MODERNOS DIOSES PORTEÑOS (2)
-LA SONRIENTE CORTE NOCTURNA-
La llegada de la noche, con su pesada carga de estrellas, nos anuncia el advenimiento de nuevas deidades que se enseñorean por las calles de nuestra ciudad de Buenos Aires.
Envueltos en pesados abrigos de nieblas y oscuridades, los asustados transeúntes se dirigen, con pasos apresurados, hacia la protección brindada por sus puertas y camas.
Sus miedos quizá se deban a la falta de seguridad que parece reinar en esta caótica Babilonia de corrupción e injusticia. Y podría ser esa la verdad... si no fuera por ciertos rumores que corren por allí y por oscuras referencias que pueden ser encontradas en algunos libros antiguos y olvidados.
Porque en lo más íntimo de sus corazones, esos temerosos caminantes saben de la existencia de un miedo aun más primigenio, más feroz y terrible que la realidad que los rodea día a día.
Si alguno de ellos tuviera el valor suficiente para detenerse en alguna solitaria esquina a escuchar, no solamente con sus oídos sino con todo su ser, podría llegar a sentir una música imposible de ser calificada o el siniestro susurro de una risa contenida.
Si pudiera oler, con algo más que su pobre sentido del olfato, podría percibir el leve aroma de alguna bebida alcohólica jamás degustada en el mundo de los mortales.
Y si se atreviera a ver con algo más que sus limitados ojos, y así poder extender esa extraña Visión que posee el alma, llegaría a vislumbrar el tenue movimiento de unas vastas criaturas de porte enloquecídamente majestuoso, como si una extraña procesión carnavalesca estuviera desfilando por las oscuras calles, inmersos en una festividad que es mucho más antigua que la propia existencia de la humanidad.
Solo quizá así pueda llegar a vislumbrarlos a Ellos. Extraños. Multiformes. Rodeados de lujos y corrupción… aunque esa inquietante visión quizá pueda ser la última en la vida de ese atrevido testigo.
Pues estará frente a La Sonriente Corte Nocturna.
Poco se sabe de ellos, a excepción del hecho que son todos aquellos individuos que han caído víctimas del exceso, la lujuria y la perversión que destruyeron todo rastro de su humanidad.
Condenados a vagar eternamente, sus corruptos cuerpos, vestidos de gala y pedrería exótica, deambulan sin rumbo ni propósito por los olvidados recovecos callejeros, alejados de las luces de la gran ciudad que los contiene.
Sus indescifrables rostros sin forma festejan eternamente en una diabólica mueca, que mal imita a una sonrisa de felicidad. Son seres que sufren pero que no pueden dejar de ser espantosamente dichosos.
Corruptores y corrompidos, todos viajan por igual por esa ignota tierra que existe entre la vida y la muerte, cebándose del incauto que se atreve a vislumbrar su existencia nocturnal.
Ellos son los abusadores de la vida. Parásitos de la locura del alcohol y las drogas. Esclavos de la carne. Su castigo eterno, que pervivirá más allá de nuestra existencia sobre el planeta, los lleva a transformarse en una suerte de crueles potestades de esta inimaginable ciudad de Buenos Aires.
La única salvación de los que se ponen en su camino es tratar de permanecer ajenos a Ellos y a sus corruptos placeres.
Cierra tus oídos, desprevenido caminante de la noche, para que así no puedas oír sus cantos de oscuras sirenas, los cuales parecen invitarte a lugares nunca soñados.
Cierra tu olfato, inocente caminante de la noche, para que sus exóticos efluvios no puedan embriagarte y nublar tu mente.
Cierra tus ojos, criatura mortal que te atreves a la noche, para no ver sus insinuantes figuras, que prometen delicias jamás imaginadas ni siquiera por tus más oscuros deseos.
Porque Ellos, La Sonriente Corte, son los hijos impuros de la noche y hermanos de la corrupción del alma.
De tu alma.
-LA SONRIENTE CORTE NOCTURNA-
La llegada de la noche, con su pesada carga de estrellas, nos anuncia el advenimiento de nuevas deidades que se enseñorean por las calles de nuestra ciudad de Buenos Aires.
Envueltos en pesados abrigos de nieblas y oscuridades, los asustados transeúntes se dirigen, con pasos apresurados, hacia la protección brindada por sus puertas y camas.
Sus miedos quizá se deban a la falta de seguridad que parece reinar en esta caótica Babilonia de corrupción e injusticia. Y podría ser esa la verdad... si no fuera por ciertos rumores que corren por allí y por oscuras referencias que pueden ser encontradas en algunos libros antiguos y olvidados.
Porque en lo más íntimo de sus corazones, esos temerosos caminantes saben de la existencia de un miedo aun más primigenio, más feroz y terrible que la realidad que los rodea día a día.
Si alguno de ellos tuviera el valor suficiente para detenerse en alguna solitaria esquina a escuchar, no solamente con sus oídos sino con todo su ser, podría llegar a sentir una música imposible de ser calificada o el siniestro susurro de una risa contenida.
Si pudiera oler, con algo más que su pobre sentido del olfato, podría percibir el leve aroma de alguna bebida alcohólica jamás degustada en el mundo de los mortales.
Y si se atreviera a ver con algo más que sus limitados ojos, y así poder extender esa extraña Visión que posee el alma, llegaría a vislumbrar el tenue movimiento de unas vastas criaturas de porte enloquecídamente majestuoso, como si una extraña procesión carnavalesca estuviera desfilando por las oscuras calles, inmersos en una festividad que es mucho más antigua que la propia existencia de la humanidad.
Solo quizá así pueda llegar a vislumbrarlos a Ellos. Extraños. Multiformes. Rodeados de lujos y corrupción… aunque esa inquietante visión quizá pueda ser la última en la vida de ese atrevido testigo.
Pues estará frente a La Sonriente Corte Nocturna.
Poco se sabe de ellos, a excepción del hecho que son todos aquellos individuos que han caído víctimas del exceso, la lujuria y la perversión que destruyeron todo rastro de su humanidad.
Condenados a vagar eternamente, sus corruptos cuerpos, vestidos de gala y pedrería exótica, deambulan sin rumbo ni propósito por los olvidados recovecos callejeros, alejados de las luces de la gran ciudad que los contiene.
Sus indescifrables rostros sin forma festejan eternamente en una diabólica mueca, que mal imita a una sonrisa de felicidad. Son seres que sufren pero que no pueden dejar de ser espantosamente dichosos.
Corruptores y corrompidos, todos viajan por igual por esa ignota tierra que existe entre la vida y la muerte, cebándose del incauto que se atreve a vislumbrar su existencia nocturnal.
Ellos son los abusadores de la vida. Parásitos de la locura del alcohol y las drogas. Esclavos de la carne. Su castigo eterno, que pervivirá más allá de nuestra existencia sobre el planeta, los lleva a transformarse en una suerte de crueles potestades de esta inimaginable ciudad de Buenos Aires.
La única salvación de los que se ponen en su camino es tratar de permanecer ajenos a Ellos y a sus corruptos placeres.
Cierra tus oídos, desprevenido caminante de la noche, para que así no puedas oír sus cantos de oscuras sirenas, los cuales parecen invitarte a lugares nunca soñados.
Cierra tu olfato, inocente caminante de la noche, para que sus exóticos efluvios no puedan embriagarte y nublar tu mente.
Cierra tus ojos, criatura mortal que te atreves a la noche, para no ver sus insinuantes figuras, que prometen delicias jamás imaginadas ni siquiera por tus más oscuros deseos.
Porque Ellos, La Sonriente Corte, son los hijos impuros de la noche y hermanos de la corrupción del alma.
De tu alma.
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