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viernes, 29 de marzo de 2019

LAS CRONICAS DE THERPPAN - Daniel Barragán

LA RESURRECCION DEL DIOS-BESTIA (2° Parte)
RESUMEN DE LO PUBLICADO: De camino hacia las guerras del reino de Yauratminian, el guerrero mercenario conocido como Akilón se topa con Ezra, un granjero euderppanno que se encuentra embarcado en la búsqueda de su hija, quien ha sido raptada por unas demoniacas criaturas: los Ullons.


***
Ganados por la premura, Akilón y Ezra continuaron su avance hacia las estribaciones de la imponente cordillera que se perfilaba contra el tormentoso cielo, en donde unos ominosos relámpagos indicaban la inminente llegada de una descomunal tormenta. A pesar de la agotadora marcha diurna, el espíritu de la inminente batalla contra unas fuerzas que desafiaban toda lógica hizo que el guerrero olvidara totalmente su cansancio... y, por supuesto, el temor no formaba parte de su manera de ser.

-“El temor paraliza las manos, el corazón y el alma- Pensó, mientras acariciaba inadvertidamente el pomo de su espada- En estas tierras el temor mata aun al más poderoso de los guerreros”.

El invisible sendero por el que estaban marchando los condujo a una amplia planicie semipantanosa con altos pastizales. A pesar del constante estruendo de la inminente tempestad, a sus oídos les llegó otro sonido retumbante. El inquietante batir de unos tambores.

-Estamos cerca de nuestro destino…- Murmuró Akilón, mientras sentía que la adrenalina comenzaba a correr por sus venas- Es mejor que desmontemos y continuemos a pie. Esta zona en inviable para nuestras cabalgaduras.

Luego de dejar a las bestias convenientemente atadas, el guerrero y el granjero avanzaron con dificultad por entre el profuso pastizal y el lodoso suelo. El sonido de los tambores fue creciendo y, junto al mismo, pudieron escuchar unos aberrantes aullidos que en lo absoluto parecían ser emitidos por una garganta que fuera remotamente humana. Al apartar unas gigantescas hojas de Dakans, finalmente pudieron ser testigos de una escalofriante escena que los impresionó vivamente.

En una suerte de anfiteatro rocoso natural, sin duda las primeras manifestaciones de la cercana cordillera, una multitud de criaturas semihumanas danzaban grotescamente en torno a una gran hoguera. Si bien aguzaron su vista, no pudieron distinguir con exactitud el aspecto que tenían esas aberrantes presencias. Tan solo eran sombras recortadas al fulgor de las llamas.

-Los demonios de la oscuridad…- En la voz de Ezra se traslució el temor primitivo ante algo que no podía llegar a comprender- ¡Adáki, el eterno pueda protegernos del mal!

-En este sitio estamos dejados de los dioses benignos- Fue dura la respuesta Akilón. Su mirada tenía la templanza del acero. Golpeó la funda de su espada, al tiempo que agregaba- Tan solo son reales nuestras armas y nuestro valor… ¡Tu hija no se encuentra sola en este infierno!

-¡Tienes razón, bravo guerrero!- Ezra asintió gravemente y tomó con fuerza su lanza. En su rostro se pintó una inquebrantable determinación-¡Esos monstruos pagarán caro el haberse llevado a mi niña!

Con extrema lentitud y tratando de no hacer ningún ruido que pudiera delatarlos, fueron avanzando hacia el sitial en donde se celebraba el rito. Una vez situados tras un montículo de altas hierbas, volvieron a dirigir la atención hacia sus enemigos.

A un lado de la llameante hoguera, erguido sobre un sitial de piedra negra, una suerte de chamán Ullonn agitaba sus brazos cabalísticamente al tiempo que, con un lenguaje que les resultó totalmente desconocido, emitía una serie de palabras de naturaleza claramente invocatoria. La luz otorgada por las llamas les permitió ver con detalle la fisonomía de la demoníaca criatura. 

La misma era una entidad de características simiescas, de algo más de dos metros de altura, cuyo cuerpo estaba cubierto de una abundante y sucia pelambre. Sus brazos eran extremadamente largos y terminaban en unas afiladas garras negras. Lo más impresionante de esa criatura era su inhumano rostro, con rojos ojos hundidos en sus cuencas, dos hendiduras membranosas por fosas nasales y una boca anormalmente grande de la cual sobresalía una fila de punzantes dientes de color amarillo correoso. Todo su ser exudaba una espeluznante y primigenia maldad.

Sobreponiéndose al estupor causado ante esa dantesca visión, Akilón dio un ligero toque en el hombro a Ezra, el cual parecía sumido en un horror contemplativo.

-Allí a la derecha puedo ver una construcción- Dijo en voz baja, al tiempo que señalaba hacia una serie de ruinas que se alzaban entre medio de una enramada- Es probable que tu hija pueda llegar a encontrarse allí. 

Ocultándose entre los arbustos para no ser descubiertos, Akilón y Ezra avanzaron por la selva que lindaba el claro hasta llegar a las cercanías de la construcción observada por el guerrero. Sin mediar ninguna palabra con su compañero, finalmente salió al claro. El espíritu del guerrero latía muy fuerte en su interior y ya nada lo detendría… o al menos era lo que creía.

De manera súbita, una presencia que había permanecido escondida en la oscuridad saltó sobre él emitiendo un furioso chillido. 

El impulso que llevaba el bestial Ullonn que se encontraba de guardia hizo que ambos rodaran por tierra. Akilón pudo sentir la fétida respiración de la mortal criatura y el chasquido de unos dientes cerrándose con furia cerca de su garganta. Sin perder la entereza, el guerrero aplicó un rudo golpe en el rostro de la bestia, quien de manera inmediata soltó a quien había considerado como una presa indefensa.

Cuando ambos pudieron levantarse, el monstruo volvió a lanzarse al ataque con sus poderosas garras extendidas. Pero esta vez el guerrero ya no se encontraba desprevenido y su reluciente espada atravesó de lado a lado a su salvaje agresor.

Mientras extraía su arma del cuerpo muerto, miró a su alrededor en busca de Ezra y lo vio ultimando con su lanza a otro de los Ullonns, que evidentemente se encontraban de guardia.

-¡Dos malditos demonios menos!- Dijo jadeante. En su rostro ya no se evidenciaba temor alguno.

-Nuestra suerte no va a ser eterna, amigo mío. Todavía tenemos que encontrar a tu hija y tratar salir a salvo de este infierno. Si nos descubren estas bestias estamos totalmente perdidos. Para ellos tres víctimas son mejor sacrificio que uno.

Sin perder el tiempo, se dirigieron hacia una pequeña estancia que se encontraba débilmente iluminada por una antorcha que colgaba de una de sus derruidas paredes. Apenas entró, Akilón sintió que se quedaba sin aliento… y no era para menos.

Encadenada a una a un grueso poste de madera, una joven mujer totalmente desnuda jadeaba aterrada. A pesar de las heridas infligidas por sus captores, la muchacha de ojos rasgados, pelo increíblemente platinado, senos firmes y tez olivácea era dueña de una excepcional belleza. 

 -¡Sherité, hija mía¡- Gritó el cazador, al tiempo que avanzaba con paso presuroso hacia la hermosa prisionera- ¡Loados sean los dioses benignos!

Durante unos breves instantes la joven los miró sorprendida pero, al reconocer por fin a su padre, en su rostro hizo aparición un inequívoco gesto de alegría ante la presencia de sus inesperados salvadores.

-¡Padre mío! ¡Había perdido toda esperanza de que vinieras en mi ayuda!- Dijo ganada por la emoción. En sus bellos ojos hicieron su aparición lágrimas de auténtica felicidad. No sin cierta sorpresa observó fijamente a Akilón, al tiempo que su rostro enrojecía- ¡Un noble guerrero te acompaña! ¡Loados sean los dioses! ¡Mis ruegos han sido escuchados!

Mientras se daban muestras de mutuo cariño, Akilón tanteó las cadenas que sujetaban a la mujer. Sin dejar de observar las esculturales formas femeninas con ardiente deseo, tomó los eslabones entre sus manos. Los músculos de sus brazos se tensaron en un titánico esfuerzo y, finalmente, el sordo chasquido metálico le indicó el éxito de su obra.

Igual suerte corrió la otra cadena y Sherité, ya totalmente libre, se levantó dificultosamente gracias a la ayuda de su padre. Volviendo a mirar con admiración a su salvador, la joven murmuró:-

-¡Gracias!… ¡Gracias, valiente y noble guerrero! ¡Te debo mi vida!

-No podía dejar sola a una hermosa joven en manos de esas bestias diabólicas- Respondió Akilón, al tiempo que sonreía- Pero todavía no cantemos victoria. Aun debemos salir sin que nos…

En ese mismo momento, se dejaron escuchar una serie de gritos cercanos, devolviendo a los tres a la realidad de la peligrosa situación en la que se encontraban envueltos.

-¡Un cortejo de esas infernales criaturas se están dirigiendo hacia aquí!- Exclamó Ezra, quien se había asomado brevemente al exterior- ¡Es preciso que huyamos rápidamente de este infernal lugar! 

Sherité se vistió con lo que quedaba de su destrozada túnica y el trío finalmente salió al exterior, pero lamentablemente ya era tarde. Una veintena de Ulonns, con el chamán a la cabeza, ya se encontraban a pocos metros de ellos. Al ver a los prófugos, lanzaron terribles aullidos y se abalanzaron en una desordenada horda.

La salvaje acometida fue recibida por los tremendos mandobles de la espada de Akilón y la certera lanza de Ezra. El enfrentamiento se transformó en una auténtica carnicería de confusos cuerpos bañados en sangre y el sonido de huesos destrozados. La muerte reclamó a muchos de los Ullonns que se atrevieron a enfrentar a los dos osados luchadores.

El número de enemigos fue disminuyendo de manera ostensible y, finalmente, Akilón se vio frente al aterrado chaman, el cual retrocedió rápidamente hacia la hoguera. Las restantes criaturas, al ver que su jefe se encontraba en peligro, cesaron su ataque y se mantuvieron en temerosa expectativa ante lo que pudiera llegar a acontecer.

Habiendo acorralado al brujo, el valiente guerrero levantó la afilada espada sobre su cabeza. El acerado metal con el cual había sido forjada en las herrerías de Whizora brilló ominosamente a la luz de las llamas. 

Antes que el mortal golpe fuera asestado sobre su cráneo, el Ullonn elevó sus brazos hacia el cielo y de su inhumana boca salieron una serie de extrañas palabras, cual si fuera una suerte de ominosa invocación.

-¡Y´tah, K´woda inar t´piora!… ¡Y´tah L´tizt, achari k´woda!… ¡K´woda L´tizt ankhara! ¡K´woda L´tizt ankhara!

… y cayó hacia atrás, desapareciendo dentro de la hoguera.

Al recibir el cuerpo, las llamas crecieron en intensidad, compitiendo con los fulgores del tormentoso cielo. Un estridente sonido, que parecía provenir de las entrañas mismas de la tierra, llenó de espanto a todos los presentes.

De las furiosas llamas una sombra fue cobrando sustancia y unos enormes apéndices tentaculares, oscuros como la pes, se agitaron por sobre la cabeza de Akilón. Presos de un horror infinito, los Ullonns sobrevivientes huyeron en desbandada hacia la selva circundante al tiempo que lanzaban escalofriantes aullidos. Akilón retrocedió con rapidez, reuniéndose con Ezra y su hija.

-¡Es hora de irnos de este infernal lugar!… lo que allí se esté fraguando es mortal para nos…

Sherité lanzó un grito, al tiempo que señalaba aterrada hacia la hoguera.

-¡Allí!... ¡Allí!... ¡Es el dios-bestia encarnado y viene en nuestra búsqueda!

Akilón se volvió sobre sí mismo, dispuesto a enfrentarse a lo señalado por la joven. Lo que vio emergiendo entre las llamas lo dejó totalmente paralizado, ya que su sola existencia desafiaba toda lógica humana.

Una ciclópea masa de naturaleza cuasi gelatinosa de color negro se arrastraba convulsivamente por el suelo fangoso al tiempo que agitaba, cual si fueran látigos, unos tentáculos que salían de todas partes de su informe cuerpo. 

Los múltiples ojos rojizos, dispuestos sobre lo que parecía una grotesca cabeza, se movían de un lado a otro en busca de sus potenciales víctimas. La boca, una caverna en la que se veían varias filas de aserrados dientes, dejó escapar un ululante graznido al percibir a las tres presencias que se encontraban a poca distancia. Trasponiendo del todo la barrera ígnea, la odiosa criatura se arrastró sobre su carnoso vientre, dispuesto a devorar las ansiadas presas.

Sin perder un instante, el trío huyó hacia la selva. Tratando de no sentir los duros ramalazos de la intrincada foresta que se les oponía, corrieron desesperadamente a fin de poder salvar sus existencias mortales. Más por suerte que por pericia, finalmente arribaron al sitio en el cual se encontraban sus cabalgaduras. Las bestias, al presentir el horror que se estaba acercando, gruñeron y se movieron inquietas.

-¡Rápido, monten!... ¡No hay tiempo que perder!- Gritó Akilón, mientras volvía a sacar la espada de su cinto-¡Yo me enfrentaré al monstruo! ¡Pónganse a salvo!

-¡No valiente guerrero! ¡Esa criatura te destruirá en cuanto te tenga a su alcance!- Respondió Ezra, mientras ayudaba a montar a su hija en el Gakar- ¡Has hecho mucho por nosotros! ¡Deja que sea yo quien lo enfrente!

-¡He dicho que montes!-Interrumpió con brusquedad Akilón. En su mirada se podía observar una fría determinación- ¡Tienes que salvar a tu hija!

A regañadientes, el granjero montó su cabalgadura y salió al galope hacia el camino por el que habían llegado. El guerrero se quedó observándolos hasta que desaparecieron en la espesura. Dirigió la atención a su espada que tantas veces lo había acompañado en la batalla y sonrió torvamente.

-Bueno vieja amiga, quizá esta sea nuestra última batalla… ¡Pero será una que habrá valido la pena vivirla!

Plantándose firmemente sobre sus piernas, esperó estoicamente la llegada de la bestia. Aun así y a pesar de sus negros presentimientos sobre el incierto futuro que le estaba aguardando, su valor y entereza no flaquearon en lo absoluto. Fuera o no un dios, a Lititz no le sería nada fácil el poder derrotarlo.

Dos enormes Dakans que se encontraban a pocos metros fueron arrancados prácticamente de raíz para dejar su paso a la aborrecible criatura. Al notar la presencia de Akilón, dejó escapar un sonoro rugido y comenzó a deslizarse hacia lo que consideraba una presa indefensa.

Cuando el nefasto destino del guerrero estaba por cumplirse, otro rugido replicó al emitido por la extranatural abominación. 

Entre unos frondosos arbustos Chitoris hizo su aparición un Milenor. Un feroz monarca de la selva de un tamaño tal que dejó sobrecogido a Akilón. Al ver a su nuevo enemigo, el dios-bestia comenzó a agitar de manera amenazadora sus tentáculos y se abalanzó sobre el saurio, quien a su vez se dirigió con pasos rápidos hacia lo que sería un combate sin igual.

El choque entre las enormes bestias fue brutal y, a la creciente oscuridad de la noche, Akilón solo pudo ver masas de carne y dientes debatiéndose en un océano de barro y vegetación. Tan solo el refulgir de los relámpagos le permitía adivinar las tornas del increíble enfrentamiento. 

Aun así, y pesar de su fascinación, aprovechó esa inesperada oportunidad para usarla en su favor y fue retrocediendo por el sendero, sin dejar de observar el increíble acontecimiento.

El Milenor, casi afixiado por los poderosos tentáculos, se debatió con furia y aplicó sus enormes dientes en la cabeza del aterrador dios-bestia. Un borbotón de sangre espumosa de características luminiscentes mano de las terribles heridas infligidas. Excitado por el olor de la misma, el reptil continuó mordiendo con ferocidad inusitada, desgarrando enormes pedazos de la carne sobrenatural. Aun sintiendo que agonizaba, Lititz continuó comprimiendo el cuerpo de su contrincante hasta que se dejó escuchar el sonoro chasquido de huesos rotos.

En un instante de espeluznante calma, el cuerpo del Milenor pareció desmadejarse y cayó pesadamente sobre uno de sus costados. Sus vidriosos ojos observaron por última vez el cielo que, en ese mismo momento, comenzó a descargar todo su poder en un feroz aguacero.

La criatura negra, que había sido adorada como un dios viviente, se agitó convulsivamente al tiempo que emitía aterradores bramidos. Finalmente dejó de moverse.

-El dios-bestia ha muerto… el mal ha sido conjurado- Murmuró Akilón, mientras envainaba su espada y se encaminaba por el sendero en busca de sus compañeros de aventura- ¡Loados sean Adaki y Adalai!

No tardó demasiado en encontrarlos, ya que los mismos se habían detenido en una pequeña laguna con el fin de lavar las heridas de la muchacha y recuperar fuerzas. Cuando el guerrero hizo su sorprendente aparición, la bella Sherité se echó, sin vergüenza alguna de su semidesnudes, sobre el fornido guerrero que la había salvado de un atroz destino. Detrás de ella, Ezra lo miraba complacido por verlo sano y salvo.

-Mientras huíamos pudimos escuchar los terribles rugidos y realmente creímos que había sido tu fin- Dijo festivamente el cazador, tras escuchar el increíble relato de Akilón- Es realmente una gran suerte que no haya sucedido así- Lo tomó del hombro y agregó- Vendrás a mi hogar y festejaremos… ¡Todo lo mío será tuyo!

El guerrero no pudo evitar mirar de soslayo a la hermosa Sherité, en cuyos ojos rasgados podían adivinarse enormes promesas, y sonrió con satisfacción. Las guerras en Yaurátminian tendrían que esperar un poco.

-“¿Qué más puedo pedir de esta vida?-Pensó, mientras daban inicio al feliz regreso- ¡Una buena batalla! ¡Amigos leales! ¡Una hermosa mujer!...

“Pero, ¡Ah!, ¡Lo que daría por una deliciosa botella de vino dorado de las cosechas de Lir!”

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