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miércoles, 2 de enero de 2013

HISTORIAS DEL BUENOS AIRES SECRETO (IV)

EL SECRETO DE LA CRUZ DE THORME (I)
Por Daniel Barragán (Alias Terraman)
Parte de este texto fue publicado originalmente en la revista "Floresta y su Mundo"
La Cruz de Thorme, según un dibujo aparecido entre los papeles del
poeta y literato Enrique Pintos Trejo

Nuestra entrañable ciudad de Buenos Aires esconde secretos que se hallan amparados tras medias verdades y oscuras supersticiones populares. 

Detrás de cada pared descascarada y cada antigua fachada son gestadas historias que han sido casi olvidadas por el común de la gente.

Una de las mas extrañas e inquietantes es sin duda alguna la de la Cruz de Thorme, mejor conocida como la Cruz Daga del Diablo, cuya existencia se halla íntimamente ligada con los destinos de nuestra ciudad.

Pero todo relato, conocido o no, tiene un origen… o eso queremos creer.

Para hablar de la Cruz Daga deberemos adentrarnos en las arenas del tiempo hacia la Europa del siglo XII, un oscuro continente plagado de maldad, ignorancia y supersticiones. En todo ese caos, la todopoderosa iglesia cristiana regía las existencias de países, nobles y simples plebeyos con mano de hierro.

Bajo esa égida de indiscutible poder, casi divino, viviría su existencia Phillipus de Tormesolle, un noble de bajo rango que había tomado los hábitos y cuyo nefasto hado lo llevaría a regir los destinos del cristianismo con el nombre de Augusto I.
Phillipus de Tormesolle
(Grabado en bronce de finales del siglo XII)

Actualmente, el nombre de este obispo de Roma ni siquiera figura en los registros eclesiásticos del vaticano, por lo que su paso por este mundo ha sido totalmente olvidado. 

Pero las habladurías y cuentos perviven por encima de las censuras impuestas por las autoridades oficiales de cualquier tipo, para terminar transformándose en leyendas que van pasando de boca en boca a través de las sucesivas generaciones. Dichas historias, si uno sabe comprenderlas, explican los motivos por los cuales las pruebas sobre la existencia de este Papa hallan sido totalmente borradas.

Según se cuenta, el reinado de Augusto se caracterizó por su extrema crueldad, el desprecio por la vida de la gente común y por las torturas y extraños ritos que eran llevado a cabo, los cuales parecían estar más emparentados con los quehaceres del Diablo que con los pareceres del Señor de los cielos.

Se decía que, amparado en el anonimato y el poder que tenía en sus manos, él y sus allegados había realizado un pacto infernal, sirviendo con fidelidad a algunas potestades que eran mucho más antiguas que las propias creencias humanas. Tras su manto de pureza y servicio a Dios, este auténtico Papa Oscuro escondía en su interior un corazón brutal y libidinoso, deseoso de las debilidades de la carne.

Los maléficos planes de Augusto y sus seguidores serían efímeros ya que, al cumplirse apenas un año de su papado, sería destituido precipitadamente por aquellos que habían visto con horror las blasfemias cometidas en la casa de Dios.
De manera inmediata, el Papa Inocencio III tomó posesión del trono de Roma e introdujo en 1199 un sistema de lucha contra la herejía, conocido como la Inquisición, cuya influencia se extendió entre los principales países del continente europeo durante aproximadamente cinco siglos.

Pero el mal se hallaba lejos de ser derrotado, pues Tormesolle y sus acólitos habían abandonado de manera precipitada la península itálica, antes de poder ser atrapados y juzgados por los cargos de herejía. Su huida los llevaría a tierras españolas, en donde finalmente encontrarían asilo en el castillo del Conde Federico Alejandro de Almirón y Chazarreta, que se hallaba situado cerca de las estribaciones de Los Pirineos.

Durante dos décadas de paz aparente, Phillipus se encargó de iniciar al señor del castillo y a varios nobles en el manejo de las artes negras, entre las que se contaban terribles vejámenes a niños inocentes, relaciones incestuosas, canibalismo y sacrificios humanos a ciertos olvidados dioses a los que adoraban.

Para este último fin fue forjada en las herrerías del castillo una cruz, de unos sesenta centímetros de largo y cuyo extremo inferior era tan afilado como la hoja de una espada. La misma era sumamente liviana y de fácil manejo ya que, según se dice, estaba construida en un metal totalmente desconocido que había sido extraído de un meteorito caído a pocos kilómetros de Stuttgart, en estado federado alemán de Baden-Wurtemberg.

A lo largo de su borde se hallaban tallados, en los inmundos caracteres del alfabeto Ghunti, los nombres secretos de los siete dioses primordiales que habían existido cuando el universo aun era joven: Yagh-Mhalyoght, el centro del caos primigenio; el entrópico S´tor; I´dhael, quien acecha en los abismos; Seth-Ballath, que husmea en los rincones del tiempo; Ibtha, señor del olvido y la decadencia; E´rech, que es gusano y carroña, y el gran Targost, amo inmortal de la ciudad escondida de Irkthara.

Ese instrumento del mal sería conocido con el nombre de Cruz Daga del Diablo o Cruz de Tormesolle y, según narran las tradiciones orales, con ella fueron realizados más de mil sacrificios humanos en las catacumbas del castillo.
Imagen de la Cruz Daga aparecida en una de las páginas del libro "Ritos de
la Carne" de Theophilus Eramus Kane (Siglo XIV)
Con rapidez casi sobrenatural, las zonas circundantes al castillo se sumieron en el espanto, cuando los pobladores se dieron cuenta de que sus vidas corrían serio peligro y que nada podían hacer para detener toda esa maldad, ya que el perverso conde tenía bajo su mando a un nutrido y muy bien pagado grupo de soldados fuertemente armados, los cuales cumplían con total fidelidad sus órdenes.

Las nefastas noticias de esos terribles actos no tardaron en llegar a oídos del rey Alfonso VIII, el cual solicitó al Santo Oficio (nombre con el que era conocida la Inquisición en España) el investigar tales hechos. El aterrador informe recibido, en el que incluso estaba implicado un golpe de estado a la corona, llevó a poner a disposición de los inquisidores nada menos que dos divisiones del ejército español para que atacaran el castillo del conde corrupto.

Luego de una breve, pero feroz, resistencia, el castillo fue finalmente doblegado y destruido hasta sus cimientos. El otrora Papa Oscuro fue apresado, juzgado por hereje y quemado en la hoguera. 

Mientras era devorado por las llamas, Tormesolle profirió extrañas e inquietantes maldiciones hacia todos aquellos que se habían atrevido a él y a la cruz diabólica.

Los restos carbonizados fueron enterrados en un lugar oculto, cuyo paradero actual aun permanece totalmente desconocido.

La Cruz Daga fue hallada en uno de los sótanos del ruinoso castillo y, lejos de destruirla como hubiera correspondido, fue enviada a la Iglesia de San Bartolomé, en Valladolid, como prueba viviente de que la brujería y sus seguidores podían ser destruidos si obraba bien la fe cristiana.
Ciudad de Valladolid en 1574
En su soberbia, los clérigos creyeron que el mal había sido conjurado definitivamente, pero lo que no sabían era que la mentada cruz se hallaba protegida por un poder mucho mayor de lo que se había llegado a imaginar.

Los sangrientos sacrificios realizados con la misma había atraído y alimentado a un oscuro morador del infierno. Algo que nunca debería haber sido convocado, invisible a la mirada de los puros de corazón pero cuya aterradora presencia se podía sentir en lo más profundo del alma humana, custodiaba a la perversa cruz con inusitado celo.

En un principio ese maligno poder permaneció en calma y a la expectativa durante casi 100 años, en una mazmorra aislada de la iglesia, hasta que en el invierno de 1319 volvió a campar en nuestro mundo.

Un curioso monje Franciscano, que esta haciendo un relevamiento histórico de los templos del norte de España, dio por casualidad con el lugar en donde reposaba el perverso instrumento creado por el Papa Oscuro. De manera imprudente, y desatendiendo los ruegos de sus compañeros de viaje, bajó a los sótanos de la iglesia, en busca de los secretos que este pudiera esconder.

Esa misma noche, una gran tormenta se desató sobre la ciudad, con una ferocidad pocas veces vista por esos sitios. El terror provocado por el inusitado fenómeno, cundió en los alrededores de la sede eclesiástica, pues la misma parecía haberse transformado en el centro del castigo que venía desde los cielos.

Un desgarrador grito de agonía, que parecía provenir de una garganta que había dejado de ser humana, pudo ser escuchado por numerosos testigos aterrados. Ese horrible sonido caló muy hondo en sus corazones y almas, por lo que nadie se atrevió a descender por las escaleras de piedra hacia las profundidades.

A la luz del amanecer, cuando las sombras eran menos terribles, los asustados religiosos buscaron al imprudente curioso, pero nunca volvió a saberse de él en nuestro mundo mortal.

En los días que siguieron a la misteriosa desaparición, una atmósfera de creciente maldad fue aposentándose sobre el lugar. Los integrantes y los feligreses de la iglesia de San Bartolomé llegaron a afirmar ante las altas autoridades sobre la presencia de una sombra acechante, que parecía estar observándolos con malevolencia desde los oscuros rincones de la sede.

El santo oficio tomó cartas en el asunto, procediendo al inmediato traslado de la Cruz Daga a otro sitio que fuera más seguro, con el fin de alejarla de la insaciable curiosidad humana.

Extrañamente nadie habló de destruirla.

En los años posteriores, la Cruz de Thorme, así conocida por esos tiempos ya que el nombre de su creador había sido olvidado, sufrió numerosas mudanzas a diversas iglesias de Valladolid; la Santa María la antigua, la Gótica de Santiago y la del Ángel Piadoso; las cuales trataron de retener inútilmente el creciente e infecto poder que parecía emanar de ella. 

En un último y desesperado intento, la maléfica cruz recaló en, irónicamente, la Iglesia de La Cruz, cuyas paredes de piedra habían sido erigidas sobre un antiguo asentamiento celta. En ese sitial tan particular permaneció, en relativa calma, por un lapso de 172 años.
Iglesia de la Cruz a fines del siglo XV
Pero el mal no podía permanecer contenido por demasiado tiempo y la atemorizante presencia comenzó a hacerse presente entre las sombras de los otrora sagrados claustros.

Corría el año 1492 y un ignoto marino, conocido con el nombre de Cristóbal Colón, desembarcó en un continente hasta entonces desconocido por los europeos. Fue así como el nefasto destino de la Cruz daga comenzó a estar extrañamente ligado a las buenas nuevas llegadas de más allá del océano conocido.


1 comentario:


  1. A ver, a ver, Hermano Terraman...

    No dudo que el cronicón del Buenos Aires secreto bien vale París, y que el relato salido de vuestro cacumen está bien construido con las arenas y las piedras del misterio y el goce de la estética gótica.

    ¡Es un placer leeros, creedme!

    Pero de allí a tomar en serio los informes dimanados por el Santo Oficio a.k.a. Inquisición, es lo mismo que hacer caso de las estupendas confesiones que la CIA ha obtenido de los secuestrados en Guantánamo...

    ¡Por favor...!

    Para los que no conocen la historia medieval es bueno aclararles que el Papa Obscuro no es otro que uno de varios de los llamados "anti-papas" que hubo en los gloriosos tiempos de la Francia del movimiento cátaro, los caballeros del Temple (los auténticos), las primeras traducciones de la biblia en lengua vernácula y la construcción de las fabulosas catedrales góticas de las que tanto hablara Fulcanelli.

    Contraria a la visión de las crónicas escritas por los vencedores, esta época es trascendental, afortunada y productiva para los franceses, su historia y su cultura, aunque esté signada por las hogueras y las matanzas en masa ejecutadas por órdenes del Santo Oficio y en nombre de la "verdadera fe y el verdadero papa".

    Espero leer la continuación.

    ¡Saludos!


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