Resumen de lo publicado: Al regreso de un viaje exploratorio en el periodo Pérmico, la esfera espacio-temporal “Juan Salvo” debe realizar un aterrizaje de emergencia en una fecha indeterminada situada a mediados del siglo XX. Sospechando un posible atentado Tempoterrorista, los tripulantes de la expedición salen al exterior en busca de la extraña fuente de interferencia que los ha llevado a ese lugar y ese tiempo. Su periplo los llevará desde las oscuras callejuelas de un misterioso pueblo nocturno a un tétrico cementerio en donde se desarrolla un extraño rito de características marcadamente satánicas. Aterrados, los únicos dos sobrevivientes del grupo logran escapar del nefasto destino que ha caído sobre sus compañeros, perseguidos de cerca por un inimaginable horror primigenio.
Volví a la conciencia varios días después en una clínica perteneciente al Departamento de Defensa Militar de ciudad Helios. Según me enteraría más tarde, todo ese tiempo había estado sumido en un extraño estado comatoso, en donde la temperatura de mi cuerpo había estado cercana a los 42 grados centígrados... y emitiendo extraños sonidos que en nada se parecían a los de un ser humano.
A pesar de mi marcado estado de confusión por todo eso, lo que más me sorprendió no fue precisamente el grave estado de salud que había puesto en peligro mi existencia sino el observar la atenta presencia de una fuerte custodia armada, la cual vigilaba fríamente cada uno de los movimientos que realizaba en mi lecho de convaleciente.
En un principio no llegué a comprender los motivos de tantas precauciones sobre mi cuidado pero, al percibir la perturbada voz con la que la enfermera me había contado mis días de inconsciencia, creí entender los motivos de todo ello.
-“Esos guardias no están precisamente allí para protegerme… -No pude evitar estremecerme ante esa línea de pensamiento- y si no están para eso es que me están vigilando como si fuera un potencial enemigo”
En los días subsiguientes, al ver mi rápida y casi milagrosa recuperación, un grupo de personajes enfundados en caros trajes hizo su aparición.
-“Estos tipo son sin duda el servicio secreto del gobierno central de ciudad Helios”
En mis ansias por colaborar, ya que no quería verme involucrado en una acusación de sabotaje, relaté con minucioso detalle la extraña y atemorizante aventura en la que me había visto envuelto. El único punto oscuro de todo el relato fueron los últimos momentos del mismo... los instantes finales, cuando el sacerdote carmesí había levantado la extraña cruz daga sobre las cabezas de la capitana y el doctor Andersen.
Un indecible horror había velado totalmente los recuerdos de lo que había sucedido en esa terrible noche.
Más tarde, un ejército de médicos, genetistas, psicólogos y especialistas en otras áreas realizaron innumerables pruebas sobre mi cansado cuerpo y mi confusa mente. Análisis hematológicos. Ecocardiogramas 3 D. Escaneos neurales. Mapeos genéticos. Terapias hipnóticas. Durante un tiempo que me pareció poco menos que eterno, me fueron realizados centenares de exámenes que únicamente me llevaría a sufrir nuevas sesiones de exhaustivos interrogatorios.
Lo más extraño de todo ello fue que en ningún momento vi pintado en los rostros de quienes me interrogaban el menor indicio de incredulidad por las locuras que salían de mí boca.
En una de las tantas sesiones me atreví a preguntar por la suerte de mi amigo Arthus, del cual nada sabía desde que había perdido el conocimiento en la “Juan Salvo”. Ninguno de los presentes me respondió, continuando con enfermizo ahínco sus inagotables estudios.
Tan solo la joven enfermera, a la que extrañamente me había sentido unido desde mi despertar, me contó lo que había pasado con él. Fue una de las tantas noches en que permanecía en vela, intentando conciliar un sueño que negaba a hacerse presente.
Afuera estaba lloviendo copiosamente y un verdadero torrente de agua golpeaba con furia en el grueso polimetal transparente de la ventana de mi habitación. Estruendosos relámpagos de color rojo herían mis retinas, trayéndome pantallazos de recuerdos que parecían esconderse en lo más recóndito de mi mente.
Una sombra súbita, enmarcada en el vano de la puerta, me hizo lanzar un gemido de mal contenido terror.
La sombría presencia se acercó a mi cama y pude vislumbrar que se trataba de una muchacha muy joven, de largo cabello negro recogido en una trenza y unos inmensos ojos verdes que le otorgaban una belleza especial a un rostro de por si hermoso. Lancé un suspiro de alivio cuando, en mi confuso estado de ánimo, logré por fin reconocerla.
Se trataba de Annah, la enfermera que estaba a cargo de mi cuidado.
-¿Está bien Doctor Bars?- Preguntó la fémina. En su voz se notaba una auténtica preocupación por mi agitado estado de ánimo- ¿Necesita algo para dormir mejor?
-No, estoy bien... –Callé unos instantes- Es la tormenta... es la tormenta que me tiene algo inquieto. Trae a mi mente recuerdos dolorosos que no puedo… ni quiero recordar.
Lancé un profundo e incontenible sollozo.
Sin decir palabra alguna, cosa que agradecí profundamente pues me sentía algo avergonzado por mi infantil actitud, la enfermera accionó un conmutador táctil que se hallaba situado en la pared. Con un zumbido apenas audible, la ventana se polarizó e insonorizó, aislándome del inhóspito ambiente exterior.
-Espero que ahora pueda dormir- Me dijo, mientras acomodaba la almohada bajo mi cabeza.
El gesto amistoso presente en su bello rostro, algo que me resultaba imposible de ver en otras personas del lugar en el que me encontraba internado, ayudó en mi decisión de hacerle las preguntas que hasta ese momento no habían sido respondidas:-
-Annah... ¿Vos sabés algo de mi amigo Arthus? ¿Está en este hospital? ¿Sabés algo sobre su estado de salud?
Me miró durante unos instantes y en sus ojos pude observar una extraña mezcla de temor, indecisión y compasión. Dirigió una furtiva mirada hacia la puerta en donde se hallaban los dos guardias encargados de custodiarme. Los mismos, aburridos por el largo tiempo que todavía les quedaba por cumplir, apenas si prestaron atención a nuestra conversación.
-Yo sé que no está permitido decirlo- Dijo en voz muy baja, para no ser oída por los custodios- Pesa un gran secreto sobre usted y todo lo que pasó en su expedición... pero el otro día escuché una conversación entre dos de los doctores que atienden su caso. También los escuché hablar sobre el estado de su amigo.
-¿Qué fue de él?- Pregunté anhelante, sin poder contener el temblor de mi voz.
La enfermera volvió a mirar hacia fuera, en donde los guardias aún permanecían impertérritos a nuestra apagada conversación, y adoptó una actitud conspirativa. Bajando aún más la voz, hasta transformarla en un apagado susurro, me dijo:-
-El doctor Cedis entró en este hospital al mismo tiempo en que usted fue internado, pero pocos días después fue trasladado, para su aislamiento total, al Instituto de Investigación Neuropsiquiátrica de Nueva York.
-¡Pero en ese sitio solo son internados los pacientes mentales de extrema peligrosidad!- Exclamé sorprendido. Ante el alarmado rostro de Annah, bajé la voz- ¿Estás segura?
-Eso es lo que oí. Cuando llegó acá, su actividad cerebral era anormalmente alta y, según pude llegar a entender, su cuerpo hacía cambiado totalmente... como si no fuera enteramente humano- Calló unos instantes, como si estuviera sopesando lo que diría a continuación- Doctor Bars... Dewan, me caés muy simpático y no me cabe ninguna duda de que sos un buen hombre... pero cuando llegaste acá no eras la misma persona que sos ahora...
“Creo que muchos de los profesionales que te atendieron pensaron, por un momento, que ibas a terminar igual que tu amigo.
Apretándome la mano en un gesto de cariño, la enfermera se retiró, dejándome a solas con mis oscuros pensamientos.
“Cuando llegaste acá no eras la misma persona que sos ahora”, resonaron en mi cabeza las palabras de la muchacha.
2° PARTE
CAPITULO XI
RECUERDOS PERDIDOS
A pesar de mi marcado estado de confusión por todo eso, lo que más me sorprendió no fue precisamente el grave estado de salud que había puesto en peligro mi existencia sino el observar la atenta presencia de una fuerte custodia armada, la cual vigilaba fríamente cada uno de los movimientos que realizaba en mi lecho de convaleciente.
En un principio no llegué a comprender los motivos de tantas precauciones sobre mi cuidado pero, al percibir la perturbada voz con la que la enfermera me había contado mis días de inconsciencia, creí entender los motivos de todo ello.
-“Esos guardias no están precisamente allí para protegerme… -No pude evitar estremecerme ante esa línea de pensamiento- y si no están para eso es que me están vigilando como si fuera un potencial enemigo”
En los días subsiguientes, al ver mi rápida y casi milagrosa recuperación, un grupo de personajes enfundados en caros trajes hizo su aparición.
-“Estos tipo son sin duda el servicio secreto del gobierno central de ciudad Helios”
En mis ansias por colaborar, ya que no quería verme involucrado en una acusación de sabotaje, relaté con minucioso detalle la extraña y atemorizante aventura en la que me había visto envuelto. El único punto oscuro de todo el relato fueron los últimos momentos del mismo... los instantes finales, cuando el sacerdote carmesí había levantado la extraña cruz daga sobre las cabezas de la capitana y el doctor Andersen.
Un indecible horror había velado totalmente los recuerdos de lo que había sucedido en esa terrible noche.
Más tarde, un ejército de médicos, genetistas, psicólogos y especialistas en otras áreas realizaron innumerables pruebas sobre mi cansado cuerpo y mi confusa mente. Análisis hematológicos. Ecocardiogramas 3 D. Escaneos neurales. Mapeos genéticos. Terapias hipnóticas. Durante un tiempo que me pareció poco menos que eterno, me fueron realizados centenares de exámenes que únicamente me llevaría a sufrir nuevas sesiones de exhaustivos interrogatorios.
Lo más extraño de todo ello fue que en ningún momento vi pintado en los rostros de quienes me interrogaban el menor indicio de incredulidad por las locuras que salían de mí boca.
En una de las tantas sesiones me atreví a preguntar por la suerte de mi amigo Arthus, del cual nada sabía desde que había perdido el conocimiento en la “Juan Salvo”. Ninguno de los presentes me respondió, continuando con enfermizo ahínco sus inagotables estudios.
Tan solo la joven enfermera, a la que extrañamente me había sentido unido desde mi despertar, me contó lo que había pasado con él. Fue una de las tantas noches en que permanecía en vela, intentando conciliar un sueño que negaba a hacerse presente.
Afuera estaba lloviendo copiosamente y un verdadero torrente de agua golpeaba con furia en el grueso polimetal transparente de la ventana de mi habitación. Estruendosos relámpagos de color rojo herían mis retinas, trayéndome pantallazos de recuerdos que parecían esconderse en lo más recóndito de mi mente.
(Los que acechan)
La sombría presencia se acercó a mi cama y pude vislumbrar que se trataba de una muchacha muy joven, de largo cabello negro recogido en una trenza y unos inmensos ojos verdes que le otorgaban una belleza especial a un rostro de por si hermoso. Lancé un suspiro de alivio cuando, en mi confuso estado de ánimo, logré por fin reconocerla.
Se trataba de Annah, la enfermera que estaba a cargo de mi cuidado.
-¿Está bien Doctor Bars?- Preguntó la fémina. En su voz se notaba una auténtica preocupación por mi agitado estado de ánimo- ¿Necesita algo para dormir mejor?
-No, estoy bien... –Callé unos instantes- Es la tormenta... es la tormenta que me tiene algo inquieto. Trae a mi mente recuerdos dolorosos que no puedo… ni quiero recordar.
Lancé un profundo e incontenible sollozo.
Sin decir palabra alguna, cosa que agradecí profundamente pues me sentía algo avergonzado por mi infantil actitud, la enfermera accionó un conmutador táctil que se hallaba situado en la pared. Con un zumbido apenas audible, la ventana se polarizó e insonorizó, aislándome del inhóspito ambiente exterior.
-Espero que ahora pueda dormir- Me dijo, mientras acomodaba la almohada bajo mi cabeza.
El gesto amistoso presente en su bello rostro, algo que me resultaba imposible de ver en otras personas del lugar en el que me encontraba internado, ayudó en mi decisión de hacerle las preguntas que hasta ese momento no habían sido respondidas:-
-Annah... ¿Vos sabés algo de mi amigo Arthus? ¿Está en este hospital? ¿Sabés algo sobre su estado de salud?
Me miró durante unos instantes y en sus ojos pude observar una extraña mezcla de temor, indecisión y compasión. Dirigió una furtiva mirada hacia la puerta en donde se hallaban los dos guardias encargados de custodiarme. Los mismos, aburridos por el largo tiempo que todavía les quedaba por cumplir, apenas si prestaron atención a nuestra conversación.
-Yo sé que no está permitido decirlo- Dijo en voz muy baja, para no ser oída por los custodios- Pesa un gran secreto sobre usted y todo lo que pasó en su expedición... pero el otro día escuché una conversación entre dos de los doctores que atienden su caso. También los escuché hablar sobre el estado de su amigo.
-¿Qué fue de él?- Pregunté anhelante, sin poder contener el temblor de mi voz.
La enfermera volvió a mirar hacia fuera, en donde los guardias aún permanecían impertérritos a nuestra apagada conversación, y adoptó una actitud conspirativa. Bajando aún más la voz, hasta transformarla en un apagado susurro, me dijo:-
-El doctor Cedis entró en este hospital al mismo tiempo en que usted fue internado, pero pocos días después fue trasladado, para su aislamiento total, al Instituto de Investigación Neuropsiquiátrica de Nueva York.
-¡Pero en ese sitio solo son internados los pacientes mentales de extrema peligrosidad!- Exclamé sorprendido. Ante el alarmado rostro de Annah, bajé la voz- ¿Estás segura?
-Eso es lo que oí. Cuando llegó acá, su actividad cerebral era anormalmente alta y, según pude llegar a entender, su cuerpo hacía cambiado totalmente... como si no fuera enteramente humano- Calló unos instantes, como si estuviera sopesando lo que diría a continuación- Doctor Bars... Dewan, me caés muy simpático y no me cabe ninguna duda de que sos un buen hombre... pero cuando llegaste acá no eras la misma persona que sos ahora...
“Creo que muchos de los profesionales que te atendieron pensaron, por un momento, que ibas a terminar igual que tu amigo.
Apretándome la mano en un gesto de cariño, la enfermera se retiró, dejándome a solas con mis oscuros pensamientos.
“Cuando llegaste acá no eras la misma persona que sos ahora”, resonaron en mi cabeza las palabras de la muchacha.
CONTINÚA...
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