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domingo, 10 de febrero de 2013

HISTORIAS DEL BUENOS AIRES SECRETO (VII)


EL SECRETO DE LA CRUZ DE THORME (Última entrega)

Luego de esa infausta noche de tormenta del 12 de julio de 1767, la Cruz Daga desapareció de la existencia de la humanidad, para terminar transformándose en uno de los objetos mágicos más buscados por las organizaciones secretas de todo el mundo.

Una de ellas fue la Iglesia Crepuscular del Gran Advenimiento, una de las muchas escisiones que hubo entre los integrantes de la actualmente desaparecida Orden de la Cruz Oscura, la cual tuvo su mayor auge entre los siglos XIX y principios del XX y cuyos preceptos giraban en torno a varios iconos cabalísticos de importancia como Los Textos de L´tor, el Daemonum Sceptrum, los Manuscritos Impheros y la mismísima Cruz de Thorme, a la que consideraban como el instrumento clave para descifrar los verdaderos nombres de los siete dioses primordiales.

Cuentan algunas historias, que la Iglesia Crepuscular, cuya sede principal estaba constituida en algún lugar secreto del barrio de Belgrano, finalmente pudo encontrar la cruz perdida en 1939, abocándose de inmediato a la realización de extraños ritos de sangre que lograría despertar nuevamente al inmenso poder que se albergaba en su interior.
-Barrio de Belgrano a finales de los años 30-
En ese mismo año pueden encontrarse numerosas referencias, en diarios y viejos informes policiales, sobre casos en los que estaban involucrados la desaparición de niños de entre 6 y 10 años en la zona norte de la Capital Federal. Si bien la policía realizó exhaustivas investigaciones, las mismas sirvieron de muy poco, ya que no se halló ninguna pista que permitiera esclarecer todo este misterio. Para paliar una situación que parecía estar escapándosele de las manos, se inventaron presuntos culpables entre algunos de los más notorios criminales.

Pero los niños seguían desapareciendo y jamás volvían a ser vistos.

Tan solo ciertos escritos sueltos, encontrados entre los papeles del desaparecido Enrique Pintos Trejo nos hablan sobre ciertos ritos satánicos en los cuales estaba involucrado el uso de sangre de víctimas inocentes, aun no manchados por los pecados de la carne. Según lo descrito por este autor, esos inhumanos sacrificios eran llevados a cabo por una congregación secreta, cuya adoración giraba en torno de un antiguo objeto profano, conocido como La Cruz de Diablo.

-Égida de la Iglesia Crepuscular
del Gran Advenimiento-
Si bien se pensó en su momento que estos manuscritos eran tan solo nuevas ideas para una futura novela, resultan llamativas las coincidencias existentes entre estos y la historia de la Cruz Daga de Thorme

Lamentablemente, los hechos que se tejieron en derredor de esta suerte de leyenda urbana son nada más que especulaciones y no existen pruebas concretas que avalen esa posible verdad. Lo único real de todo esto eran las continuas e inquietantes desapariciones de los infantes a manos de desconocidas fuerzas que se movían más allá de la ley del hombre.

No se sabe con exactitud que fue lo que sucedió con los integrantes de la secta y su funesto cometido pero, en cierta noche de agosto de 1934, una tremenda explosión conmocionó a todo el barrio de Belgrano. Alertadas por los asustados vecinos, rápidamente se hicieron presentes las autoridades policiales en el sitio donde se había producido la supuesta catástrofe. Una vez allí, comprobaron que se había producido el derrumbe total de una vieja casona colonial abandonada, erigida en un amplio solar que se hallaba ubicado en un lugar actualmente indeterminado de la calle Melian.

La cosa no pasó de una muy poco cuidada investigación que condujo a un callejón sin salida, ya que jamás se hicieron presentes los propietarios del predio para dar las explicaciones pertinentes. Lo que nadie se dio cuenta es que, luego de ocurrida ese siniestro, fue que nunca más volvieron a registrarse las misteriosas desapariciones de niños en la zona.
-Francisca Gutierrez-

Hace aproximadamente 10 años, un reconocido investigador de lo oculto llamado Jorge Ibáñez Tiezza, director periodístico de la revista especializada en sucesos paranormales "Okulto" publicada en España, se dedicó a investigar de manera exhaustiva los hechos que rodearon a todo ese extraño evento, pero le resultó imposible encontrar el lugar exacto en donde se había erigido la antigua mansión. Incluso, le resulto bastante complicado encontrar testigos entre las personas más viejas del barrio. Tan solo doña Francisca Gutiérrez, le pudo narrar la verdadera historia de lo que había sucedido en esas lejanas noches de fines de la década del 30.

“Es difícil que alguien te cuente sobre lo que pasó- Le diría la amable anciana de más de 80 años, en un reportaje realizado para la revista “Okulto”- Fueron tiempos muy feos para los chicos como nosotros. Por ese entonces yo tenía 10 años y todavía lo recuerdo a la perfección.

Yo los veía en la noche, deslizándose como insidiosas sombras entre esa terrible casa y los muchos árboles que había en el barrio, como si estuvieran embarcados en alguna perversa cacería. Varias veces sentí sus frías manos apoyarse en los cristales de las ventanas de la casa en que vivía por entonces. Mis padres permanecían ignorantes ante todo eso, como si estuvieran hipnotizados o embrujados. Yo, por supuesto, tenía mucho miedo que algún día vinieran por mí… porque estaba segura de eran ellos los que se llevaban a los chicos.”

Según lo contado por la buena mujer, corroborado posteriormente por el periodista-investigador, la Iglesia Crepuscular del Gran Advenimiento había sido una poderosa orden místico-religiosa que había reclutado entre sus filas a lo más granado de la sociedad argentina de esa época, entre los que se contaban políticos, empresarios, autoridades religiosas y militares. Se cuenta incluso que llegó a competir de igual a igual con la famosa Logia Masónica, aunque sus fines eran mucho más peligrosos y siniestros.

“Nadie puede poseer un poder tan grande sin que se paguen terribles consecuencias- serían las conclusiones finales de doña Francisca, imbuida de esa sabiduría que otorgan los años, cuando Ibáñez Tiezza le preguntara sobre la súbita desaparición de tan poderosa congregación- Esas personas, a pesar de sus vastos conocimientos sobre ciertas artes que más valdría que fueran olvidadas, no estaban preparadas para despertar ese poder que tanto buscaban… las consecuencias de sus actos fueron pagadas con creces.”

-Página correspondiente a
Los Manuscritos Impheros-
El famoso profesor de antropología cultural José Gizelli, un especialista en antiguas mitologías y supersticiones populares, cita en sus libros que, de las cenizas de la destrucción de la sede que la orden poseía en el barrio de Belgrano, la Cruz Daga reestructuró la carne de sus fieles servidores para transformarlas en nuevas entidades diabólicas, las cuales serían conocidas con el nombre de Los Catecúmenos.

Los pocos sobrevivientes, víctimas de una extraña enfermedad de la carne y de una perversa locura muy difícil de ser definida, se escondieron de la vista del ciudadano común en la intrincada trama arquitectónica conocida como El Laberinto, en los casi desconocidos acueductos de la zona norte y, según algunos informes no muy confirmados, en un remoto e inaccesible pueblo de nuestra Patagonia.

Fue así como la mítica Iglesia Crepuscular del Gran Advenimiento y sus integrantes se desvanecieron en el olvido de las futuras generaciones, hasta verse transformados en otro nuevo mito urbano.

Pero, aunque las pruebas de su existencia sean bastante pobres, muchos investigadores no ha perdido la esperanza de encontrar el solar en donde se erigía la nefasta mansión de la calle Melian, pues están seguros que su descubrimiento les permitirá saber algo más sobre una verdad que ha permanecido oculta por tantos siglos.
-¿Que secretos se ocultan en algunas de las
mansiones de la calle Melian?
-
Es posible que, con el tiempo, alguien pueda llegar a descubrir el destino final de la Cruz Daga de Thorme, pues probablemente aun reposa en algún escondite olvidado. Quizá su nefasto poder aun siga obrando, extendiendo su perversa influencia sobre nuestra querida ciudad de Buenos Aires, como una suerte de cáncer maligno e irrefrenable.

Y muchas veces, observando los hechos que acontece en nuestra realidad cotidiana, se pregunta si no será así.

sábado, 2 de febrero de 2013

HISTORIAS DEL BUENOS AIRES SECRETO (VI)

EL SECRETO DE LA CRUZ DE THORME (3º PARTE)
-Octavilla del Tratado de Paz de Westfalia-

Con la firma de Tratado de Paz de Westfalia, la Guerra Secreta de la Cruz había llegado a su punto cúlmine y no se hallaba precisamente a favor de los sacrificados jesuitas.

A espaldas de la iglesia, la Orden de la Cruz Oscura fue cobrando poder entre las casas reales europeas, llegando incluso a dominar reyes y nobles. Su inmunda telaraña de seductora corrupción, tejida a lo largo de sus más de 200 años de existencia, tenía atrapados a las personalidades de mayor influencia sobre los destinos de las más poderosas naciones de esos tiempos. 

Ante todo eso, nada podía hacer una sencilla congregación religiosa, bastante temida por muchos debido a sus revolucionarios ideales, ante la creciente y maligna marea que amenazaba con devorar al mundo civilizado.

Cuando hubo finalizado la Guerra de los 30 Años, los preocupados Jesuitas se dieron cuenta que las tornas no le estaban siendo favorables y temieron por la suerte de la cruz, si esta caía en las manos indebidas.

Fue el Padre General Santiago Murcia quien sugirió la idea de trasladar la cruz a las Américas, lejos de los codiciosos acólitos del Papa Oscuro. En 1711, amparado en un hermético secreto, la misma fue sacada de su escondite para ser embarcada en la nao Sangre de Cristo.
-Ciudad de Buenos Aires (siglo XV)-
Los encargados de custodiar la cruz fueron nada menos que los insignes Jesuitas Carlos Godoy y Cayetano Cattaneo, cuya fuerza espiritual logró mantener dormido su oscuro poder durante el largo viaje. La vieja embarcación, tras hacer una corta escala en la Islas Canarias para reabastecerse, finalmente se dirigió en intrinca travesía hacia su destino final: Santa María del Buen Ayre.
-Iglesia San Ignacio de Loyola-

Llegada a la por entonces naciente ciudad, la cruz fue depositada en una cripta de la Iglesia de San Ignacio, ubicada en las actuales calles Alsina y Bolivar, la cual había sido construida ex profeso por los Padres Juan Kraus y Pedro Weger y los hermanos Andrés Bianchi y Juan Bautista Prímoli en el año 1710. En ese lugar sagrado, la malignidad que de ella emanaba pareció sumirse en un pacífico reposo, como nunca antes había tenido.

Pero el mal obra de muchas maneras diferentes y la debilidad del espíritu del hombre es su mejor aliado.

Los corruptos integrantes de la orden secreta se sintieron profundamente contrariados al enterarse que la cruz ya no se hallaba en suelo español e iniciaron, a modo de represalia, una dura presión sobre sus rivales. Finalmente, tras una larga búsqueda, obtuvieron noticias de que el instrumento creado por Tormesolle se hallaba en tierras americanas y, por lo tanto, tomaron los recaudos necesarios para lograr obtener el codiciado objeto.
-Conde de Aranda-

A instancias de Pedro Pablo Abarca de BoleaConde de Aranda, uno de los integrantes más importantes de la orden en España, el rey Carlos III promulgó una pragmática real en donde se ordenaba la expulsión de la comunidad jesuítica de las tierras que se hallaban bajo el poder de la corona hispana.

Su texto, oscuro y poco creíble, que decía: “Gravísimas causas relativas a la obligación en que me hallo constituido de mantener en subordinación, tranquilidad y justicia a mis pueblos y otras urgentes, justas y necesarias que reservo a mi real ánimo” nos demuestran a que límites llegaban aquellos que adoraban al mal y las injusticias que fueron cometidas en nombre de la “supuesta” tranquilidad y subordinación.

Aun en la actualidad poco se sabe sobre los auténticos motivos de la expulsión de la Compañía de Jesús de las colonias hispanas. Una decisión injusta y cruel que produjo un daño irreversible en el desarrollo cultural de América, sobre todo en lo que respecta a la integración indígena de forma pacífica y controlada.

Las órdenes reales llegaron a manos del gobernador Don Francisco de Paula Bucarelli en mayo de 1767. Este funcionario, que detestaba profundamente a los Jesuitas, cumplió las mismas con la mayor presteza posible y, en una lluviosa madrugada del 2 de Julio, cerró los colegios de San Ignacio y Belén, detuvo a los religiosos (como si estos fueran peligrosos delincuentes) y se hizo de los tesoros, entre ellos el mentado cofre de oro, los cuales pasaron a manos de una Junta de Temporalidades.
-Expulsión de los Jesuitas-
Luego de casi 150 años de iniciado el increíble conflicto, la Guerra Secreta de la Cruz había finalizado y no precisamente para beneficio de la humanidad.

Tras la expulsión, Bucarelli dispuso que el cofre y el resto de los tesoros fueran trasladados a un depósito cercano al polvorín, ubicado al sur de la actual Plaza de Mayo, en espera de nuevas órdenes provenientes de España.

Pero la Cruz Daga tenía sus propios pareceres y designios, ya que al encontrarse libre de la influencia de los Jesuitas comenzó a crecer en poder. La sombra volvió a hacerse presente y extraños acontecimientos comenzaron a sucederse en la ciudad. La muerte inexplicable del ganado, misteriosas desapariciones de aquellos que se  atrevían a vagar por la noche y el estigma de una presencia acechante, ensombrecieron la suerte de la por entonces pequeña población.

Todo ello desembocaría en la terrible noche del 12 de Julio de 1767, cuando se abatió sobre la ciudad una furiosa tormenta. El imponente tronar reverberó, como si fuera el rugir de un enfurecido gigante, y espadas color carmesí iluminaron los cielos. Los aterrados vecinos rápidamente huyeron hacia sus casas en busca de refugio, creyendo que la ira de Dios estaba contra ellos.

El cruel chubasco no duraría más allá de unos pocos minutos pero, en sus últimos estertores, un tremendo rayo se abatió sobre el depósito en donde se hallaba guardada la cruz, ocasionando una explosión de gran magnitud.
Cinco muertos y la destrucción total del depósito fue el saldo luctuoso de esa noche tan particular. Del cofre y su nefasto contenido no se encontró el menor rastro, como si nunca hubiera existido sobre la faz de la tierra.

Por casi 172 años no se volvió a saber nada sobre el paradero de la Cruz Daga de Thorme.

CONTINÚA...

domingo, 13 de enero de 2013

HISTORIAS DEL BUENOS AIRES SECRETO (V)


EL SECRETO DE LA CRUZ DE THORME (2º 
Parte)

Existen extrañas coincidencias en este mundo que nos rodea. Invisibles cadenas de causalidades se eslabonan entre si, en una apretada trama que afecta las vidas de aquellos que se ponen en su camino.

-EL VIAJE DE COLÓN (1492)-
La relación que se había forjado entre el mal llamado descubrimiento de América y la Cruz Daga de Thorme fue justamente una de ellas.

En el año 1492, aproximadamente por las mismas fechas en que Cristobal Colón arribara al nuevo continente, el maléfico instrumento de Satanás volvió a cobrar existencia en las mazmorras de la Iglesia de la Cruz, en la que había sido guardada casi 172 años atrás.

Los sacerdotes, temerosos de llamar la atención de la Inquisición, que únicamente los castigaría por supuestos pecados cometidos, cerraron a cal y canto las mazmorras, a fin de evitar que la cruz pudiera continuar con su perversa labor.

Pero todo eso resultó una defensa muy pobre ante un poder que poco entendían los religiosos.
Una perversa oscuridad comenzó a hacerse presente en los rincones de la inmensa iglesia, como si se tratara de una peligrosa fiera al acecho. En los días subsiguientes a la decisión de sus integrantes, las paredes se vieron invadidas por inmundas excrecencias purulentas, haciéndolas parecerse a una piel afectada por una corrupta gangrena.

Varios de los clérigos, por lo general los más débiles en sus convicciones cristianas, se vieron afectados por una dolorosa y terrible enfermedad, una infección putrescente, que destruía no solo los cuerpos sino que también lo hacía con sus almas. Mucho más tarde llegaba la locura y la muerte, luego de una ignominiosa agonía y renegando del dios en el que habían creído toda su existencia.

-ALEJANDRO VI (RODRIGO DE BORGIA)-
En ese mismo año también ocurriría otro evento que se hallaría íntimamente relacionado con las malas nuevas de Valladolid y que marcaría el destino final de la cruz.

El Papa Inocencio VIII fue sucedido por Rodrigo de Borgia al trono de Roma, tomando para sí el nombre de Alejandro VI, dando inicio a un periodo de decadencia moral y espiritual del papado.

Amparándose en todo eso, un grupo de altos cardenales de la Santa Sede, deseosos de obtener poder más allá de lo terreno y temerosos de su corta vida mortal, encontraron los viejos informes que la Inquisición había redactado en referencia al Papa Oscuro y a la existencia de la poderosa Cruz Daga.

Ansiosos por obtener un instrumento que aseguraría sus negros fines, se formó un selecto grupo secreto llamado Orden de la Cruz Oscura. Como es de suponer, su principal objetivo fue el tratar de descubrir el ya olvidado paradero del instrumento creado por Tormesolle y apoderarse del mismo. En muy poco tiempo esta siniestra hermandad comenzó a ganar adeptos entre aquellos que ambicionaban algo más que las promesas de un supuesto paraíso celestial.

Mientras tanto, los integrantes de la Iglesia De la Cruz continuaban con su silenciosa y heroica disputa contra el mal que yacía en sus entrañas. Esta lucha espiritual se extendería por casi 50 años y el hecho de que durara tanto se debió a la férrea voluntad del padre Guillermo Eduardo Real.
Olvidados del Vaticano y del mundo, emprendieron una tarea que superaba con creces a su más profunda fe. Muchas fueron las ignoradas víctimas de este olvidado enfrentamiento contra las fuerzas del mal, entre los que estuvo el mismísimo padre Guillermo.

Con la muerte de este último, la cruz volvió a cobrar nuevos bríos, por lo que los desesperados sobrevivientes se vieron obligados a pedir a sus superiores un inmediato traslado del nefasto objeto que estaban custodiando.
-SAN IGNACIO DE LOYOLA-

Esa ímproba tarea pasaría a manos de la recientemente nacida Compañía de Jesús o, como eran mejor conocidos, los Jesuitas. Esta progresiva congregación, creada en 1540 por San Ignacio de Loyola (1491-1556), se había encomendado a la misión de evangelizar y dictar enseñanza en Europa, Oriente y, más tarde, en la conquistada América.

Los Jesuitas soportaron estoicamente la carga que significaba la posesión de la Cruz de Thorme para sus vidas y, sabiamente, decidieron ocultarla del conocimiento general. Para ello, la guardaron en un cofre forjado en oro que había sido bendecido por el mismísimo Papa Gregorio XII muchos años atrás. Para su mayor protección, dicho cofre poseía tres cerraduras con una clave especial de apertura, solo conocida por las altas esferas de la Compañía de Jesús.

Muy pronto descubrieron que sus previsiones no habían sido en vano, ya que a sus oídos les llegaron algunas menciones sobre la existencia de la enigmática Orden de la Cruz Oscura, el grupo herético formado a espaldas del Vaticano, y su enfermizo afán por saber sobre el probable paradero de la creación de Phillipus de Tormesolle.
-Uno de las primeras versiones del sello de la
Compañía de Jesus-

A fin de evitar que fuera encontrada, el susodicho cofre fue pasando de mano en mano por las diferentes congregaciones jesuíticas que se hallaban desperdigadas por toda España. Quizá debido a la gran fuerza de voluntad y el espíritu de sacrificio de los Jesuitas, la Cruz Daga poco a poco fue calmándose y pareció sumirse en una suerte de letargo que duraría hasta principios del siglo XVII.

Una sola cosa sigue llamándome la atención de todo esto y es que, a pesar del peligro que representaba esa maldita cruz, nadie habló o sugirió que se procediera a su inmediata destrucción. Era como si la misma poseyera un escondido poder que impidiera el siquiera pensar en realizar un acto tan simple.

En todos esos largos años, la Orden de la Cruz Oscura buscó al elusivo instrumento por toda Europa. Tal fue su tenacidad que, finalmente, le llegaron informes de la sacrificada empresa que habían emprendido los padres jesuitas.

Sin perder tiempo, fueron enviados agentes a España en busca de pistas que les permitieran descubrir el derrotero y destino de la mayor fuente del mal que existía en el mundo de los mortales.

Y la verdad no tardó en salir a la luz.

Invocando falsamente el nombre de la Santa Sede, los enviados ordenaron a los Jesuitas que la Cruz de Thorme fuera enviada de inmediato a Roma para un profundo estudio. Los interpelados desconfiaron del súbito interés por un instrumento casi olvidado por el mundo cristiano y se negaron con presteza.

Fue así como dio inicio una dura confrontación entre la Compañía de Jesús y la demoníaca orden, que sería conocida dentro de los círculos internos como la Guerra Secreta de la Cruz.

Este enfrentamiento, encubierto del común de la gente por la catastrófica guerra político-religiosa de los 30 años (1618-1648), llevó a ambos bandos a enfrentarse en una serie de luchas que iban desde las intrigas palaciegas y la tortura hasta la confrontación directa entre las partes involucradas.
-GUERRA DE LOS 30 AÑOS-
Fue una época dura y terrible para que la fe fuera puesta a prueba, pero aun así los Jesuitas no flaquearon en su intento para que la cruz no les fuera arrebatada. Sabía perfectamente que, si caía en malas manos, el mundo civilizado podría sumergirse en un caos al cual difícilmente sobreviviría.

Luego del Tratado de Paz de Westfalia, que puso fin al cruento conflicto europeo y permitió el ascenso de Francia como potencia, con la consecuente decadencia del imperio español y la casa de Habsburgo, la Compañía de Jesús se halló sorpresivamente en inferioridad de condiciones con respecto a la por entonces creciente y poderosa Orden de la Cruz Oscura.
En esos aciagos días, la cruz pareció ir camino a transformarse en el ominoso poder para el cual había sido creada. Pero una luz de esperanza pareció surgir en un ignoto poblado situado a orillas del Río de la Plata, allá en las lejanas tierras americanas.

Su nombre: Santa María de los Buenos Ayres.


miércoles, 2 de enero de 2013

HISTORIAS DEL BUENOS AIRES SECRETO (IV)

EL SECRETO DE LA CRUZ DE THORME (I)
Por Daniel Barragán (Alias Terraman)
Parte de este texto fue publicado originalmente en la revista "Floresta y su Mundo"
La Cruz de Thorme, según un dibujo aparecido entre los papeles del
poeta y literato Enrique Pintos Trejo

Nuestra entrañable ciudad de Buenos Aires esconde secretos que se hallan amparados tras medias verdades y oscuras supersticiones populares. 

Detrás de cada pared descascarada y cada antigua fachada son gestadas historias que han sido casi olvidadas por el común de la gente.

Una de las mas extrañas e inquietantes es sin duda alguna la de la Cruz de Thorme, mejor conocida como la Cruz Daga del Diablo, cuya existencia se halla íntimamente ligada con los destinos de nuestra ciudad.

Pero todo relato, conocido o no, tiene un origen… o eso queremos creer.

Para hablar de la Cruz Daga deberemos adentrarnos en las arenas del tiempo hacia la Europa del siglo XII, un oscuro continente plagado de maldad, ignorancia y supersticiones. En todo ese caos, la todopoderosa iglesia cristiana regía las existencias de países, nobles y simples plebeyos con mano de hierro.

Bajo esa égida de indiscutible poder, casi divino, viviría su existencia Phillipus de Tormesolle, un noble de bajo rango que había tomado los hábitos y cuyo nefasto hado lo llevaría a regir los destinos del cristianismo con el nombre de Augusto I.
Phillipus de Tormesolle
(Grabado en bronce de finales del siglo XII)

Actualmente, el nombre de este obispo de Roma ni siquiera figura en los registros eclesiásticos del vaticano, por lo que su paso por este mundo ha sido totalmente olvidado. 

Pero las habladurías y cuentos perviven por encima de las censuras impuestas por las autoridades oficiales de cualquier tipo, para terminar transformándose en leyendas que van pasando de boca en boca a través de las sucesivas generaciones. Dichas historias, si uno sabe comprenderlas, explican los motivos por los cuales las pruebas sobre la existencia de este Papa hallan sido totalmente borradas.

Según se cuenta, el reinado de Augusto se caracterizó por su extrema crueldad, el desprecio por la vida de la gente común y por las torturas y extraños ritos que eran llevado a cabo, los cuales parecían estar más emparentados con los quehaceres del Diablo que con los pareceres del Señor de los cielos.

Se decía que, amparado en el anonimato y el poder que tenía en sus manos, él y sus allegados había realizado un pacto infernal, sirviendo con fidelidad a algunas potestades que eran mucho más antiguas que las propias creencias humanas. Tras su manto de pureza y servicio a Dios, este auténtico Papa Oscuro escondía en su interior un corazón brutal y libidinoso, deseoso de las debilidades de la carne.

Los maléficos planes de Augusto y sus seguidores serían efímeros ya que, al cumplirse apenas un año de su papado, sería destituido precipitadamente por aquellos que habían visto con horror las blasfemias cometidas en la casa de Dios.
De manera inmediata, el Papa Inocencio III tomó posesión del trono de Roma e introdujo en 1199 un sistema de lucha contra la herejía, conocido como la Inquisición, cuya influencia se extendió entre los principales países del continente europeo durante aproximadamente cinco siglos.

Pero el mal se hallaba lejos de ser derrotado, pues Tormesolle y sus acólitos habían abandonado de manera precipitada la península itálica, antes de poder ser atrapados y juzgados por los cargos de herejía. Su huida los llevaría a tierras españolas, en donde finalmente encontrarían asilo en el castillo del Conde Federico Alejandro de Almirón y Chazarreta, que se hallaba situado cerca de las estribaciones de Los Pirineos.

Durante dos décadas de paz aparente, Phillipus se encargó de iniciar al señor del castillo y a varios nobles en el manejo de las artes negras, entre las que se contaban terribles vejámenes a niños inocentes, relaciones incestuosas, canibalismo y sacrificios humanos a ciertos olvidados dioses a los que adoraban.

Para este último fin fue forjada en las herrerías del castillo una cruz, de unos sesenta centímetros de largo y cuyo extremo inferior era tan afilado como la hoja de una espada. La misma era sumamente liviana y de fácil manejo ya que, según se dice, estaba construida en un metal totalmente desconocido que había sido extraído de un meteorito caído a pocos kilómetros de Stuttgart, en estado federado alemán de Baden-Wurtemberg.

A lo largo de su borde se hallaban tallados, en los inmundos caracteres del alfabeto Ghunti, los nombres secretos de los siete dioses primordiales que habían existido cuando el universo aun era joven: Yagh-Mhalyoght, el centro del caos primigenio; el entrópico S´tor; I´dhael, quien acecha en los abismos; Seth-Ballath, que husmea en los rincones del tiempo; Ibtha, señor del olvido y la decadencia; E´rech, que es gusano y carroña, y el gran Targost, amo inmortal de la ciudad escondida de Irkthara.

Ese instrumento del mal sería conocido con el nombre de Cruz Daga del Diablo o Cruz de Tormesolle y, según narran las tradiciones orales, con ella fueron realizados más de mil sacrificios humanos en las catacumbas del castillo.
Imagen de la Cruz Daga aparecida en una de las páginas del libro "Ritos de
la Carne" de Theophilus Eramus Kane (Siglo XIV)
Con rapidez casi sobrenatural, las zonas circundantes al castillo se sumieron en el espanto, cuando los pobladores se dieron cuenta de que sus vidas corrían serio peligro y que nada podían hacer para detener toda esa maldad, ya que el perverso conde tenía bajo su mando a un nutrido y muy bien pagado grupo de soldados fuertemente armados, los cuales cumplían con total fidelidad sus órdenes.

Las nefastas noticias de esos terribles actos no tardaron en llegar a oídos del rey Alfonso VIII, el cual solicitó al Santo Oficio (nombre con el que era conocida la Inquisición en España) el investigar tales hechos. El aterrador informe recibido, en el que incluso estaba implicado un golpe de estado a la corona, llevó a poner a disposición de los inquisidores nada menos que dos divisiones del ejército español para que atacaran el castillo del conde corrupto.

Luego de una breve, pero feroz, resistencia, el castillo fue finalmente doblegado y destruido hasta sus cimientos. El otrora Papa Oscuro fue apresado, juzgado por hereje y quemado en la hoguera. 

Mientras era devorado por las llamas, Tormesolle profirió extrañas e inquietantes maldiciones hacia todos aquellos que se habían atrevido a él y a la cruz diabólica.

Los restos carbonizados fueron enterrados en un lugar oculto, cuyo paradero actual aun permanece totalmente desconocido.

La Cruz Daga fue hallada en uno de los sótanos del ruinoso castillo y, lejos de destruirla como hubiera correspondido, fue enviada a la Iglesia de San Bartolomé, en Valladolid, como prueba viviente de que la brujería y sus seguidores podían ser destruidos si obraba bien la fe cristiana.
Ciudad de Valladolid en 1574
En su soberbia, los clérigos creyeron que el mal había sido conjurado definitivamente, pero lo que no sabían era que la mentada cruz se hallaba protegida por un poder mucho mayor de lo que se había llegado a imaginar.

Los sangrientos sacrificios realizados con la misma había atraído y alimentado a un oscuro morador del infierno. Algo que nunca debería haber sido convocado, invisible a la mirada de los puros de corazón pero cuya aterradora presencia se podía sentir en lo más profundo del alma humana, custodiaba a la perversa cruz con inusitado celo.

En un principio ese maligno poder permaneció en calma y a la expectativa durante casi 100 años, en una mazmorra aislada de la iglesia, hasta que en el invierno de 1319 volvió a campar en nuestro mundo.

Un curioso monje Franciscano, que esta haciendo un relevamiento histórico de los templos del norte de España, dio por casualidad con el lugar en donde reposaba el perverso instrumento creado por el Papa Oscuro. De manera imprudente, y desatendiendo los ruegos de sus compañeros de viaje, bajó a los sótanos de la iglesia, en busca de los secretos que este pudiera esconder.

Esa misma noche, una gran tormenta se desató sobre la ciudad, con una ferocidad pocas veces vista por esos sitios. El terror provocado por el inusitado fenómeno, cundió en los alrededores de la sede eclesiástica, pues la misma parecía haberse transformado en el centro del castigo que venía desde los cielos.

Un desgarrador grito de agonía, que parecía provenir de una garganta que había dejado de ser humana, pudo ser escuchado por numerosos testigos aterrados. Ese horrible sonido caló muy hondo en sus corazones y almas, por lo que nadie se atrevió a descender por las escaleras de piedra hacia las profundidades.

A la luz del amanecer, cuando las sombras eran menos terribles, los asustados religiosos buscaron al imprudente curioso, pero nunca volvió a saberse de él en nuestro mundo mortal.

En los días que siguieron a la misteriosa desaparición, una atmósfera de creciente maldad fue aposentándose sobre el lugar. Los integrantes y los feligreses de la iglesia de San Bartolomé llegaron a afirmar ante las altas autoridades sobre la presencia de una sombra acechante, que parecía estar observándolos con malevolencia desde los oscuros rincones de la sede.

El santo oficio tomó cartas en el asunto, procediendo al inmediato traslado de la Cruz Daga a otro sitio que fuera más seguro, con el fin de alejarla de la insaciable curiosidad humana.

Extrañamente nadie habló de destruirla.

En los años posteriores, la Cruz de Thorme, así conocida por esos tiempos ya que el nombre de su creador había sido olvidado, sufrió numerosas mudanzas a diversas iglesias de Valladolid; la Santa María la antigua, la Gótica de Santiago y la del Ángel Piadoso; las cuales trataron de retener inútilmente el creciente e infecto poder que parecía emanar de ella. 

En un último y desesperado intento, la maléfica cruz recaló en, irónicamente, la Iglesia de La Cruz, cuyas paredes de piedra habían sido erigidas sobre un antiguo asentamiento celta. En ese sitial tan particular permaneció, en relativa calma, por un lapso de 172 años.
Iglesia de la Cruz a fines del siglo XV
Pero el mal no podía permanecer contenido por demasiado tiempo y la atemorizante presencia comenzó a hacerse presente entre las sombras de los otrora sagrados claustros.

Corría el año 1492 y un ignoto marino, conocido con el nombre de Cristóbal Colón, desembarcó en un continente hasta entonces desconocido por los europeos. Fue así como el nefasto destino de la Cruz daga comenzó a estar extrañamente ligado a las buenas nuevas llegadas de más allá del océano conocido.