Hace tiempo, cuando era apenas un pequeño niño lleno de ilusiones por su futuro, existía en mi familia una tradición navideña que afortunadamente se sigue conservando en la actualidad.
Cuando armábamos el árbol de navidad, el 8 de diciembre, poníamos en la parte más alta del mismo un muñequito de trapo color rojo (bastante rotoso) que representaba a Santa Claus. En un acto que implicaba la más pura de las magias, el mismo iba bajando de a una rama por día en un zigzagueante recorrido que lo llevaba hacia la base del árbol, un esperado evento que se producía exactamente el día de Navidad.
Ese poco menos que milagroso suceso hacía que cada mañana me levantara lo más temprano posible, con el fin de poder ser testigo de todo eso (cosa que nunca sucedía) mientras esperaba ansioso el momento en que llegara hasta abajo del todo.
Eso si, toda recompensa iba de la mano de un acto responsabilidad por mi parte: si me portaba mal o era desobediente el muñequito de “Papanuel” volvía a subir una rama, un terrible contratiempo que transformaba mi vida en un auténtico suplicio.
Y era así como ese casi “infinito” lapso de mi vida iba transcurriendo, entre subidas (que por suerte no eran muchas) y bajadas, hasta el esperado momento en que el querible desecho vestido de trapos rojos llegaba por fin a la base del árbol.
En ese mismo instante tomaba cabal conciencia que, por fin, había llegado el tan esperado 24 de Diciembre. En ese luminoso día mis esperanzas se transformaban en realidades envueltas en papeles de colores y estrambóticos moños, coronados con una tarjetita en donde podía leerse mi nombre.
Esa costumbre se transformó, lamentablemente, en un hermoso y querido recuerdo de mi niñez que poco a poco parece ir diluyéndose con el paso de los años. Los chicos de ahora ya casi no creen en nada, a menos que venga de su celular, e-mail, washap o twit, y todas esas pequeñas cosas que antes nos ponían tan contentos ahora son anécdotas graciosas para ellos… llegando incluso a pensar que cuando chicos éramos bastante tarados.
Llevado por la nostalgia de mi amada niñez, es que decidí dedicar algo de mi tiempo (y el de ustedes que supuestamente lo van a leer) a escribir sobre la leyenda que se ha transformado en todo un icono de la cultura popular.
Santa Claus, Papa Noel, San Nicolas, Badadinni, Pai Natal, Ded Moroz, Nikolaus, Julenissen, Noel Baba, el Viejo Pascuero o como quieran llamarlo... he aquí su verdadera historia.
Santa Claus es un hombre gordo, de largas barbas blancas, rostro bonachón y risa estruendosa, todo vestido de rojo y calzado con grandes botas negras, que vive en su casa en el Polo Norte junto a la señora Claus, unos duendes a los que hacia trabajar en la fabricación de juguetes (llamados Benmdegums) y sus no menos famosos renos (entre los que se destacaba Rodolfo, ese de la nariz roja y brillante -¡hic!-).
Este extraño personaje tenía el poder de transformarse en humo, habilidad que le permitía entrar por las chimeneas y así poder dejar regalos a los niños que se habían portado bien (a los que vigilaba a través de un telescopio mágico). A los chicos malos y desobedientes su ayudante, conocido como Pedro el negro, les dejaba únicamente un trozo de carbón (esta última leyenda actualmente es bastante poco conocida).
Todos nosotros ya conocemos más o menos como era la cosa, pero... ¿Qué hay de cierto en este mito tan conocido por la mayor parte de la gente de casi todo el mundo?
Toda leyenda tiene en su génesis una pizca de realidad y es el tiempo el que se encarga de deformarla y adornarla para las futuras generaciones. Por supuesto, la leyenda de Santa Claus no es la excepción, pues la misma se inspiró en la vida de San Nicolas de Bari, un obispo que vivió en Anatolia (actualmente Turquía) durante el siglo IV.
Este sacerdote cristiano se destacó por su inmensa generosidad para con los pobres y por los supuestos milagros que realizaba, hechos que lo transformaron en uno de los santos más venerados de la edad media.
Hijo de una familia acaudalada, sufrió desde temprana edad la muerte de sus progenitores a causa de la peste que asolaba la región. Desprendiéndose de todos sus bienes materiales, que repartió entre la gente pobre, dedicó su vida a servir a Dios y viajó a Tierra Santa, para más tarde ir a vivir a la ciudad de Myra, de la cual terminaría siendo consagrado obispo.
Según se cuenta, ese nombramiento lo obtuvo de una forma un tanto curiosa. A la muerte del antiguo obispo, se reunió un grupo de importantes sacerdotes con el fin de decidir quien sería elegido su sucesor. Al no ponerse de acuerdo decidieron, de común acuerdo, que el primer clérigo que apareciera en la iglesia sería el elegido...
¿Adivinen quien entró?... ¡¡Siii, nuestro amigo Nico!! (¡Decime cual cual cual es tu nombre!)
Se le han atribuido numerosos milagros y bondades a San Nicolas, tanto en vida como después de su muerte. Es bien sabido que ayudaba a los niños, regalaba presentes entre los pobres y oro a las muchachas casaderas que no tenían la dote necesaria. También era venerado entre los marineros, que con rapidez lo aceptaron como su patrono protector. Incluso se cree que esta gente fue quien se encargó de llevar las creencias en torno de este santo a los países en donde desembarcaban.
Otras historias con respecto a San Nicolás nos cuentan que en realidad nunca murió, sino que Dios lo había llamado a su lado para que lo ayudara en las fiestas navideñas y que su cuerpo había permanecido incorruptible, exudando un aceite milagroso que curaba todas las enfermedades.
Aunque originalmente lo fue de la ciudad de Myra (Anatolia), actualmente se lo conoce con el nombre de San Nicolas de Bari. Ese cambio de localidad se debió a que, cuando los musulmanes invadieron Turquía, las reliquias del Santo fueron trasladadas a Bari, una ciudad portuaria situada en el sur de Italia. Con el transcurso del tiempo se transformaría en el santo patrono de Grecia, Turquía y Rusia.
Hasta acá todo muy lindo, pero ustedes se estarán preguntando ¿Qué relación hay entre este religioso y la leyenda navideña de Santa Claus? Para explicarla deberemos remontarnos a los inicios del cristianismo y un poco más allá.
En la Roma precristiana se realizaban fastuosos festejos en honor a los dioses, varios de ellos durante el mes de Diciembre. Había uno, conocido como Hagia Fota, en donde se veneraba al sol en los días que seguían al solsticio de invierno en el hemisferio norte (21 de diciembre) y que a su vez provenía de una antiquísima celebración de origen celta.
Con el advenimiento del cristianismo surgieron numerosas cuestiones sobre la verdadera fecha de nacimiento de Cristo, pero el Papa Julio I puso punto final a esta debacle al unir ese día tan cuestionado con el de la fiesta pagana mencionada mas arriba en una fecha fija.
Fue así como el día 25 de diciembre se transformó en la fiesta de la Navidad (del griego Nativitas: nacimiento).
La moda de hacer regalos en esa fecha también data de muy antiguo, pues en la península itálica era muy común dar presentes a los niños durante las fiestas Saturnales (en honor al dios Kronos o Saturno). El paso del tiempo, aunado a los conocidos milagros que se le atribuían a San Nicolas, hizo que todo se fundiera en una única leyenda, la cual pervivió más o menos sin cambios hasta nuestros tiempos.
Se supone que la transformación de San Nicolas en el Santa Claus definitivo recién se produjo en 1624, cuando los colonos holandeses arribaron a las costas de Norteamérica. Al fundar la ciudad de Nueva Ámsterdam -nombre con el que se conocía anteriormente a la ciudad de Nueva York- trajeron consigo todas sus tradiciones y creencias, entre las que se contaba la festividad de su santo protector Sinterklaas, que se realizaba entre el 5 y 6 de diciembre.
Ciento ochenta y cinco años más tarde, Washington Irving (1783-1859) escribió una sátira titulada “Historia de Nueva York”, en donde deformaría el nombre del santo holandés por el de Santa Claus. Basándose en el personaje creado por Irving, el poeta Clement C. Moore (1779-1863) escribió el poema “A Visit from St. Nicholas” en 1823, en donde le daría forma más concreta al mito.
En 1863 Santa Claus adquiere la fisonomía que lo caracterizaría en el futuro por venir. Ello se debió a los lápices del dibujante y caricaturista sueco Thomas Nast (1840-1902), el cual lo plasmaría para el magazíne “Harper´s Weekly”.
A mediados del siglo 19 la historia de Santa también fascinaría a los europeos, los cuales rápidamente lo fusionarían con las creencias propias del país al cual arribaba. Fue así como comenzó a universalizarse la fiesta navideña tal cual la conocemos.
Para terminar con esta historia sobre la metamorfosis al Papá Noel moderno, vale la pena contar que en 1931 la empresa Coca-Cola encargó al artista Haddon Sundblom (1899-1976) la redefinición del personaje, con el fin de incluirlo en sus campañas publicitarias. Ese, por supuesto es el personaje que todos conocemos en la actualidad.
Noche de paz...
Noche de amor...
Noche de borrachera e indigestiones...
Noche de “Otro año el abuelo con nosotros”...
Noche de “Se nos descompuso el abuelo”...
Noche de cohetes y manos chamuscadas...
Noche de alegrías o de llantos...
Noche de reflexión o de recuerdos...
Noche pagana o cristiana.
Noche comercial o familiar.
Poco importa todo eso, pues el festejo de la navidad ya forma parte indisoluble de la existencia humana, sobrepasando cualquier ideología o creencia que cada uno de nosotros pueda albergar dentro de si.
... y, extrañamente, me alegro mucho que la cosa sea de esa manera.
Pues todavía disfruto observando algunos inocentes y sorprendidos niños embarcados en la búsqueda de enorme paquetes envueltos en papeles de colores y moños estrambóticos, coronados con un rectángulo de papel en donde puede leerse su nombre
... y aún me parece escuchar una estruendosa risa, rebotando en cada rincón de la casa, llenando de auténtica felicidad los infantiles corazones de aquellos que todavía queremos creer que la Navidad, y por ende "Papa Nuel", sigue existiendo.
Cuando armábamos el árbol de navidad, el 8 de diciembre, poníamos en la parte más alta del mismo un muñequito de trapo color rojo (bastante rotoso) que representaba a Santa Claus. En un acto que implicaba la más pura de las magias, el mismo iba bajando de a una rama por día en un zigzagueante recorrido que lo llevaba hacia la base del árbol, un esperado evento que se producía exactamente el día de Navidad.
Ese poco menos que milagroso suceso hacía que cada mañana me levantara lo más temprano posible, con el fin de poder ser testigo de todo eso (cosa que nunca sucedía) mientras esperaba ansioso el momento en que llegara hasta abajo del todo.
Eso si, toda recompensa iba de la mano de un acto responsabilidad por mi parte: si me portaba mal o era desobediente el muñequito de “Papanuel” volvía a subir una rama, un terrible contratiempo que transformaba mi vida en un auténtico suplicio.
Y era así como ese casi “infinito” lapso de mi vida iba transcurriendo, entre subidas (que por suerte no eran muchas) y bajadas, hasta el esperado momento en que el querible desecho vestido de trapos rojos llegaba por fin a la base del árbol.
En ese mismo instante tomaba cabal conciencia que, por fin, había llegado el tan esperado 24 de Diciembre. En ese luminoso día mis esperanzas se transformaban en realidades envueltas en papeles de colores y estrambóticos moños, coronados con una tarjetita en donde podía leerse mi nombre.
Esa costumbre se transformó, lamentablemente, en un hermoso y querido recuerdo de mi niñez que poco a poco parece ir diluyéndose con el paso de los años. Los chicos de ahora ya casi no creen en nada, a menos que venga de su celular, e-mail, washap o twit, y todas esas pequeñas cosas que antes nos ponían tan contentos ahora son anécdotas graciosas para ellos… llegando incluso a pensar que cuando chicos éramos bastante tarados.
Llevado por la nostalgia de mi amada niñez, es que decidí dedicar algo de mi tiempo (y el de ustedes que supuestamente lo van a leer) a escribir sobre la leyenda que se ha transformado en todo un icono de la cultura popular.
Santa Claus, Papa Noel, San Nicolas, Badadinni, Pai Natal, Ded Moroz, Nikolaus, Julenissen, Noel Baba, el Viejo Pascuero o como quieran llamarlo... he aquí su verdadera historia.
-Santa Claus y Pedro el negro- |
Este extraño personaje tenía el poder de transformarse en humo, habilidad que le permitía entrar por las chimeneas y así poder dejar regalos a los niños que se habían portado bien (a los que vigilaba a través de un telescopio mágico). A los chicos malos y desobedientes su ayudante, conocido como Pedro el negro, les dejaba únicamente un trozo de carbón (esta última leyenda actualmente es bastante poco conocida).
Todos nosotros ya conocemos más o menos como era la cosa, pero... ¿Qué hay de cierto en este mito tan conocido por la mayor parte de la gente de casi todo el mundo?
-San Nicolas de Bari- |
Toda leyenda tiene en su génesis una pizca de realidad y es el tiempo el que se encarga de deformarla y adornarla para las futuras generaciones. Por supuesto, la leyenda de Santa Claus no es la excepción, pues la misma se inspiró en la vida de San Nicolas de Bari, un obispo que vivió en Anatolia (actualmente Turquía) durante el siglo IV.
Este sacerdote cristiano se destacó por su inmensa generosidad para con los pobres y por los supuestos milagros que realizaba, hechos que lo transformaron en uno de los santos más venerados de la edad media.
Hijo de una familia acaudalada, sufrió desde temprana edad la muerte de sus progenitores a causa de la peste que asolaba la región. Desprendiéndose de todos sus bienes materiales, que repartió entre la gente pobre, dedicó su vida a servir a Dios y viajó a Tierra Santa, para más tarde ir a vivir a la ciudad de Myra, de la cual terminaría siendo consagrado obispo.
Según se cuenta, ese nombramiento lo obtuvo de una forma un tanto curiosa. A la muerte del antiguo obispo, se reunió un grupo de importantes sacerdotes con el fin de decidir quien sería elegido su sucesor. Al no ponerse de acuerdo decidieron, de común acuerdo, que el primer clérigo que apareciera en la iglesia sería el elegido...
¿Adivinen quien entró?... ¡¡Siii, nuestro amigo Nico!! (¡Decime cual cual cual es tu nombre!)
Se le han atribuido numerosos milagros y bondades a San Nicolas, tanto en vida como después de su muerte. Es bien sabido que ayudaba a los niños, regalaba presentes entre los pobres y oro a las muchachas casaderas que no tenían la dote necesaria. También era venerado entre los marineros, que con rapidez lo aceptaron como su patrono protector. Incluso se cree que esta gente fue quien se encargó de llevar las creencias en torno de este santo a los países en donde desembarcaban.
-San Nicolas de Bari salva a tres inocentes (Illiá Repin-1889)- |
Otras historias con respecto a San Nicolás nos cuentan que en realidad nunca murió, sino que Dios lo había llamado a su lado para que lo ayudara en las fiestas navideñas y que su cuerpo había permanecido incorruptible, exudando un aceite milagroso que curaba todas las enfermedades.
Aunque originalmente lo fue de la ciudad de Myra (Anatolia), actualmente se lo conoce con el nombre de San Nicolas de Bari. Ese cambio de localidad se debió a que, cuando los musulmanes invadieron Turquía, las reliquias del Santo fueron trasladadas a Bari, una ciudad portuaria situada en el sur de Italia. Con el transcurso del tiempo se transformaría en el santo patrono de Grecia, Turquía y Rusia.
Hasta acá todo muy lindo, pero ustedes se estarán preguntando ¿Qué relación hay entre este religioso y la leyenda navideña de Santa Claus? Para explicarla deberemos remontarnos a los inicios del cristianismo y un poco más allá.
En la Roma precristiana se realizaban fastuosos festejos en honor a los dioses, varios de ellos durante el mes de Diciembre. Había uno, conocido como Hagia Fota, en donde se veneraba al sol en los días que seguían al solsticio de invierno en el hemisferio norte (21 de diciembre) y que a su vez provenía de una antiquísima celebración de origen celta.
-Saturnales- |
Con el advenimiento del cristianismo surgieron numerosas cuestiones sobre la verdadera fecha de nacimiento de Cristo, pero el Papa Julio I puso punto final a esta debacle al unir ese día tan cuestionado con el de la fiesta pagana mencionada mas arriba en una fecha fija.
Fue así como el día 25 de diciembre se transformó en la fiesta de la Navidad (del griego Nativitas: nacimiento).
La moda de hacer regalos en esa fecha también data de muy antiguo, pues en la península itálica era muy común dar presentes a los niños durante las fiestas Saturnales (en honor al dios Kronos o Saturno). El paso del tiempo, aunado a los conocidos milagros que se le atribuían a San Nicolas, hizo que todo se fundiera en una única leyenda, la cual pervivió más o menos sin cambios hasta nuestros tiempos.
Se supone que la transformación de San Nicolas en el Santa Claus definitivo recién se produjo en 1624, cuando los colonos holandeses arribaron a las costas de Norteamérica. Al fundar la ciudad de Nueva Ámsterdam -nombre con el que se conocía anteriormente a la ciudad de Nueva York- trajeron consigo todas sus tradiciones y creencias, entre las que se contaba la festividad de su santo protector Sinterklaas, que se realizaba entre el 5 y 6 de diciembre.
-Santa Claus por Thomas Nast- |
Ciento ochenta y cinco años más tarde, Washington Irving (1783-1859) escribió una sátira titulada “Historia de Nueva York”, en donde deformaría el nombre del santo holandés por el de Santa Claus. Basándose en el personaje creado por Irving, el poeta Clement C. Moore (1779-1863) escribió el poema “A Visit from St. Nicholas” en 1823, en donde le daría forma más concreta al mito.
En 1863 Santa Claus adquiere la fisonomía que lo caracterizaría en el futuro por venir. Ello se debió a los lápices del dibujante y caricaturista sueco Thomas Nast (1840-1902), el cual lo plasmaría para el magazíne “Harper´s Weekly”.
A mediados del siglo 19 la historia de Santa también fascinaría a los europeos, los cuales rápidamente lo fusionarían con las creencias propias del país al cual arribaba. Fue así como comenzó a universalizarse la fiesta navideña tal cual la conocemos.
Para terminar con esta historia sobre la metamorfosis al Papá Noel moderno, vale la pena contar que en 1931 la empresa Coca-Cola encargó al artista Haddon Sundblom (1899-1976) la redefinición del personaje, con el fin de incluirlo en sus campañas publicitarias. Ese, por supuesto es el personaje que todos conocemos en la actualidad.
Noche de paz...
Noche de amor...
Noche de borrachera e indigestiones...
Noche de “Otro año el abuelo con nosotros”...
Noche de “Se nos descompuso el abuelo”...
Noche de cohetes y manos chamuscadas...
-¡Santa Claus cocacolero!- |
Noche de alegrías o de llantos...
Noche de reflexión o de recuerdos...
Noche pagana o cristiana.
Noche comercial o familiar.
Poco importa todo eso, pues el festejo de la navidad ya forma parte indisoluble de la existencia humana, sobrepasando cualquier ideología o creencia que cada uno de nosotros pueda albergar dentro de si.
... y, extrañamente, me alegro mucho que la cosa sea de esa manera.
Pues todavía disfruto observando algunos inocentes y sorprendidos niños embarcados en la búsqueda de enorme paquetes envueltos en papeles de colores y moños estrambóticos, coronados con un rectángulo de papel en donde puede leerse su nombre
... y aún me parece escuchar una estruendosa risa, rebotando en cada rincón de la casa, llenando de auténtica felicidad los infantiles corazones de aquellos que todavía queremos creer que la Navidad, y por ende "Papa Nuel", sigue existiendo.
¡¡Feliz Navidad y un mejor Año Nuevo para ustedes, mis queridos amigos blogeros!!
¡Feliz Navidad desde España!
ResponderEliminar