LA INVESTIGACIÓN
Me encontraba en la ciudad de Madrid, preparando una conferencia sobre biotecnología, cuando recibí la tan esperada noticia sobre la muerte de Arthus. Me sentí extrañamente feliz cuando leí el correo que Annah me mandara, ya que por fin habían terminado los terribles sufrimientos padecidos por mi amigo.
Durante unos instantes volví a recordar cada buen momento que había pasado a su lado. Nuestros días de estudio en el la escuela secundaria. Nuestras interminables charlas en el café, sobre temas tan disímiles como política, futbol y mujeres. Incluso no pude olvidar la vez que me había salvado de la feroz carga de un enloquecido Brontoterio, un hecho acontecido durante mi primer viaje al periodo Cenozoico. Y tantas, tantas otras anécdotas nacidas de nuestra profunda amistad...
Aun así, y a pesar de sentirme aliviado por su suerte, no pude evitar llorar en la soledad de la habitación del hotel en el cual me había hospedado. Lloré por él...
Y también lloré por mí.
Mi cansada humanidad estaba hastiada de tanto dolor y miedo, pues intuía que la oscuridad iba cerrándose implacablemente a mi alrededor. Cada día de mi vida se había transformado en una eterna pesadilla cargada de terribles visiones. De manera casi constante, me sentía perseguido por siniestras sombras que apenas lograba entrever. Las mismas parecían estar acechando cada uno de los pasos que daba. Cada una de las decisiones que tomaba.
A duras penas podía concentrarme en mis investigaciones y conferencias, ya que los momentos de serenidad poco a poco se iban perdiendo en lo que, creía, eran los primeros signos de la locura.
En mi interior sabía que la misma enfermedad que había matado a Arthus iba ganando terreno en mi cuerpo.
Cerré los ojos nuevamente, tratando de olvidar todo eso. Solo quedó en la oscuridad de mi cansada mente el rostro de Annah, la bella enfermera que todavía me aguardaba en ciudad Helios. Sonreí al recordar cada uno de los detalles de ese dulce y tenue beso obtenido en una de mis noches a su lado...
-Dewan... - Dijo una fría voz a mis espaldas.
Con el corazón palpitante por un abyecto terror, me di vuelta cual si fuera un rayo, y sentí que el mundo a mi alrededor se había inmerso en una locura dificil de ser explicada.
En un rincón de la habitación, una sombra, más negra que la misma oscuridad que la contenía, comenzó a corporizarse. Jirones de niebla fueron envolviendo una forma humana, dándole sustancia. Un rostro pálido, como cera, de terrible mirada y enmarcado por largos cabellos blancos fue cobrando nitidez, mi horror llegó al límite cuando por fin logré reconocerla.
¡Era la capitana Shannia Molina!
-Dewan- Me dijo con voz lejana, como si no fuera ella la que estaba hablando- Nuestro (tu) tiempo ha llegado. Tus pasos ya no son los tuyos y tu (nuestro) destino aguarda. Los tiempos (sus tiempos) (nuestros tiempos) están llegando y los cielos ya no son los tuyos (nuestros). Tu camino ha sido trazado y las respuestas no serán encontradas en tu desvanecida humanidad... –Levantó su mano y se señaló la cabeza- La verdad está acá adentro.
-Pero... ¿Cuál es esa verdad?- Atiné a preguntar con voz estrangulada.
Mi pregunta fue totalmente inútil, pues la sombra ya se había disuelto nuevamente en la nada.
Ese mismo día suspendí la serie de conferencias que estaba por dar, aunque probablemente a casi nadie le habría importado. La ciudad de Madrid se había sumido en la incertidumbre, cuando las agencias de noticias habían informado sobre más de veinte casos confirmados de la rara enfermedad que parecía estar extendiéndose de manera insidiosa por todo el mundo. Estaba seguro que en muy pocos días haría su aparición el caos y la ley marcial, por lo que no tenía deseos de quedar atrapado en medio de todo eso.
No respondí a ninguno de los mensajes enviados por Annah. Sabía que era inútil hacerlo. Ella no debía sufrir los horrores del camino que se abría ante mí con tanta claridad.
Esa noche de espanto. Esas sombras acechantes, que me eran siniestramente conocidas. Esos recuerdos olvidados eran solo míos. Debía huir de quien más amaba y encaminarme hacia mi destino.
Fuera bueno o malo, tenía enfrentar por fin la verdad que me estaba aguardando.
Mis primeros pasos me llevaron al departamento que tenía en Megabaires, a fin de poder planear el camino que debía seguir. La ciudad a la cual arribé ya no era la misma que siempre creí conocer desde mi infancia. Había cambiado de una forma tan sutil, que me horrorizó cuando me di cuenta lo que realmente se escondía tras sus inmensas torres.
Pero lo que sucedía con mi ciudad natal no era un caso aislado. Las terribles noticias de lo que estaba sucediendo por todo el planeta llegaron a mí a través de mi conexión con Overnet y las perspectivas no eran nada halagüeñas.
Conflictos armados. Corrupción en las altas esferas de poder. Violencia sin sentido. El auge de las sectas apocalípticas, que sumaban entre sus filas a miles de adeptos que querían huir del creciente caos. Catástrofes naturales de increíble magnitud. Hambrunas en lugares donde tal flagelo había sido erradicado. Los extraños colores en el cielo, que ya parecían formar parte de la vida cotidiana, tan preocupada estaba la humanidad con sus propios problemas.
Y por sobre todo eso, el estigma de una terrible enfermedad que parecía estar enseñoreándose sobre el afligido planeta.
Luego de realizar algunas investigaciones, abandoné mi departamento a la semana de haber llegado. Mi anterior existencia fue dejada atrás cuando mis pasos me condujeron hacia ese incierto destino que parecía estar aguardándome en alguna parte de este mundo, que poco a poco se iba desintegrando.
Antes que nada tenía que averiguar más sobre lo que estaba pasando y su relación con la catástrofe de los viajes intertemporales, por lo que en primer término me dirigí hacia Zurich. Allí vivía el profesor Ulric Ben Zaffir, uno de los colegas de Serkis Dakaris. Según lo averiguado a través de Overnet, se trataba de un acreditado paleolinguista que se había especializado en el estudio de las ciencias ocultas, hecho que lo había transformado en uno de los mayores referentes sobre dichos temas.
Sabía que, para tratar de aclarar la situación que había complicado mi existencia, era necesario tener la mayor cantidad de información posible al respecto y, para obtener ese conocimiento, debía acudir a las fuentes que se hallaban ocultas en las páginas de los viejos libros olvidados del conocimiento humano.
La mansión de Ben Zaffir hablaba por si sola sobre la pasión del mismo por los tiempos pasados. La estructura edilicia, construida de ladrillos y sólida mampostería de más de dos siglos de antigüedad, se erigía en toda su firmeza en una zona boscosa que se encontraba en las afueras de Zurich. La misma se erigía en una zona elevada de terreno y se hallaba rodeada de un inmerso jardín, lleno de las más variadas y hermosas plantas que jamás hubiera podido llegar a imaginar. Me gustó, apenas traspasé la enorme verja de hierro exquisitamente labrada, pues daba la sensación de un gran confort y seguridad. Una seguridad de la que andaba muy necesitado.
El personaje que me recibió distaba mucho de lo que imaginaba en un catedrático experto en lenguas muertas. Si bien su edad se hallaba cercana a los ochenta años, vestía a la moda con una holgada musculosa de colores chillones y unos bermudas de corte militar. Su largo y encanecido cabello estaba atado en trenza y todo su cuerpo, bien cuidado para su edad, estaba tatuado con una serie de símbolos de origen místico.
-¡Me encanta que haya podido venir! ¡Desde que recibí su correo informándome sobre su arribo, no veía la hora de poder conocerlo!- Dijo afablemente, al enterarse quien era yo- Los amigos de Dakaris son mis amigos ¡Una verdadera tragedia y una gran pérdida para la ciencia ha sido su muerte!- Me miró con gesto interrogante- ¿Está realmente muerto?
No pude darle ninguna respuesta que pudiera consolarlo, pero mi gesto de pesar fue más que elocuente que cualquier frase que pudiera haber sido dicha. Comprendiendo los motivos de mi silencio, el profesor abrió la puerta en su totalidad y me invitó a pasar.
Una vez en el interior, nos encontramos con una sonriente mujer de cabellos canos y rostro bondadoso, la cual me abrazó como si me conociera desde siempre. Tuve que hacer ingentes esfuerzos por no largarme a llorar ante esa espontánea muestra de afecto.
-Le presento a mi esposa Kheila- Dijo Ben Zaffir. Miró a su esposa y agregó- Si nos perdonás querida, tengo mucho que hablar con mi amigo Dewan.
-Solo espero que lo dejés libre el tiempo suficiente como para que se reponga del largo viaje y pueda comer algo decente... ¡Se lo ve tan delgado!- Respondió la misma, un tanto ofendida por ser echada con tan cariñosa brusquedad.
-No le haga caso... -Me dijo el profesor sonriendo- Desgraciadamente no tuvimos hijos y muchas veces actúa como si fuera una madre sobreprotectora. Si me acompaña vamos a la biblioteca para charlar más tranquilos.
Una vez sentados en unos confortables sillones, generoso vaso de whisky mediante, permanecimos en silencio, estudiándonos el uno al otro.
A pesar del aspecto, poco común para un catedrático especializado en historia antigua, me pareció que estaba frente a un singular individuo con el que podría abrirme por entero. Sabía que él comprendería a la perfección todo lo que había sucedido en la catastrófica misión temporal a bordo de la Juan Salvo.
-Yo sé que pesa sobre usted un gran secreto gubernamental- Dijo finalmente Ulric, anticipándose a mi indecisión- No soy tan tonto como para no darme cuenta que no está aquí para hablar de nuestro mutuo amigo y creo que ni usted mismo está muy seguro de lo que ha pasado.
-Tiene usted razón- Dije dubitativamente- Lo que sucedió durante la expedición de la Juan Salvo aún sigue bajo secreto, pero realmente eso me importa muy poco. Abandoné mi vida pasada hace unos días y estoy embarcado en la búsqueda de las respuestas que me aclaren lo que pasó en esa terrible expedición...
Acto seguido conté al lingüista cada uno de los detalles de mi increíble aventura. La abrupta reentrada al tiempo normal. La tenebrosa biblioteca. El pueblo fantasma. Las bestias sarnosas. Los durmientes. El altar negro en el cementerio. El terrible ritual. Los increíbles monstruos nonatos y el deforme clérigo de manto carmesí. La cruz daga elevándose sobre mis compañeros de viaje...
-Luego de eso no recuerdo nada, excepto el hecho que volvimos como pudimos a la biblioteca y salimos de allí lo más rápido posible. Del profesor Dakaris nunca supe nada, pues cuando llegamos a la esfera, estaba totalmente abandonada... -Me callé, agotado por tantos malos recuerdos y por la vergüenza- Ni siquiera me atreví a salir en su busca.
-Ahora entiendo un poco más sobre lo acontecido... y todo lo que está pasando en nuestro mundo- Dijo finalmente Ulric, luego de un largo silencio- ¿Conoce la historia de Los que Acechan?
Me sentí aliviado, al ver que el lingüista no me había tomado por un loco, y me bebí de un trago la bebida que tenía en mi vaso. El calor del whisky se encargó de mermar el frío que anidaba en mi interior. Finalmente dije:-
-Tan solo lo que me contó mi amigo esa noche en el neurosiquiátrico de Nueva York... lamentablemente se muy poco sobre esos mitos... y eso es precisamente lo que estoy tratando de averiguar.
Ante la mirada interrogante de mi interlocutor, pasé a narrar mi último encuentro con Arthus. No omití ningún detalle. Ninguna palabra. Ninguna sensación.
-Inquietante... –Murmuró Ulric, una vez que hube terminado. Su rostro estaba sumamente pálido.
Se recostó pesadamente sobre el sillón, lanzando un profundo suspiro. Por unos instantes pareció que el peso de todo el mundo caía sobre él. Luego de un breve lapso de meditación, se recompuso y agregó:-
-Si tenemos que hablar sobre eso que usted llama mitos, deberíamos remontarnos a los inicios del tiempo mismo. ¡Pobre y querido Serkis!... pagaste muy cara tu pasión por las cosas olvidadas- Dirigió su vista a mi persona- El recuerdo sobre Ellos yace arraigado en todos nosotros, en nuestros genes. Aunque no los recordemos, Ellos nos recuerdan a nosotros...
-“La verdad está aquí”- Pensé sombríamente, mientras apoyaba mis manos sobre la frente.
El recuerdo de la oscuridad que me acompañaba nubló la soleada mañana, cuya luminosidad entraba en esos momentos por los amplios ventanales de la habitación.
-Tengo algo que mostrarle- Estaba diciendo el profesor en esos momentos- Luego del accidente, recibí un correo vía Overnet que contenía un archivo de texto del diario personal que Serkis llevaba en la expedición. No me pregunte como llegó a mí, burlando la seguridad del consorcio Kronos y del gobierno, porque realmente no lo sé. Lo que leí en ese documento me llenó de un terrible espanto. Lamentablemente el tiempo se encargó de demostrarme que todo lo que había escrito Sarkis no era una fábula o los delirios de un orate- Se rió con ironía- El tiempo... el tiempo ha sido el causante de todo lo que está pasando. Eso y nuestra ambición por conocer el pasado han sido los culpables del destino que nos espera en un futuro cercano.
Pulsó unos botones que se hallaban en el borde del sillón, en el que estaba sentado. Una pantalla plásmica se materializó ante mí, abriendo una serie de ventanas con multitud de carpetas. Una de ellas me llamó la atención, pues estaba escrito el nombre SDAKARIS. Impulsivamente, mi dedo tocó la misma e inmediatamente se desplegó un archivo de texto.
-No encontré ningún archivo de video o audio con el diario, algo que en el fondo agradezco. No tengo suficiente estómago para siquiera imaginar lo que Serkis vio o escuchó en esa biblioteca… y entiendo sobradamente porque no lo fue a buscar. Tómese el tiempo que quiera para leerlo. Si quiere buscar más información, mi amplia biblioteca está a su entera disposición... solo tiene que pedirlo- Ulric se levantó de su asiento y se dirigió hacia una habitación contigua, a fin de dejarme tranquilo con mi lectura. Antes de salir, se dio vuelta y agregó- Mi esposa sirve la cena a las nueve... le aconsejo que seamos puntuales.
Durante casi una hora, leí atónito cada una de las palabras escritas por Dakaris en su diario, comenzando a comprender un poco más el peligro que estaba corriendo la humanidad. Las nefastas noticias que había leído en Overnet a lo largo del año se encargaron de confirmar lo que el lingüista y mis propias experiencias me habían enseñado.
Nuestra llegada al pueblo maldito no había ocurrido por simple accidente ni por un atentado terrorista. Alguien, o algo, muy poderoso nos había puesto allí por algún motivo siniestro que escapaba del todo al conocimiento humano. Recordé vívidamente el terrible mal que había devorado a mi amigo Arthus.
Cerré por fin el archivo, luego de leerlo varias veces hasta que cada palabra se grabó en mi mente, y fui en busca del profesor Ben Zaffir, que me estaba esperando en la habitación contigua. Gracias a su ayuda sería posible descubrir por fin que se estaba gestando. Ulric y yo tendríamos por delante un duro trabajo de investigación.
Pero, para mi suerte o mi desgracia, el mismo daría su fruto deseado.
CONTINUA...
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