Textos e ilustraciones de Daniel Barragán (Alias Terraman)
MODERNOS
DIOSES PORTEÑOS (1)
“Nadie podrá
jamás entender las motivaciones de un dios, sea este una omnisciente criatura
celestial o un pavoroso morador de las tinieblas”
Enrique
Pintos Trejo-El viajero persistente
No existen
dioses sin alguien que crea en ellos.
Bajo esa
extraordinaria simbiosis han pervivido, por siglos, todas las leyendas y
creencias de la humanidad. Con el arribo de la era del razonamiento, la lógica
y la explicación científica, estas deidades, muchas de ellas producto del miedo
y la ignorancia, han ido cayendo en el olvido.
Pero ese
olvido ha dejado su lugar para el advenimiento de nuevos poderes que se mueven
con soltura entre nuestros megalíticos templos de acero y vidrio, exigentes en
pedir sacrificios y muertes que los ayuden a perdurar en este nuevo siglo,
lleno de terrores tan espantosos como la bomba atómica o Internet.
Seres que
perviven más allá de la imaginación, solamente conocidos a través de los
susurros apagados de aquellos que saben sobre la existencia de estas increíbles
deidades.
Este escrito,
que solo pretende ser un compendio sobre ciertos dioses que moran en aquellos
ángulos oscuros de la
Buenos Aires secreta, tuvo como fuentes de consulta el
“Bestiario Mitológico de Ibero América” de Juan Alfonso Echearri (-1956- Editorial
Ramon Sopena, Argentina) y la conocida obra de José Gizelli: “Mitografías
contemporáneas” (-1991- Ediciones Mandrágora, España) dos de los libros más
importantes en lo que respecta a las leyendas y mitos de nuestra ciudad.
LOS CATECÚMENOS
Los mitos no
son solo cosas del pasado remoto.
Increíbles
historias son gestadas al abrigo de los tubos de ensayo o las computadoras de
última generación y existen entidades que pueden ser tan peligrosas como los
antiguos horrores de épocas olvidadas.
En los modernos
templos de cristal de nuestra ciudad pueden escucharse los rezos paganos de sus
muchos feligreses... los adoradores de las tarjetas de crédito o los teléfonos
celulares que, ignorantes, convocan estas terribles potestades, representantes
de los miedos provocados por esa era tecnológica. Porque este mundo de soberbia
y primacía del más fuerte es el lugar adecuado para Ellos y sus accionares.
Y esos nuevos
dioses harán temblar los basamentos en donde se anclaban las creencias
pretéritas.
Y llegarán
con luz y fuego, para sojuzgar el mal que mora en todos nosotros... aún en la
más inocente de las criaturas que habitan este infausto orbe.
Y llevan por
nombre Los Catecúmenos. Los instruidos no bautizados. Los señores de la verdad
definitiva. Los eternos castigadores de todo mal.
No se sabe a
ciencia cierta cuales fueron sus orígenes. Se habla, en susurros, de manejos
genéticos asociados a la magia arcana. Otros nos narran sobre la existencia de
una orden esotérica olvidada que, creída de su superioridad, había pagado con
creces el haberse soñado dioses creadores de otros dioses aun más extraños que
a los que adoraban.
También es
nombrado un increíble objeto de poder, creado por un olvidado y oscuro artesano
del mal, cuya diabólica influencia ayudó a moldear sus deíficas formas.
Su iglesia
son todas las iglesias y no son ninguna, y está en todos los sitios. Aparece
acá y allá, cuando menos es esperada. En un momento un oscuro baldío puede
parecer abandonado y al otro está allí, con el espanto que representa su realidad.
Sus frías
paredes de piedra brillan enfermizas, devorando a su paso la luz y la
esperanza. Poderosos e imponentes, sus múltiples capiteles miran desde alturas
inconmensurables a la inmensa ciudad, como estudiando sus sucios pecados. Sus
ciclópeas puertas de maderas y metales desconocidos, pues no pertenecen a esta
realidad, se abrirán chirriantes ante el arribo de los Señores de la Verdad Definitiva.
El Monaguillo
de las Sombras, que fuera uno de los grandes sacerdotes caídos y vuelto a
renacer, es su mensajero. Su retorcido cuerpo vaga sin descanso por las calles
de la gran ciudad, anunciando el advenimiento de los nuevos tiempos.
Y tal como es
la trinidad sagrada, tres serán los encargados de juzgar a la humanidad que
infecta el planeta. Con sus múltiples ojos sin párpados vigilan y ven más allá
de la mentira.
El primero de
ellos es A´thalon, el Papa rampante, de alta figura y finos tocados. Su largo
cayado, de brillantes piedras preciosas de muchos y desconocidos colores, se
encargará de juzgar los males futuros de la humanidad.
El segundo
tiene por figura el cuerpo de una mujer, envuelta en negros velos de castidad,
y recibe por nombre el de B´elzeth, la Madre Superiora.
Ella juzga las maldades de aquellos aun no nacidos, que se gestan en los vientres
maternos.
El tercero,
pero no el último, es C´amesh, el monje de amplio manto carmesí. Sus pavorosos
ojos juzgan con ferocidad las actitudes pasadas y los pensamientos pecaminosos
de los puros de corazón.
Nada escapa a
su inquisitiva presencia. Sus decisiones son inflexibles. Su atroz frialdad no
tiene límites. La tríada castiga, sin discriminar, a toda forma de mal e
imperfección humana.
¡Cuida tus
pasos, mortal que corres inútilmente tras el dinero y la gloria! ¡Ellos
castigan con fuego, azufre y vara, tal es su terrible poder, tu orgullo de ser
un hombre moderno!
No hay comentarios:
Publicar un comentario