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martes, 16 de junio de 2015

LA INIQUIDAD DE LAS SOMBRAS (16) por Daniel Barragán

CAPITULO XII
TERRORES DE LA MENTE

El sol acarició todo mi ser, envolviéndolo en la dorada luz de una tarde primaveral. El frondoso árbol, bajo el cual me hallaba, se agitó suavemente. Ese tenue movimiento hizo que apartara mi atención de la pantalla plásmica en la que estaba leyendo una apasionante novela de acción histórica, una temática muy de moda en las páginas de Overnet. No pude evitar que una sonrisa asomara a mis labios… y había un buen motivo para que eso sucediera.

Pocos minutos antes, Annah se había llevado la bandeja con los restos del suculento almuerzo que había disfrutado. Aún rondaba en mi cabeza la visón de la dulce mirada que me había dirigido antes de retirarse, unos ojos verdes que habían despertado en mí sentimientos que creía olvidados para siempre luego de los horrores vividos.

-“Querido Dewan... me parece que te estás enamorando de esa chica- Me amonesté socarronamente- ¡A tu edad y con alguien tan joven!

-Dewan- Dijo la voz de una mujer que, aparentemente, se hallaba parada detrás de mí.

Al intentar darme vuelta para ver de quien se trataba, una helada mano, una zarpa arrugada y descompuesta, se posó sobre mi hombro. Sentí que un frío de naturaleza abismal envolvía todo mí ser.

Quise gritar, pero ningún sonido pudo salir de mi boca.

Quise pararme y huir, pero mis piernas se negaron a responderme.

La poderosa garra se hundió ferozmente en mi carne y, con un brusco tirón, me hizo dar media vuelta.

-Dewan...- Dijo, sin emitir palabras más que en mi cabeza, el espantoso cuerpo muerto de lo que alguna vez había sido una mujer- Ellos, Los que acechan, están aguardando por ti.

Una estremecedora lobreguez, más negra que las sombras habituales, cayó sobre mi persona con una furia inusitada. Cuando finalmente pude dirigir mi atención hacia lo que me rodeaba, sentí que la locura ganaba cada uno de mis aturdidos sentidos.


(Los que acechan)

El primaveral y bucólico paisaje que poco antes había estado disfrutando había cedido su lugar a un terrible erial devastado por una tormenta de características sobrenaturales. El suelo estaba resquebrajado y seco, agostado de toda vida. 

El magnífico árbol, que poco antes me susurrara invitador, yacía destrozado en el suelo, como si hubiera sido víctima de un poderoso huracán. El aire mismo estaba enrarecido, carente de los perfumes y olores que le eran característicos. 

Pero lo más pavoroso era el cielo, en el que se arremolinaban furiosas nubes y extraños resplandores de colores que resultaban totalmente desconocidos para el ojo humano.

Era la visión del mismísimo infierno. Un infierno que se encontraba dispuesto a devorarme.

-Dewan... –Repitió una y otra vez la mujer muerta- Dewan...

Los fríos ojos de la imposible monstruosidad se abrieron aún más. Mi cordura comenzó a desaparecer y, en un vano intento por escapar de todo eso, cerré mis ojos.

-Dewan- Dijo nuevamente una voz femenina, aunque esta vez no era antigua ni terrible... sino que por el contrario era cálida y cariñosa- Dewan...

Abrí nuevamente mis ojos y vi que me encontraba acostado en la cama del hospital. Junto a mí se hallaba Annah, la cual acariciaba mi cabeza con afecto.

En ese momento fue cuando me di cuenta que todo lo que había vivido, esa dantesca visión, había sido tan solo una terrible pesadilla.

-¡Annah!... yo... ¡Era tan real!- Exclamé con desesperación, mientras tomaba con fuerza la delicada mano de la enfermera.

-No tengas miedo, querido Dewan. Aquí estoy yo para cuidarte- Me sonrió de forma tal que, por unos instantes, sentí mi corazón latir apresuradamente- Es tan solo una fea pesadilla... tan solo eso.

Apoyé mi cabeza sobre la almohada, sin soltar la mano de mi ángel guardián. En mi ensueño percibí que sus labios depositaban un tenue beso sobre los míos. El delicado aroma de su piel actuó como un bálsamo para mi atormentado espíritu.

-Dormí tranquilo mi amor- Me pareció oírle decir entre las brumas de un sueño reparador que comenzaba a ganarme- La noche no es eterna y yo voy a estar con vos para cuidarte.

Cuando desperté, muy temprano en la mañana, la mano de Annah aún seguía tomando la mía.


CONTINUA...

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