidas y, sabiamente,
decidieron ocultarla del conocimiento general. Para ello, la guardaron en un
cofre forjado en oro que había sido bendecido por el mismísimo Papa Gregorio
XII muchos años atrás. Para su mayor protección, dicho cofre poseía tres
cerraduras con una clave especial de apertura, solo conocida por las altas
esferas de la Compañía de Jesús.
Muy pronto descubrieron que sus previsiones no
habían sido en vano, ya que a sus oídos les llegaron algunas menciones sobre la
existencia de la enigmática Orden de la Cruz Oscura, el grupo herético formado
a espaldas del Vaticano, y su enfermizo afán por saber sobre el probable
paradero de la creación de Phillipus de Tormesolle.
A fin de evitar que fuera encontrada, el susodicho
cofre fue pasando de mano en mano por las diferentes congregaciones jesuíticas
que se hallaban desperdigadas por toda España. Quizá debido a la gran fuerza de voluntad y el
espíritu de sacrificio de los Jesuitas, la Cruz Daga poco a poco fue calmándose
y pareció sumirse en una suerte de letargo que duraría hasta principios del
siglo XVII.
Una sola cosa sigue llamándome la atención de todo
esto y es que, a pesar del peligro que representaba esa maldita cruz, nadie
habló o sugirió que se procediera a su inmediata destrucción. Era como si la
misma poseyera un escondido poder que impidiera el siquiera pensar en realizar
un acto tan simple.
En todos esos largos años, la Orden de la Cruz
Oscura buscó al elusivo instrumento por toda Europa. Tal fue su tenacidad que,
finalmente, le llegaron informes de la sacrificada empresa que habían
emprendido los padres jesuitas.
Sin perder tiempo, fueron enviados agentes a España
en busca de pistas que les permitieran descubrir el derrotero y destino de la
mayor fuente del mal que existía en el mundo de los mortales.
Y la verdad no tardó en salir a la luz.
Y la verdad no tardó en salir a la luz.
Invocando falsamente el nombre de la Santa Sede, los
enviados ordenaron a los Jesuitas que la Cruz de Thorme fuera enviada de
inmediato a Roma para un profundo estudio. Los interpelados desconfiaron del
súbito interés por un instrumento casi olvidado por el mundo cristiano y se
negaron con presteza.
Fue así como dio inicio una dura confrontación entre
la Compañía de Jesús y la demoníaca orden, que sería conocida dentro de los
círculos internos como la Guerra Secreta de la Cruz.
Este enfrentamiento, encubierto del común de la
gente por la catastrófica guerra político-religiosa de los 30 años (1618-1648),
llevó a ambos bandos a enfrentarse en una serie de luchas que iban desde las
intrigas palaciegas y la tortura hasta la confrontación directa entre las
partes involucradas.
Fue una época dura y terrible para que la fe fuera
puesta a prueba, pero aun así los Jesuitas no flaquearon en su intento para que
la cruz no les fuera arrebatada. Sabía perfectamente que, si caía en malas
manos, el mundo civilizado podría sumergirse en un caos al cual difícilmente
sobreviviría.
Luego del Tratado de Paz de Westfalia, que puso fin
al cruento conflicto europeo y permitió el ascenso de Francia como potencia,
con la consecuente decadencia del imperio español y la casa de Habsburgo, la
Compañía de Jesús se halló sorpresivamente en inferioridad de condiciones con respecto a la
por entonces creciente y poderosa Orden de la Cruz Oscura.
En esos aciagos días, la cruz pareció ir camino a transformarse
en el ominoso poder para el cual había sido creada. Pero una luz de esperanza pareció surgir en
un ignoto poblado situado a orillas del Río de la Plata, allá en las lejanas
tierras americanas.
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