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jueves, 21 de febrero de 2013

ANTES QUE LOS POWER RANGER DOMINARAN LA TELE

“Ultraman, Ultraman, Ultraman va a llegar
Ultraman, Ultraman, emociones nos dará
De un mundo a 100 millones de kilómetros llegó...
a través de un cielo azul, nuestro héroe Ultraman.”
Tema presentación de Ultraman (1966)

En mi tierna infancia no existían ni el cable, ni los 1821.4 canales que tenemos en la actualidad, con por lo menos 6 o 7 dedicados a los chicos…

Tampoco había controles remotos ni televisores a color más inteligentes que muchos seres humanos. Mucho menos DVDs o Blue Ray que recopilaran todas nuestras series y películas favoritas.

¡Y ni hablemos de You Tube, HD, 3D, HFR y otras parafernalias tecnodigitales!

En esa querida infancia que tuve la suerte de vivir me faltaban muchas cosas que ahora son moneda corriente... pero aun así me divertía de lo lindo.

En aquellos tiempos primitivos, cuando los videojuegos ni siquiera formaban parte de las historias de ciencia ficción y una computadora era un armatoste que ocupaba el vasto subsuelo de alguna oscura universidad de los EEUU, me juntaba todas las tardes con mis amigos del barrio para disfrutar la emisión de series tan espectaculares como El Capitán Marte y el XL5, Viaje al Fondo del Mar, Los Thunderbirds, El Túnel del Tiempo, Viaje a las Estrellas o La Dimensión Desconocida, para luego jugar a que éramos algunos de esos héroes televisivos que tanto admirábamos. 

Palos de escoba, pedazos de cartulina recortada y algún que otro juguete de plástico sobreviviente de la navidad se veían irremediablemente transformados en parte de nuestras aventuras.

Faltaba tecnología. Sobraba imaginación.

Entre las muchas series que pululaban por los míseros cuatro canales que teníamos (“¡Si chicos, cuatro!”) había una que aun recuerdo con mucho cariño. La misma trataba de un extraño y gigantesco justiciero que, enfundado en un ajustado traje de látex que lo hacía parecer una especie de criatura anfibia o un tiburón, luchaba a brazo partido contra terribles monstruos de goma espuma en una Tokio devastada por la destrucción.

Su nombre era Ultraman.
Corría el fin de los años 50 y principio de los 60 cuando Tokio era ya una inmensa megápolis de 19 millones de habitantes, muy alejada de la milenaria cultura de la preguerra que la había caracterizado. A pesar de ese inmenso progreso sus habitantes sabían perfectamente que esa gran capital estaba destinada desde sus inicios al colapso, producto ello de las destructoras fuerzas de la naturaleza (léase terremotos, maremotos Tsunamis) o del hombre mismo (léase Hiroshima y Nagasaki).
-EIJI TSUBURAYA-

En este contexto socio cultural nacería un género cinematográfico muy particular que sería conocido con el nombre de Kaiju Eiga o cine de monstruos gigantes, cuyas figuras más emblemáticas fueron el genial director Inoshiro Honda y su creación: el monstruoso dinosaurio mutante de 50 metros de altura llamado Godzilla, el rey de los monstruos.

… y mucho de lo que hizo a la personalidad del Kaiju Eiga se debió sin duda a la inestimable labor del experto en efectos especiales Eiji Tsuburaya (1901-1970).

Confeso fan del King Kong de la RKO, este estudiante de ingeniería comenzó a trabajar como ayudante de producción en los míticos estudios de filmación Toho, para luego dedicarse al armado de los efectos especiales de varios films bélicos. De manera casi inmediata supo destacarse debido a su innato profesionalismo en lo que se refería a las escenas de acción y en el cuidadoso detalle que le imponía a sus maquetas.

Su gran oportunidad llegó en 1956 debido a su intervención en la exitosa Godzilla, a la que le seguirían otras joyas de Kaiju como lo fueron Rodan, Mothra, The Mysterians, Matango, Atragón, Battle in Outer Space, King Kong Scape y unas cuantas más, varias de ellas dedicadas al monstruoso hijo del Japón.

Con todo ese bagaje creativo a cuestas creó, a principios de los 60, la Tsuburaya Enterprises Inc., una empresa que se encargó de trasladar el exitoso género de películas de monstruos gigantes a la televisión japonesa.

A raíz del gran éxito obtenido con la serie Ultra Q (Una suerte de Dimensión Desconocida/Archivos X en la que aparecían monstruos gigantes y extraterrestres… por lo general gigantes) los estudios Tsuburaya y la Tokio Broadcasting System (TBS) estrenaron, el 10 de Junio de 1966, el episodio piloto de Urotoraman –nombre con el que era conocido Ultraman en oriente- el cual obtuvo un muy buen raiting de audiencia.
Alentados por la buena nueva, el 17 del mes siguiente comenzó a emitirse la serie que se encargaría de marcar a toda una generación de teleadictos, tanto orientales como occidentales… entre todos ellos quien les está escribiendo.

Dos esferas energéticas pasan cerca del planeta Tierra. En una de ellas viaja el monstruo espacial Bemular, en tanto que en la otra se halla un vigilante espacial proveniente de la Nebulosa M-78 llamado Ultraman, el cual está llevando a su prisionero hacia un lugar en donde no resulte peligroso.
Accidentalmente, Ultraman choca contra una nave espacial terrestre que está tripulada por un integrante de La Patrulla Científica llamado Shin Hayata (Susumu Kurobe), el cual muere en el accidente. 

Apesadumbrado, nuestro gigantesco héroe decide fundirse con el cuerpo de Hayata y regresa a la Tierra con el fin de detener a las monstruosas criaturas que amenazan al planeta -portadoras de nombres tan extraños como Baltan, Gomora, Dada Gaijin, Red King, Mefilas, Zetton, Neronga, Dodongo, Kemular, Zaragas, Jirass y muchos mas que ni me acuerdo-
Con este sencillo argumento dieron inicio los 39 capítulos de la más colorida, bizarra y maravillosa serie de la cual tengo memoria, que se vio transformada de buenas a primeras en uno de los iconos de la cultura pop de la época.

-”¡¡SHU-WATCHHH!!"-
Tal fue el éxito obtenido que, de manera inmediata, cruzó el gran charco oceánico y desembarcó en la televisión estadounidense, gracias a la labor de United Artist Televisión. Su emisión a lo largo de todo el mundo le permitió que se convirtiera en la puerta de entrada de otras series de ciencia ficción niponas como Los Magníficos Justicieros (Mighty Jack), El Príncipe Dinosaurio, Ultra Q y El Agente Espacial Esper.

A esta altura del artículo ustedes se estarán preguntando ¿Quién era Ultraman?

Ultraman es parte de la Hermandad de Ultras, un grupo de poderosos seres que viven en un planeta de luz de la Nebulosa M-78. Los mismos se autoimpusieron la esforzada labor de defender al universo de las peligrosas amenazas que se ciernen sobre el mismo, sobre todo con nuestro planeta.

Para realizar ese valiente cometido nuestro héroe era poseedor de una serie de habilidades especiales, entre las que se destacaban el rayo Specium (que emitía al poner sus brazos en cruz), unos anillos de energía que cortaban por la mitad a sus enemigos, el poder de vuelo (con una velocidad que llegaba a Match 5) y la habilidad de alcanzar una altura de 40 metros.

Lamentablemente, debido a la poca potencia de los rayos solares terrestres, Ultraman no podía mantener su forma heroica por más de 3 minutos. Esta desventaja lo llevaba a usar sus poderes en situaciones extremas, por lo que la mayor parte de la serie era el humano Hayata quien aparecía. 

Cuando las papas quemaban y todos los recursos de la Patrulla Científica y del ejército japonés se veían sobrepasados por el monstruo de la semana, Hayata accionaba un adminículo llamado la Cápsula Beta, la cual le permitía transformarse en el imbatible justiciero de la Nebulosa M-78.
Este tipo de programas fueron conocidos en el medio profesional con el nombre de Tokusatsu, un género televisivo japonés en donde se mezclan la acción, los monstruos gigantes, la ciencia ficción y los superhéroes. El termino deriva de las palabras Tokushu Satsuei (literalmente “Fotografía especial”) en donde se trabaja con animación y trucos de cámara para realizar efectos especiales como los rayos y reflejos. Entre las series mas famosas de este género se destacan (aparte de Ultraman) Kamen Ryder, Super Sentai y Metal Hero, siendo uno de sus descendientes directos los famosísimos Power Rangers.

Los efectos especiales de la serie estuvieron a cargo de Koiti Tacano, bajo la supervisión del mismísimo Tsuburaya, los cuales eran bastante efectivos a pesar de ser una serie de TV y no un largometraje. 

Los divertidos guiones, de corte netamente infantil, estuvieron a cargo de Shiniti Sekizawa y Massahiro Yamada y la dirección corrió por cuenta de Hajime Tsuburaya (hijo del creador) y Toshihiro Jijima, entre los más destacados.

El reparto actoral estuvo conformado por Akiji Kobayashi (Capitán Muramatsu), Sandayù Dokumamushi (Daisuke Arashi), Masanari Nihei (Mitsushiro Ide), Hiroko Sakurai (Akiko Fuji), Akihide Tsuzawa (Isamu Hoshino), Susumu Kurobe (Shin Hayata) y Satoshi Furuya (Ultraman).

La historia de este personaje no acabaría con el último capítulo de la serie pues, luego de su cancelación, dieron inicio toda una gran cantidad de series Ultra, entre las que podemos nombrar Ultraseven (1967), Ultraman Jack (1971), Ultraman Taro (1973), Ultraman 80 (1980), Ultraman Tiga (1996) y Ultraman Mobius (2006). 

Tambien se realizaron casi 30 películas y OVAS (episodios especiales que únicamente son editados en video o DVD) que nos demuestran que este mítico superhéroe aun está vivito y peleando.
En nuestro país la serie original fue estrenada en el Canal 11 (actualmente conocido como Telefe) en el año 1969 con un éxito bastante importante, teniendo en cuenta la gran cantidad de propuestas televisivas que había por esos tiempos.

Incluso, llegó a publicarse de manera simultánea una historieta en la revista Billiken, transformándose así en el primer manga que fue editado en la Argentina. La misma estuvo realizada por Daiji Kazumine, un conocido ilustrador de la década del 60 al que le fue encargado la realización de un manga que acompañara a la exitosa serie televisiva. 

Si bien el dibujo no es para tirarse por los balcones y los guiones se limitan a mostrarnos el monstruo de turno, el intento de la Patrulla Científica por detenerlo (una acción generalmente inútiles) y la aparición salvadora de Ultraman, la misma se deja leer con agrado y bastante nostalgia para todos aquellos que hemos disfrutado las bondades de la televisión de aquellos tiempos.

Actualmente los Power Ranger, sus robots gigantes y sus monstruos estrafalarios son uno de los amos absolutos de la televisión infantil, generando a su paso millones de dólares (o yenes) para sus creadores… y realmente felicito el que lo hayan logrado.
-ULTRAMAN VS. JIRASS... EL GODZILLA TRUCHO-
Pero, a pesar de todo eso, no debemos olvidarnos del abuelo de todos ellos... un gigantesco personaje, vestido con un ajustado traje de látex plateado y rojo, que cada semana nos llevaba de la mano hacia mundos de fantasía en donde los monstruos eran quizá menos peligrosos que la mayoría de los monstruos que pueblan nuestra realidad cotidiana, con nombres tan terribles como Corrupción, Desidia, Avaricia, Violencia, Envidia...

“Ultraman, Ultraman, Ultraman ya se va"...
SI QUERÉS LEER UNA DE LAS HISTORIAS DE ULTRAMAN APARECIDAS EN EL BILLIKEN PINCHA ACÁ ARRIBA. ¡VALE LA PENA HACER UN VIAJE EN EL TIEMPO!

domingo, 10 de febrero de 2013

HISTORIAS DEL BUENOS AIRES SECRETO (VII)


EL SECRETO DE LA CRUZ DE THORME (Última entrega)

Luego de esa infausta noche de tormenta del 12 de julio de 1767, la Cruz Daga desapareció de la existencia de la humanidad, para terminar transformándose en uno de los objetos mágicos más buscados por las organizaciones secretas de todo el mundo.

Una de ellas fue la Iglesia Crepuscular del Gran Advenimiento, una de las muchas escisiones que hubo entre los integrantes de la actualmente desaparecida Orden de la Cruz Oscura, la cual tuvo su mayor auge entre los siglos XIX y principios del XX y cuyos preceptos giraban en torno a varios iconos cabalísticos de importancia como Los Textos de L´tor, el Daemonum Sceptrum, los Manuscritos Impheros y la mismísima Cruz de Thorme, a la que consideraban como el instrumento clave para descifrar los verdaderos nombres de los siete dioses primordiales.

Cuentan algunas historias, que la Iglesia Crepuscular, cuya sede principal estaba constituida en algún lugar secreto del barrio de Belgrano, finalmente pudo encontrar la cruz perdida en 1939, abocándose de inmediato a la realización de extraños ritos de sangre que lograría despertar nuevamente al inmenso poder que se albergaba en su interior.
-Barrio de Belgrano a finales de los años 30-
En ese mismo año pueden encontrarse numerosas referencias, en diarios y viejos informes policiales, sobre casos en los que estaban involucrados la desaparición de niños de entre 6 y 10 años en la zona norte de la Capital Federal. Si bien la policía realizó exhaustivas investigaciones, las mismas sirvieron de muy poco, ya que no se halló ninguna pista que permitiera esclarecer todo este misterio. Para paliar una situación que parecía estar escapándosele de las manos, se inventaron presuntos culpables entre algunos de los más notorios criminales.

Pero los niños seguían desapareciendo y jamás volvían a ser vistos.

Tan solo ciertos escritos sueltos, encontrados entre los papeles del desaparecido Enrique Pintos Trejo nos hablan sobre ciertos ritos satánicos en los cuales estaba involucrado el uso de sangre de víctimas inocentes, aun no manchados por los pecados de la carne. Según lo descrito por este autor, esos inhumanos sacrificios eran llevados a cabo por una congregación secreta, cuya adoración giraba en torno de un antiguo objeto profano, conocido como La Cruz de Diablo.

-Égida de la Iglesia Crepuscular
del Gran Advenimiento-
Si bien se pensó en su momento que estos manuscritos eran tan solo nuevas ideas para una futura novela, resultan llamativas las coincidencias existentes entre estos y la historia de la Cruz Daga de Thorme

Lamentablemente, los hechos que se tejieron en derredor de esta suerte de leyenda urbana son nada más que especulaciones y no existen pruebas concretas que avalen esa posible verdad. Lo único real de todo esto eran las continuas e inquietantes desapariciones de los infantes a manos de desconocidas fuerzas que se movían más allá de la ley del hombre.

No se sabe con exactitud que fue lo que sucedió con los integrantes de la secta y su funesto cometido pero, en cierta noche de agosto de 1934, una tremenda explosión conmocionó a todo el barrio de Belgrano. Alertadas por los asustados vecinos, rápidamente se hicieron presentes las autoridades policiales en el sitio donde se había producido la supuesta catástrofe. Una vez allí, comprobaron que se había producido el derrumbe total de una vieja casona colonial abandonada, erigida en un amplio solar que se hallaba ubicado en un lugar actualmente indeterminado de la calle Melian.

La cosa no pasó de una muy poco cuidada investigación que condujo a un callejón sin salida, ya que jamás se hicieron presentes los propietarios del predio para dar las explicaciones pertinentes. Lo que nadie se dio cuenta es que, luego de ocurrida ese siniestro, fue que nunca más volvieron a registrarse las misteriosas desapariciones de niños en la zona.
-Francisca Gutierrez-

Hace aproximadamente 10 años, un reconocido investigador de lo oculto llamado Jorge Ibáñez Tiezza, director periodístico de la revista especializada en sucesos paranormales "Okulto" publicada en España, se dedicó a investigar de manera exhaustiva los hechos que rodearon a todo ese extraño evento, pero le resultó imposible encontrar el lugar exacto en donde se había erigido la antigua mansión. Incluso, le resulto bastante complicado encontrar testigos entre las personas más viejas del barrio. Tan solo doña Francisca Gutiérrez, le pudo narrar la verdadera historia de lo que había sucedido en esas lejanas noches de fines de la década del 30.

“Es difícil que alguien te cuente sobre lo que pasó- Le diría la amable anciana de más de 80 años, en un reportaje realizado para la revista “Okulto”- Fueron tiempos muy feos para los chicos como nosotros. Por ese entonces yo tenía 10 años y todavía lo recuerdo a la perfección.

Yo los veía en la noche, deslizándose como insidiosas sombras entre esa terrible casa y los muchos árboles que había en el barrio, como si estuvieran embarcados en alguna perversa cacería. Varias veces sentí sus frías manos apoyarse en los cristales de las ventanas de la casa en que vivía por entonces. Mis padres permanecían ignorantes ante todo eso, como si estuvieran hipnotizados o embrujados. Yo, por supuesto, tenía mucho miedo que algún día vinieran por mí… porque estaba segura de eran ellos los que se llevaban a los chicos.”

Según lo contado por la buena mujer, corroborado posteriormente por el periodista-investigador, la Iglesia Crepuscular del Gran Advenimiento había sido una poderosa orden místico-religiosa que había reclutado entre sus filas a lo más granado de la sociedad argentina de esa época, entre los que se contaban políticos, empresarios, autoridades religiosas y militares. Se cuenta incluso que llegó a competir de igual a igual con la famosa Logia Masónica, aunque sus fines eran mucho más peligrosos y siniestros.

“Nadie puede poseer un poder tan grande sin que se paguen terribles consecuencias- serían las conclusiones finales de doña Francisca, imbuida de esa sabiduría que otorgan los años, cuando Ibáñez Tiezza le preguntara sobre la súbita desaparición de tan poderosa congregación- Esas personas, a pesar de sus vastos conocimientos sobre ciertas artes que más valdría que fueran olvidadas, no estaban preparadas para despertar ese poder que tanto buscaban… las consecuencias de sus actos fueron pagadas con creces.”

-Página correspondiente a
Los Manuscritos Impheros-
El famoso profesor de antropología cultural José Gizelli, un especialista en antiguas mitologías y supersticiones populares, cita en sus libros que, de las cenizas de la destrucción de la sede que la orden poseía en el barrio de Belgrano, la Cruz Daga reestructuró la carne de sus fieles servidores para transformarlas en nuevas entidades diabólicas, las cuales serían conocidas con el nombre de Los Catecúmenos.

Los pocos sobrevivientes, víctimas de una extraña enfermedad de la carne y de una perversa locura muy difícil de ser definida, se escondieron de la vista del ciudadano común en la intrincada trama arquitectónica conocida como El Laberinto, en los casi desconocidos acueductos de la zona norte y, según algunos informes no muy confirmados, en un remoto e inaccesible pueblo de nuestra Patagonia.

Fue así como la mítica Iglesia Crepuscular del Gran Advenimiento y sus integrantes se desvanecieron en el olvido de las futuras generaciones, hasta verse transformados en otro nuevo mito urbano.

Pero, aunque las pruebas de su existencia sean bastante pobres, muchos investigadores no ha perdido la esperanza de encontrar el solar en donde se erigía la nefasta mansión de la calle Melian, pues están seguros que su descubrimiento les permitirá saber algo más sobre una verdad que ha permanecido oculta por tantos siglos.
-¿Que secretos se ocultan en algunas de las
mansiones de la calle Melian?
-
Es posible que, con el tiempo, alguien pueda llegar a descubrir el destino final de la Cruz Daga de Thorme, pues probablemente aun reposa en algún escondite olvidado. Quizá su nefasto poder aun siga obrando, extendiendo su perversa influencia sobre nuestra querida ciudad de Buenos Aires, como una suerte de cáncer maligno e irrefrenable.

Y muchas veces, observando los hechos que acontece en nuestra realidad cotidiana, se pregunta si no será así.

sábado, 2 de febrero de 2013

HISTORIAS DEL BUENOS AIRES SECRETO (VI)

EL SECRETO DE LA CRUZ DE THORME (3º PARTE)
-Octavilla del Tratado de Paz de Westfalia-

Con la firma de Tratado de Paz de Westfalia, la Guerra Secreta de la Cruz había llegado a su punto cúlmine y no se hallaba precisamente a favor de los sacrificados jesuitas.

A espaldas de la iglesia, la Orden de la Cruz Oscura fue cobrando poder entre las casas reales europeas, llegando incluso a dominar reyes y nobles. Su inmunda telaraña de seductora corrupción, tejida a lo largo de sus más de 200 años de existencia, tenía atrapados a las personalidades de mayor influencia sobre los destinos de las más poderosas naciones de esos tiempos. 

Ante todo eso, nada podía hacer una sencilla congregación religiosa, bastante temida por muchos debido a sus revolucionarios ideales, ante la creciente y maligna marea que amenazaba con devorar al mundo civilizado.

Cuando hubo finalizado la Guerra de los 30 Años, los preocupados Jesuitas se dieron cuenta que las tornas no le estaban siendo favorables y temieron por la suerte de la cruz, si esta caía en las manos indebidas.

Fue el Padre General Santiago Murcia quien sugirió la idea de trasladar la cruz a las Américas, lejos de los codiciosos acólitos del Papa Oscuro. En 1711, amparado en un hermético secreto, la misma fue sacada de su escondite para ser embarcada en la nao Sangre de Cristo.
-Ciudad de Buenos Aires (siglo XV)-
Los encargados de custodiar la cruz fueron nada menos que los insignes Jesuitas Carlos Godoy y Cayetano Cattaneo, cuya fuerza espiritual logró mantener dormido su oscuro poder durante el largo viaje. La vieja embarcación, tras hacer una corta escala en la Islas Canarias para reabastecerse, finalmente se dirigió en intrinca travesía hacia su destino final: Santa María del Buen Ayre.
-Iglesia San Ignacio de Loyola-

Llegada a la por entonces naciente ciudad, la cruz fue depositada en una cripta de la Iglesia de San Ignacio, ubicada en las actuales calles Alsina y Bolivar, la cual había sido construida ex profeso por los Padres Juan Kraus y Pedro Weger y los hermanos Andrés Bianchi y Juan Bautista Prímoli en el año 1710. En ese lugar sagrado, la malignidad que de ella emanaba pareció sumirse en un pacífico reposo, como nunca antes había tenido.

Pero el mal obra de muchas maneras diferentes y la debilidad del espíritu del hombre es su mejor aliado.

Los corruptos integrantes de la orden secreta se sintieron profundamente contrariados al enterarse que la cruz ya no se hallaba en suelo español e iniciaron, a modo de represalia, una dura presión sobre sus rivales. Finalmente, tras una larga búsqueda, obtuvieron noticias de que el instrumento creado por Tormesolle se hallaba en tierras americanas y, por lo tanto, tomaron los recaudos necesarios para lograr obtener el codiciado objeto.
-Conde de Aranda-

A instancias de Pedro Pablo Abarca de BoleaConde de Aranda, uno de los integrantes más importantes de la orden en España, el rey Carlos III promulgó una pragmática real en donde se ordenaba la expulsión de la comunidad jesuítica de las tierras que se hallaban bajo el poder de la corona hispana.

Su texto, oscuro y poco creíble, que decía: “Gravísimas causas relativas a la obligación en que me hallo constituido de mantener en subordinación, tranquilidad y justicia a mis pueblos y otras urgentes, justas y necesarias que reservo a mi real ánimo” nos demuestran a que límites llegaban aquellos que adoraban al mal y las injusticias que fueron cometidas en nombre de la “supuesta” tranquilidad y subordinación.

Aun en la actualidad poco se sabe sobre los auténticos motivos de la expulsión de la Compañía de Jesús de las colonias hispanas. Una decisión injusta y cruel que produjo un daño irreversible en el desarrollo cultural de América, sobre todo en lo que respecta a la integración indígena de forma pacífica y controlada.

Las órdenes reales llegaron a manos del gobernador Don Francisco de Paula Bucarelli en mayo de 1767. Este funcionario, que detestaba profundamente a los Jesuitas, cumplió las mismas con la mayor presteza posible y, en una lluviosa madrugada del 2 de Julio, cerró los colegios de San Ignacio y Belén, detuvo a los religiosos (como si estos fueran peligrosos delincuentes) y se hizo de los tesoros, entre ellos el mentado cofre de oro, los cuales pasaron a manos de una Junta de Temporalidades.
-Expulsión de los Jesuitas-
Luego de casi 150 años de iniciado el increíble conflicto, la Guerra Secreta de la Cruz había finalizado y no precisamente para beneficio de la humanidad.

Tras la expulsión, Bucarelli dispuso que el cofre y el resto de los tesoros fueran trasladados a un depósito cercano al polvorín, ubicado al sur de la actual Plaza de Mayo, en espera de nuevas órdenes provenientes de España.

Pero la Cruz Daga tenía sus propios pareceres y designios, ya que al encontrarse libre de la influencia de los Jesuitas comenzó a crecer en poder. La sombra volvió a hacerse presente y extraños acontecimientos comenzaron a sucederse en la ciudad. La muerte inexplicable del ganado, misteriosas desapariciones de aquellos que se  atrevían a vagar por la noche y el estigma de una presencia acechante, ensombrecieron la suerte de la por entonces pequeña población.

Todo ello desembocaría en la terrible noche del 12 de Julio de 1767, cuando se abatió sobre la ciudad una furiosa tormenta. El imponente tronar reverberó, como si fuera el rugir de un enfurecido gigante, y espadas color carmesí iluminaron los cielos. Los aterrados vecinos rápidamente huyeron hacia sus casas en busca de refugio, creyendo que la ira de Dios estaba contra ellos.

El cruel chubasco no duraría más allá de unos pocos minutos pero, en sus últimos estertores, un tremendo rayo se abatió sobre el depósito en donde se hallaba guardada la cruz, ocasionando una explosión de gran magnitud.
Cinco muertos y la destrucción total del depósito fue el saldo luctuoso de esa noche tan particular. Del cofre y su nefasto contenido no se encontró el menor rastro, como si nunca hubiera existido sobre la faz de la tierra.

Por casi 172 años no se volvió a saber nada sobre el paradero de la Cruz Daga de Thorme.

CONTINÚA...