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viernes, 24 de octubre de 2014

EL HOMBRE QUE VENCIO A LA MUERTE

En este moderno siglo XXI muy poca gente se sorprende cuando en alguna película o serie televisiva hace su aparición algún indescriptible y terrible monstruo, lleno de dientes afilados, pústulas supurantes y garras chorreantes de sangre cual si fuera una entidad real.

La gran parafernalia puesta al servicio de los efectos especiales y el maquillaje existentes en la actualidad se ha encargado de hacer posible cualquier cosa que pueda llegar a ser imaginada por los enfermos cerebros de los guionistas y las buenas (o malas) habilidades de los directores encargados de llevar a buen término una producción. 

Ya nadie, ni siquiera un pequeño niño, se asusta demasiado ante una criatura alienígena, una momia, un zombi, un vampiro ni otros tipos de bichos, sean estos de origen extraterrestre, infernal o genético, que puedan ser inventados en estos últimos tiempos.

Pero no siempre ha sido así, ya que hubo otras épocas (cuando era un inocente párvulo) en las cuales no existían las computadoras de alta tecnología ni los materiales de maquillaje tal cual los conocemos… pero aun así disfrutábamos todas y cada una de las cosas que veíamos tanto en las pantallas de cine como, sobre todo, las de la televisión. 

Todo ello se debió a la labor de notables guionistas, productores y directores quienes, haciendo gala de un excelente manejo de climas, luces y cámaras, lograron tener éxito en el dificultoso arte de asustar a un público que se hallaba más que ávido de disfrutar emociones fuertes. 

Al hablar de todo esto no podemos dejar de lado al cine y la televisión argentina de las décadas del 50 y 60, de pocos recursos pero mucho ingenio, que nos ofrecieron toda una pléyade de grandes producciones englobadas dentro del género de terror, las cuales estarían protagonizadas en su mayor parte por el mejor maestro de este muy apreciado género.
¡Señoras… señores… y porque no niños! ¡Con ustedes el amo del terror! ¡El señor Narciso Ibáñez Menta!

Este genial actor, productor y director nació en el pueblo asturiano de Sama de Langreo (España) el 28 de agosto de 1912 y era hijo de los cantantes de zarzuela Narciso Ibáñez Cotanda y Consuelo Menta Agreda

Desde pequeño mamó de las fuentes artísticas de sus progenitores, cuando a los 8 días de vida debutó en el teatro Campos Eliseos de Bilbao, en brazos de la actriz cómica Carola Ferrando. A los 5 años, con el nombre de “Narcisín”, comenzó a trabajar con sus padres en España, Cuba, México, Centroamérica, Argentina y los EEUU. 

En el poderoso país del norte tendría la fortuna de conocer nada menos que a Lon Chaney (1883-1930), el famoso actor del cine mudo que había protagonizado numerosos films, entre ellos El Fantasma de la Opera (The Phantom of the Opera-Rupert Julian -1925) y El Jorobado de Notre Damme (The Hunchback of Notre Damme- Wallace Worsley- 1923). Los increíbles efectos de maquillaje, creados por el propio Chaney, impresionaron vivamente al joven Ibáñez Menta y le sirvieron para encaminar sus pasos hacia lo que sería su futuro actoral.

En 1931 se instaló en Buenos Aires, comenzando a trabajar en obras de teatro como El Doctor Jeckyll y Mr. Hyde y El Fantasma de la Opera, donde realizaría sus primeras caracterizaciones y maquillajes. Tres años más tarde, se casaría con la actriz Pepita Serrador, con la cual tendría a su único hijo: “Chicho” Ibañez Serrador

Su gran oportunidad llegó de la mano de la industria del cine, trabajando en nada menos que 45 películas de las mas variadas temáticas. La primera de ellas fue Una Luz en la Ventana (1942 –Manuel Romero) en la que hizo el papel de un científico loco, que padecía acromegalia, junto a Irma Córdoba.

Entre la multitud de producciones en las cuales participó podemos nombrar: Historia de Crimenes (1942-Manuel Romero), El que Recibe las Bofetadas (1947-Boris H. Hardy), Corazón (1947-Carlos Borcosque), Cuando en el Cierlo Pasen Lista (1945-Carlos Borcosque) , Almafuerte (1949-Luis Cesar Amadori), La Bestia debe Morir (1952-Roman Viñol Barreto), Tres Citas con el Destino (1954-Leon Klimovsky/Florian Rey/Fernando de Fuentes) y Cinco Gallinas y el Cielo (1957-Ruben Cavallotti), esta última una sátira fantástica en que algunas personas comían una gallinas inoculadas con una droga llamada “Audacina”.

Una mención aparte merece la que quizá sea una de las mejores películas realizadas por Enrique Carreras, aunque las malas lenguas dicen que los verdaderos mentores del proyecto fueron Don Narciso y su hijo “Chicho” Ibáñez Serrador (bajo el seudónimo de Luis Peñafiel), conocida como Obras Maestras del Terror (1959).

Este film adapta de manera magistral tres grandes obras pertenecientes al escritor norteamericano Edgard Allan Poe (1809-1849) –El Extraño Caso del Señor Valdemar, La Barrica del Amontillado y El Corazón Delator- y contó con la actuación de Narciso Ibáñez Menta (que compuso tres papeles diferentes), Carlos Estrada, Ines Moreno, Osvaldo Pacheco, Silvia Montanari, Adolfo Linvel, Mercedes Carreras y Narciso “Chicho” Ibañez Serrador.

Esta obra fundamental del cine argentino de terror nos sorprende por sus decorados, ambientación y por el manejo de luces y sombras, que nada tiene que envidiar a las producciones extranjeras.

También son destacables los tres papeles que le tocó realizar a Ibañez Menta, cuyas caracterizaciones (sobre todo la del malvado avaro de El Corazón Delator) sorprenden gratamente a aquellas personas que tienen la suerte de poder acceder este material. Tal fue la calidad de esta producción que incluso llegó a ser vista en algunos cines de los EE.UU. con el nombre de Master of Horror, junto al film de clase B llamado The 4 D Man (1959-Irvin Yeaworth).

La década del 60, caracterizada por la irrupción de la televisión en los hogares argentinos, se encargó de mostrar al maestro del terror una nueva puerta de entrada a sus amadas aficiones.

En julio de 1960 daría inicio la emisión, en el Canal 9, de uno de los mejores ciclos de terror realizados para nuestra televisión: El Fantasma de la Opera, la obra de Gaston Leroux que ya había tenido numerosas adaptaciones cinematográficas y teatrales. Filmado en el Teatro Colon, el Cervantes, el Avenida e incluso en las cloacas de la ciudad de Buenos Aires, con un novedoso sistema conocido como Videotape, esta producción permitiría a Narciso realizar sus propios maquillajes sobre la monstruosa figura del fantasma… ¡En base a dulce de leche!

¡Mueranse de envida George Lucas, Peter Jackson, Steven Spielberg y James Cameron!

La dirección de cámara estuvo a cargo de Marta Reguera y contó con la actuación de Beatriz Días Quiroga, Alba Mujica, Beatriz Bonnet, Adolfo Linvel, Silvia Montanari, Osvaldo Pacheco y José María Langlais.

Para odio de todos los fans del terror, en la actualidad no queda ninguna prueba de esta maravilla (junto a otras, como lo fue El Muñeco Maldito) ya que los “genios” que pululan por los canales de televisión se encargaron de perder y borrar todo ese material en lugar de atesorarlo para disfrute de las generaciones futuras (¿Diganme si no es para cagarlos a patadas!)

Otro de los grandes éxitos televisivos, que incluso llegó a los 35 puntos de raiting y figuraría entre los 10 programas más vistos, fue El Hombre que Volvió de la Muerte (1969). En esta serie, cuyos guiones pertenecían al famoso Abel Santa Cruz, se cuenta la historia de Elmer Van Hess, un injustamente condenado a muerte que es revivido por el siniestro Doctor Mortensen, el cual llevará a cabo una serie de originales actos de venganza sobre todos aquellos que lo han llevado a su actual estado.

Creado y producido íntegramente por Narciso Ibañez Menta (que encarnó a la siniestra figura enmascarada y a varios personajes caracterizados) esta realización contó con la presencia de grandes figuras del quehacer artístico de esos tiempos: Erika Wallner, Susana Campos, Eduardo Rudy, Alberto Argibay, Fernanda Mistral, Alicia Verdaxagar, Romualdo Quiroga, Oscar ferrigno, Laura Bove, Fernanda Mistral y Claudio Garcia Satur.
¡Como le tenía que rogar a mi madre para que me dejara verlo! ¡Cuantas veces , terriblemente asustado por las escenas, me arrepentía una y otra vez de esos ruegos!

Lamentablemente, tal como sucedió con El Fantasma de la Opera, todo ese material se perdió en su totalidad ya que por aquellos tiempos era muy raro que se guardara alguna grabación realizada con el sistema de Videotape, y tan solo nos quedan algunas leyendas urbanas de copias guardas por algún coleccionista empedernido.

A este éxito le siguieron otros no menos importantes, como los seriales Un Pacto con los Brujos (1969), El Sátiro (1969, el paranoico complot hitleriano El Monstruo no ha Muerto (1970), Hay que Matar a Drácula (1969), la inolvidable El Pulpo Negro (1985) y algunos unitarios en el ciclo televisivo Alta Comedia (1971)

Si bien el público argentino supo apreciar su labor, fue en su país natal donde obtendría un gran reconocimiento por su obra. Junto a su hijo “Chicho” Serrador, haría el famoso y apreciado ciclo Historias para no Dormir, emitido por TVE entre 1965 y 1970, con títulos como El Muñeco, El Asfalto, El Tonel (una adaptación del cuento de Poe), La Zarpa (del cuento La Pata de Mono, de W. W. Jacobs) y El Televisor.

También en España realizó films de terror como La Saga de los Drácula (1972-León Klymovsky), Viaje al Más Allá (1982-Sebastián D´Arbo), Más Allá de la Muerte (1986-Sebastian D´Arbo) y El Retorno del Hombre Lobo (1981-Jacinto Molina) las que lamentablemente son casi desconocidas en nuestro país.

Salvo esporádicas visitas a la Argentina, en donde almorzó con la “Chiqui” Legrand (recordad amigos míos el episodio de la torta incendiada), don Narciso no volvería a actuar en nuestro país. Sus últimas apariciones fueron en 1976 con la película Los Muchachos de Antes no Usaban Arsénico (José A. Martinez Suarez) y en 1997 la telenovela conocida como Los Herederos del Poder, la cual fue emitida por el canal 9.

Tampoco podemos dejar de lado un gracioso spot televisivo protagonizado por nuestro Narciso sobre un extractor… ¡Que prometía eliminar de manera definitiva a los fantasmas del humo!

El querido maestro del horror falleció, debido a una afección cardíaca, el 15 de mayo del 2004 cuando tan solo había cumplido 91 años, dejándonos toda una herencia de films de culto y multitud de premios que galardonaron su rica existencia, entre ellos el Martin Fierro y el premio Konex.

Dueño de una voz con una particular e inquietante entonación, Narciso Ibáñez Menta –cuyo temor era el olvido de sus contemporáneos- supo manejar perfectamente los mecanismos del género del terror en base a buenos climas, ingeniosos efectos de maquillaje e impactantes golpes de efecto, que alimentaron la imaginación y los miedos de toda una generación de adictos al género, entre los que afortunadamente me cuento.
Aun recuerdo a ese asustado niño que fui. Aun me recuerdo envuelto en cobijas y estremecimientos del más puro terror, mientras miraba el terrible, supurante y deforme rostro de Elmer Van Hess. Un terrible rostro que escondía a un verdadero monstruo de la actuación. A Narciso Ibáñez Menta, el hombre que venció a la muerte.

… y quizá también al olvido.

miércoles, 8 de octubre de 2014

LA INIQUIDAD DE LAS SOMBRAS (5)- Por Daniel Barragán

CAPITULO V
SONIDOS EN LA NOCHE

Con suma cautela la capitana Molina posó su mano sobre la aldaba del enorme portón, comprobando con alivio que el mismo no tenía echado ningún tipo de cerrojo. Con un leve chirrido, la gruesa hoja de madera fue corriéndose hacia adentro con lentitud.

Luego de un breve momento de indecisión, la mujer se asomó al exterior con el fin de comprobar que no existiera algún potencial peligro que pusiera en riesgo nuestra improvisada expedición punitiva. Sus rubios cabellos parecieron brillar con un fulgor ultraterreno, haciéndola parecer una inquietante figura fantasmal.

-Vamos- Dijo, luego de un silencioso lapso que me pareció eterno- Apaguen las luces. Hay luna llena y tenemos que evitar que alguien nos pueda ver.

Acto seguido abrió aún más la puerta, permitiéndonos poder salir al exterior. Cuando mis ojos se acostumbraron a la semioscuridad reinante, pude comprobar que el edificio en cuestión era una inmensa mole de mármol blanco que denotaba una inmensa antigüedad.

-“Como si siempre hubiera estado en este sitio… desde el principio de los tiempos”.

Luedo de atravesar una amplia arcada sostenida por unas inmensas y poderosas columnas, nos detuvimos al borde de una escalinata de iguales características que el edificio que se hallaba a nuestras espaldas. Sin atrevernos a continuar con la marcha, nuestra atención se concentró en el panorama nocturno que se abría ante nosotros.

A nuestros pies, donde culminaba la escalera, se extendía una calle adoquinada que se perdía, en una pronunciada barranca descendente, hacia la oscuridad de una noche iluminada únicamente por la luz de la luna. 

A los lados de la misma, conformando una suerte de bizarra e infranqueable atalaya, una serie interminable de antiguas casas de estrechos capiteles y ángulos extraños, alzaban sus sombrías paredes hacia el cielo. Las ventanas, trabajadas con vitreaux de intrincada tracería, no mostraban la menor señal de vida.

La calle era un único silencio. Un silencio tan demoledor que llegaba a repercutir de manera siniestra en mis oídos, como si de pronto me hubiera quedado totalmente sordo.

Un nuevo estremecimiento recorrió todo mi cuerpo ante el primitivo espectáculo que se desplegaba ante nosotros. Un viento gélido me acarició tenuemente el rostro, trayendo consigo sonidos que me resultaron imposibles de poder llegar a discernir.

-“¿Voces? ¿Ecos de recuerdos pasados?”- Pensé, con un temor creciente que no podía ni quería dejar de lado. No pude evitar volver a recordar la pesadilla que había tenido al perder el conocimiento durante el accidente.

Agité la cabeza, en un intento por despejar el extraño aturdimiento que estaba comenzando a anegar mi mente. Al dirigir mi atención hacia el resto de mis compañeros, pude comprobar que los mismos estaban siendo afectados por el sobrenatural embrujo que parecía haberse posicionado sobre mi persona.

Mi súbito movimiento se encargó de sacarlos del extraño estado de trance que parecía haberse hecho con todos nosotros. Como era de esperar, la primera en reaccionar fue la capitana:-

-Es mejor que nos pongamos en marcha de una buena vez. No tengo necesidad de repetirles que lo hagamos con el mayor de los cuidados- Pulsó el comunicador que llevaba en su muñeca- Gorg, ya estamos en marcha...

Le respondió una tremenda estática y la débil voz del segundo de abordo:-

-rrrrzzzztendidozzzcaptzzzz...

-¡¡Malditas porquerías!!- Exclamó con furia mal contenida la capitana.

-Los comunicadores también están siendo afectados por esa interferencia- Comentó Arthus, comprobando el funcionamiento de su propio equipo- Solo espero que los detectores no pierdan su efectividad, ahora que más los necesitamos.

-No se preocupe por eso capitana- Respondió Andersen, que no había perdido para nada su frío optimismo- Los detectores nos podrán guiar hasta la fuente de la distorsión. Si logramos desactivarla, lo más probable es que desaparezcan todos los problemas que tenemos.

Molina dudó unos instantes, como si estuviera sopesando el continuar o no con la misión. La falta de comunicación con la nave era una fuerte baza para suspenderla, pero una nueva intervención de Andersen cortó todas mis esperanzas de lo que consideraba una sensata decisión.

-Capitana, como ya le dije antes dudo que la misión pueda llevarnos más allá de un par de horas. Según pude comprobar, la fuente de emisión no se encuentra lejos de aquí. Estoy casi seguro que podemos llevar a cabo la misión sin necesidad de estar permanentemente comunicados con la Juan Salvo.

Este último razonamiento decidió a nuestra jefa de expedición que, con paso firme, comenzó a descender con rapidez la escalinata. Una vez que hubimos llegado a la amplia calle, iniciamos nuestra marcha barranca abajo, casi pegados a las altas cercas de hierro forjado que nos separaban de las antiquísimas mansiones.

Sumidos en total silencio, continuamos en apretada marcha por espacio de unos diez minutos. A pesar de la calma reinante, yo no podía dejar de mirar hacia los oscuros ventanales de las viejas edificaciones en busca de algún movimiento, una sombra, que delatara la presencia de habitantes en su interior. 

Más que casas se me antojaron que las mismas eran realmente oscuros mausoleos, guardianes de tiempos muertos y olvidados, a los cuales no debíamos dejar en paz. Creí volver a escuchar ese tenue sonido de voces lejanas...

La capitana, que iba en el último lugar, se detuvo bruscamente.

Como si fuéramos un único individuo, todos la imitamos. Nuestras miradas convergieron sobre ella, que en ese momento se hallaba de espaldas observando el camino por el cual habíamos estado descendiendo. Igual que mis compañeros, escruté hacia la altura en busca de alguna pista que nos indicara la alarmante actitud de nuestra jefa. 

No pude ver absolutamente nada... tan solo el perfil de la inmensa biblioteca y un montón de hojas secas empujadas por el viento.

-¿Qué pasa capitana?- Pregunté, acercándome a ella.

-No sé... –Molina dejó entrever un gesto que la transformó en una persona sumamente aterrada, un inquietante detalle que hizo erizar mis cortos cabellos- El sonido que creí escuchar en la biblioteca, como de algo que se arrastraba... me pareció sentirlo detrás de mí.

-Seguro que se trata del viento... –Dijo Andersen, sin dejar de mirar hacia el camino que habíamos recorrido- Creo que es mejor que sigamos... el tiempo apremia.

Haciendo un evidente esfuerzo, Molina se recompuso y su rostro volvió a la pétrea belleza que lo caracterizaba. Finalmente dijo:-

-Usted Dewan tome el puesto de la retaguardia y esté muy atento a lo que suceda a nuestras espaldas.

A medida que nos alejábamos de la biblioteca, mi mirada se dirigió una y otra vez hacia atrás en busca de algo que pudiera estar amenazándonos. La inmensa mole de la biblioteca, y nuestro único contacto con nuestro presente, fue disolviéndose poco a poco en la oscuridad. Advirtiendo mi inquietud, Arthus se puso a la par mía y me dijo en voz muy baja:-

-Dewan, tengo algo que confesarte. No quiero que nadie lo sepa pues, hasta que la capitana hizo ese comentario, creí que me hallaba envuelto en un sueño... y todavía no estoy seguro que no haya sido así–Lanzó un profundo suspiro y dijo con inaudible rapidez- A vos no puedo ocultártelo, pero... lo que ella escuchó, yo también pude percibirlo.

Lo miré vivamente impresionado y supe, por la palidez presente en el rostro de mi amigo, que me estaba diciendo la verdad. Arthus no era precisamente una persona imaginativa, por lo que tomé muy en serio su confesión.

-¿Qué es lo que escuchaste exactamente?- Pregunté, mientras veía alejarse a Molina y Andersen.

-Como si algo estuviera arrastrándose tras de nosotros. Un ruido demasiado extraño como para poder explicarlo con coherencia... –Calló unos instantes, sopesando lo que diría a continuación- De lo único que si estoy seguro es que, sea lo que sea, algo nos está acechando.

-“¿Algo?”- Me pregunté estremecido.

Eché una nueva mirada hacia atrás. Una espesa niebla estaba comenzando a levantarse en ese momento. Traté de imaginarme que sería lo que nos estaba siguiendo y mi imaginación se encargó de enriquecer aún más mis temores.

-¿Qué podemos hacer al respecto?- Pregunté.

-Estar muy atentos a lo que pase. La capitana es una buena mina, pero está empecinada en encontrar a esos supuestos Tempoterroristas- Me contestó Arthus, mientras apuraba su avance- Quizá sería conveniente que tengas el arma lista para matar...

CONTINUA...