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miércoles, 10 de abril de 2013

LA LEYENDA DEL CERRO URITORCO

-Versión libre de una leyenda de los Comechingones-


ESCRITO E ILUSTRADO POR DANIEL BARRAGÁN (ALIAS TERRAMAN)
La joven india, de largos cabellos azabache y enormes ojos castaños, se dirigió con cortos y delicados pasos hacia las orillas del río cercano. 

El sol se había escondido no hacia una hora y ya reinaba una profunda oscuridad. Ello le impedía visualizar el camino que estaba tomando. Una tenue niebla, una lúgubre y malsana calígine,  comenzó a aposentarse sobre los silenciosos cerros, que parecían semejar a oscuros gigantes que estuvieran dormidos desde incontables eras.

La muchacha detuvo sus pasos, mientras trataba de percibir algo y se estremeció ante la falta de los característicos sonidos de la noche. Aguzando aun más los oídos, pudo escuchar el rumor del río y rápidamente se dirigió por un sendero que se hallaba situado a su derecha. 

Por fin llegó a la orilla pedregosa, envuelta aun en el inquietante silencio. De pronto, sintió el tenue sonido de ramas rotas.

Alguien se estaba dirigiendo hacia ella.

-Uritorco... - Llamó en voz baja, con el corazón palpitando desbocadamente- ¿Eres tu amado mío? 

Desde las sombras emergió la alta figura de un joven, de tez oscura y largos cabellos. En su rostro se evidenciaba un evidente gesto de preocupación pero, al ver a la bella mujer, esbozó una cálida y nerviosa sonrisa.

La  muchacha, lanzando una exclamación de alivio, se abrazó a él con pasión y dijo con voz trémula:- 

-¡Amado mío, temía no poder encontrarte!

-La noche es terriblemente oscura y peligrosa amada Calalumba, pero mi corazón se ilumina ante tu sola presencia- El tono de voz del llamado Uritorco era suave y tranquilizador. Acarició los largos cabellos de la joven- Pero… ¿Para que deseabas verme de manera tan urgente, amada mía?. El mensaje que me mandaste a través de tu amiga Tapii parecía urgente y temí por tu vida. Por un momento creí que tu padre sabia de nuestro amor.

-¡Y lo sabe!... ¡Lo sabe porque yo me atreví por fin a decírselo!- Gritó Calalumba, con una voz que dejaba traslucir un profundo terror- ¡Tenía que enfrentar su ira, porque nuestro amor es más fuerte que el odio e incluso la mismísima muerte!

-“¡Oh Diosa madre, señora de la tierra que todo lo ves! ¡Protege a estos enamorados de la ira del brujo oscuro!”- Rezó para sus adentros el muchacho. Abrazó con mayor fuerza a su amada, en un intento por alejarla de los terrores de la noche.

Por un tiempo que les pareció infinito, permanecieron uno junto al otro, mientras las estrellas continuaban su eterno derrotero por el cielo. El silencio, si era posible, se hizo aun más profundo. Más expectante.

El apagado gruñido de una inmensa bestia se dejó escuchar.

El cuerpo de Uritorco se tensó. Sacó el cuchillo que llevaba en  su vaina y miró a su alrededor con gesto alerta. Tan solo le respondió la feroz oscuridad. 

-¿Qué pasa amado?- Preguntó una asustada Calalumba, al tiempo que dirigía su atención hacia el espeso bosque.

-Un ruido... como un gruñido contenido. Quizá se trate de un animal salvaje.

Los ojos de Calalumba parecieron desorbitarse, cuando el recuerdo del enfrentamiento con su padre volvió a hacerse presente. 

Llaytay, jefe y brujo de su pueblo, era un hombre feroz y maligno que gobernaba con celo e ira a una de las tribus más importantes de la región. Era alguien muy temido por todas las aldeas vecinas, pues sabían que detentaba un inmenso poder al cual no se atrevían a enfrentar.

Pero Calalumba sabía que no siempre había sido así. 

La bella indígena aun recordaba sus tiempos de niña, cuando su padre era una pacifica persona, abocada al conocimiento de la tierra, la vida y el amor por su familia. Pero, debido a la repentina muerte de su madre al intentar dar a luz, hizo que ese amable espíritu se viera totalmente devastado. 

Renegando de los dioses benignos a los que había adorado hasta ese entonces, Llaytay había tropezado con malignas entidades que nunca debían haber sido despertadas. Con los años la maldad del brujo fue creciendo, transformándolo en una criatura de ojos profundos y crueles designios. 

Calalumba vivió largos días de infelicidad, junto a lo que todavía creía que era su padre, hasta que llegó a su vida un joven cazador de una aldea vecina llamado Uritorco. 

Él había traído una luz de esperanza a su tormentosa existencia. Sus gentiles modos, su valor y la franqueza de su mirada cautivaron su desolado corazón. Desafiando el temor, los jóvenes afianzaron su secreto amor, el cual fue creciendo a lo largo de los días que iban transcurriendo. 

Pero era peligroso guardar secretos, pues de nada podía servir el amor ante la oscuridad que se había aposentado sobre el valle, por lo que esa noche por fin la verdad se había dado a conocer.

Embargada por la emoción y la inocencia propia de su juventud, Calalumba se atrevió a contar sus deseos y sus pesares al brujo, que antes había sido su padre, sin darse cuenta del maligno brillo que anidaba en los ojos del mismo.

-¡Calla maldita!- Gritó con una voz terrible- ¡No dejaré que tu corazón pertenezca a ese mortal.¡Ya has sido consagrada a potestades aun mayores que un simple ser humano!

-¡Padre mío, no quiero esa existencia que me ofreces!- Sollozó la joven- Si no puedo amar a Uritorco mi vida no tiene sentido. ¡Nunca me someteré a tus espantosos designios!

El brujo oscuro la miró con furia asesina, al tiempo que se abalanzaba sobre ella. Una de sus manos sarmentosas, cual si fuera una horrible araña, la tomó con fuerza de un brazo.

-¡No me dirás como llevar tu vida, desgraciada criatura!... ¡No eres nada!... ¡Solo una tonta niña!- Gritó, mientras intentaba arrastrarla hacia si- ¡Tu pequeña e insignificante existencia no es nada ante la sombra que se oculta detrás de las sombras!

Sin saber como, Calalumba empujó con gran fuerza a Llaytay. Este retrocedió sorprendido, perdiendo por un momento la maldad que parecía imperar en sus ojos. 

Durante unos instantes, Calalumba pareció entrever al padre bondadoso que había amado en su niñez. Pero ese fugaz momento pasó y Llaytay avanzó nuevamente, con sus manos tendidas a la manera de garras. 

La muchacha retrocedió con rapidez, alejándose de un odio que no podía llegar a comprender y que amenazaba con envolverla y, tal vez, destruirla.

-¡No te irás de aquí maldita desgraciada!... ¡Si es  la muerte lo que deseas, la tendrás! ¡Hay fuerzas más poderosas que el amor! ¡Poderes más grandes que los de los Dioses Padres esperan el momento de su retorno!

Calalumba dio media vuelta y salió corriendo hacia la espesura del bosque. Tan solo una de sus mejores amigas, e intima confidente de su secreto de amor, se atrevió a salirle al encuentro. Con voz temblorosa le dijo:-

-¡Ve en busca de mi amado Uritorco! ¡Dile que me busque en el lugar donde juramentamos nuestro amor!- Sin decir palabra alguna, Tapii se dirigió hacia el sendero que la conduciría a la aldea vecina en donde vivía Uritorco.

Sin perder un instante Calalumba echó a correr nuevamente. Detrás de ella le llegaron los gritos de quien había sido alguna vez su padre.

-¡Morirás maldita!... ¡Te perseguiré con todo mi odio y todo mi poder! ¡Te maldigo a ti y a tu amado Uritorco! ¡Invocaré  un poder que forma parte de mí! ¡Invocare al...

-¡Uturunco!- Gritó aterrada, mientras soltaba a Uritorco y miraba hacia la espesura- Mi padre convocó al Uturunco para que nos atrape. ¡Nunca lo creí capaz!

El joven cazador apretó con fuerza su cuchillo, mientras que con su brazo izquierdo rodeaba el talle de la muchacha.

-Vamos…- Dijo lacónico- te llevaré con mis padres para que te cuiden- La miró sonriendo con tristeza- Ya verás que todo se solucionará.

Un nuevo crujido se dejó escuchar aun más cerca. Los corazones de la pareja de amantes se paralizaron al unísono.

Ya era muy tarde para poder huir.

Una enorme sombra, aun más oscura que la misma noche, salió de la espesura y avanzó hacia ellos. Al ver a sus paralizadas víctimas, la malévola criatura rugió ferozmente. Sus ojos brillaron con una malsana fosforescencia, la cual revelaba un rostro inhumanamente bestial. 

Con un paso que evidenciaba su enorme tamaño, avanzó con lentitud. Los setos a su alrededor parecieron marchitarse, como si su sola presencia pudiera destruir cualquier posibilidad de existencia.

Atrapados entre la fiera y el caudaloso río, los jóvenes amantes no se movieron del lugar, enfrentándose con entereza el fatal destino al cual estaban enfrentándose. 

El Uturunco se alzó sobre sus poderosas patas traseras y, al tiempo que rugía, abrió las afiladas garras en busca de su presa. Un aliento fétido fustigó los rostros de los amantes.

-Te amo- Murmuró con pasión Uritorco, al tiempo que miraba desafiante al espantoso demonio que ya caía sobre ellos.

-Te amo- Respondió Calalumba, mientras se abrazaba con mayor fuerza. Sus ojos ni siquiera pestañearon ante la muerte que avanzaba inexorable hacia ellos.

Cuando la monstruosa bestia estaba a punto de dar el golpe fatal, una potente luz color dorado rojizo cayó desde los cielos. El sorprendido Uturunco aulló de dolor ante la cegadora luminosidad. Su negra piel pareció ampollarse en un siseo estremecedor. La carne y los huesos crepitaron con ferocidad.

Y finalmente desapareció, como si jamás hubiera existido.

Sin poder creer lo sucedido pocos instantes atrás, los jóvenes amantes miraron en torno suyo. Con reverente admiración observaron la hermosa luminosidad que los rodeaba. Se sintieron embargados por un profundo e inexplicable sentimiento de felicidad. Aunque no comprendían el extraño suceso, sabían que se hallaban totalmente a salvo.

Una voz, que parecía venir de todas partes, se hizo escuchar y sus corazones se llenaron de una dicha como jamás habían llegado a conocer.
-Tal amor no puede morir en la oscuridad y el olvido. Vuestra leyenda debe perdurar más allá de la vida mortal. Más allá del odio. Vuestro amor será el camino hacia el futuro de la humanidad. Porque el mal no debe triunfar. Pues si así sucede la oscuridad será y con ella llegará el fin de los tiempos.

-¿Quién eres?- Preguntó con calma Uritorco, sin soltar a Calalumba- ¿Cuál es el destino que nos espera?

La luminosidad pareció hacerse aun más presente. Con un estremecimiento, las sombras que poco antes imperaran retrocedieron hacia las profundidades del bosque.

-Yo soy la esencia de la madre tierra. El espíritu de la vida. Vuestro amor no será el olvido. Seguidme hijos de la tierra.

El río comenzó a agitarse, formándose un poderoso remolino que abrió las aguas, en una suerte de caverna líquida. Dentro de la misma, Uritorco y Calalumba pudieron vislumbrar la maravillosa ciudad dorada en donde vivían los dioses de sus antepasados. 

Tomados de la mano avanzaron hacia las aguas, por el camino que les había sido señalado por la voz. La luminosidad que envolvía el bosque desapareció súbitamente y con ella los dos  jóvenes amantes.

Las leyendas de los Comechingones simplemente cuentan que, atrapados por el Uturunco, el valiente Uritorco y la dulce Calalumba se transformaron en cerro y río.  “Un río de lagrimas eternas que brotan del lecho de piedra de la montaña”.

Por supuesto son solo leyendas que se cuentan.

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