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sábado, 3 de enero de 2015

LA INIQUIDAD DE LAS SOMBRAS (9) por Daniel Barragán

CAPITULO VII
CAMINOS DIVIDIDOS

Unos enormes gatos, expuestas sus corruptas carnes al frío nocturnal, miraron desde sus escondites nuestra cautelosa marcha.

El brillo de la luna había menguado a medida que la niebla había ido creciendo, transformando el lugar que nos rodeaba en un panorama mucho más lóbrego del que había sido hasta ese momento. Tan solo la raquítica iluminación de las farolas apenas si permitía ver en donde poníamos nuestros pies.

-¡¡Mierda!!- Exclamó de súbito la capitana. El tono de su voz daba claras evidencias de una furia incontenible. Una furia incontenible... y algo más, miedo quizá- ¡Esto es de nunca acabar!

El camino empedrado por el que habíamos venido volvía a bifurcarse en dos nuevas calles, las cuales se perdían en la oscuridad. La capitana Molina echó una nueva ojeada a los datos emitidos por el detector.

-¡Me cago en estos aparatos de alta tecnología! ¡Esta porquería puede detectar la fuente de emisión, pero no cual de los dos caminos es el que debemos tomar!

-Quizá ambos conduzcan al mismo sitio- Aventuré a decir.

-Puede ser... pero no podemos permitirnos el lujo de equivocarnos. Hasta el momento nadie nos vio, pero esa suerte no puede durar mucho.

-Capitana, creo que lo mejor sería separarnos en dos grupos y que cada uno tome un camino diferente- Dijo Andersen, mientras miraba alternativamente ambas rutas, como si ese simple acto pudiera superar el funcionamiento de nuestros detectores- Si desembocan en el mismo sitio, mejor...

La capitana Molina permaneció sumida en un largo silencio durante unos instantes, sopesando los pro y contras de nuestro dilema. volvió a dirigir una mirada de desaliento hacia su muñequera y dijo:-

-Creo que tiene usted razón doctor... lo más importante es continuar con esta misión.

La sola idea de dividir al ya escueto grupo expedicionario me atemorizó profundamente, pues consideraba que no era precisamente la mejor de las ideas si queríamos cumplir con éxito un trabajo tan difícil, como era el poder atrapar a un hatajo de fanáticos peligrosos.

Antes de que pudiera emitir alguna objeción, Arthus fue quien se encargó de hacerlo por mí:-

-No creo que sea la medida más inteligente.

-¿Me puede decir porque?- Preguntó la capitana, denotando su gran fastidio al ser desafiada su autoridad.

-No sabría explicarle el porque, pero tengo la sensación de que esta ciudad es mucho más peligrosa de lo que aparenta- Miró hacia todos lados y en su rostro se pintó una profunda alarma- Estoy seguro que estamos siendo acechados por un observador invisible. Es una sensación que me resulta imposible llegar a explicarla con cierta coherencia. 

Se produjo un nuevo y terrible silencio. A nuestro alrededor la niebla y la oscuridad parecieron hacerse aun más opresivas.

-¡Me extraña su comentario doctor Cedis!- Dijo Andersen, haciendo un gran esfuerzo por abstraerse de la extraña situación en la estábamos envueltos- ¡Usted es un renombrado ingeniero electrónico y especialista en nanotecnología del siglo 21 y no un cavernícola aterrorizado por un rayo en una noche de tormenta!- Señaló con desdén hacia los animales deformes que se acurrucaban a nuestro alrededor, vigilando cada uno de nuestros movimientos y nuestras palabras- Sacando esos gatos mugrientos y enfermos, no hemos visto nada que pueda llegar a amenazar nuestras existencias.

-¿Y esos ruidos y los aparentes cánticos que hemos estado oyendo?- La pregunta de Arthus hizo que reviviera el recuerdo de esos sonidos tan inquietantes, los cuales venían acompañándonos desde que saliéramos de la biblioteca- Por mi parte no creo que sean producto de nuestra imaginación... o de oscuras supersticiones.

-Todo debe tener alguna explicación racional- Andersen no era el tipo de persona que se dejaba intimidar con facilidad- Los sonidos tienden a ser más inquietantes en el silencio de la noche...

-No tenemos otro remedio que hacer lo que sugirió el doctor Andersen, si queremos tener éxito- Cortó de forma tajante la capitana, volviendo a retomar la pose autoritaria que la caracterizaba.

Por unos instantes sopesó la situación táctica, mientras consultaba su cronómetro personal. Finalmente dirigió su mirada a mi persona y dijo:-

-Dewan, usted y el doctor Cedis tomen el camino de la izquierda. El doctor Andersen y yo tomaremos el otro. El tiempo máximo de exploración es de treinta minutos, hora relativa de la nave. No sabemos cuando puede amanecer en este lugar y no quiero estar aquí cuando el sol se levante. Si no encuentran nada que valga la pena, se vuelven a este punto de reunión en el tiempo estipulado y dejamos que las autoridades se encarguen de realizar las investigaciones- Sonrió nuevamente, dejándonos disfrutar de la belleza que se escondía debajo de su fría eficiencia militar- No se preocupen amigos míos, que el asunto no es tan terrible como puede parecer. Muy pronto vamos a estar en casa, contando esta aventura como una divertida anécdota de viaje. Ahora ¡En marcha!

Mientras Molina y Andersen se alejaban, Arthus y yo nos quedamos parados y abatidos frente al desconocido destino que nos aguardaba más allá de lo que podíamos llegar a ver con nuestros pobres sentidos. 

En respuesta a nuestro estado de ánimo, lo que había parecido ser los velados cánticos de un invisible coro aumentaron en intensidad. En el cielo, pesadas nubes de color rojizo taparon la mortal luminiscencia de la luna, preanunciando la inminente llegada de una tormenta.

lanzando un sonoro suspiro, toqué el hombro de mi amigo para indicarle que nos pusiéramos en marcha. La calle por la que teníamos que avanzar era un poco más estrecha y las inmensas casas coloniales parecían cernirse aun más sobre nosotros, semejando a una extraña bóveda de ladrillos y mampostería.

No había ningún ser viviente a la vista. Solo continuaban con nosotros los omnipresentes felinos. Criaturas atroces que seguían cada uno de nuestros pasos con expectante actitud.

Nunca en mi vida me había sentido tan desvalido como en este sitio. 

Experimentado en más de treinta misiones, tuve la oportunidad de enfrentarme a situaciones sumamente peligrosas, como cuando me habían atacado una banda de Velociraptores de la Mongolia cretácica o cuando un mastodonte desbocado casi había tirado por un precipicio a la Edgard Allan Poe, la crono-esfera al mando del capitán Raven, de las cuales había salido indenme.

Pero en esta oportunidad el peligro era muy diferente. Esta vez, el mismo casi intangible y por ello más terrible que cualquier animal prehistórico furioso. Tal como Arthus había expresado, yo tampoco estaba muy seguro que el problema fuera de índole terrorista.

-Creo que sería mejor colocar las armas en modo mortal- Dijo de súbito Arthus, como si hubiera adivinado mi línea de pensamiento.

-Pero la capitana...

-¡La capitana no está aquí para darnos órdenes! ¡Además, ella todavía no entiende lo que está pasando! ¡Su osadía solo nos va a llevar al fracaso de la misión!

-¿Qué es lo que sabés y te tiene tan cagado en las patas?- Pregunté, intrigado por la extraña actitud de mi amigo- ¡Creo que es tiempo en que dejés de ser tan misterioso y me digas que mierda es lo que puede estar sucediendo!

Me miró durante unos instantes, sin decidirse a hablar sobre los motivos de su inexplicable temor, pero el gesto de firmeza presente en mi rostro logró darle el valor necesario para hacerlo:-

-Dewan... querido amigo, nos conocemos desde hace muchos años. Durante todo ese largo tiempo compartimos buenos y malos momentos, pero quizá no me conozcas tanto como creés. Hubo una época en que no era el frío ingeniero electrónico que soy ahora. Era irremediablemente joven y deseoso de experimentar cada cosa que la vida me ofrecía. Por esos tiempos estuve juntando con una chica que era afecta a las drogas, el ocultismo y a los libros prohibidos... gracias a ella pude probar las lujuriosas pesadillas otorgadas por los vapores de la Deificaina… pude escuchar las oscuras palabras secretas jamás pronunciadas por el entendimiento humano…pude leer las corruptas y amarillentas páginas de libros que contenían los conocimientos más espantosos que alguna vez hayamos podido imaginar. ¡Si hubieras podido leerlos habrías sentido el mismo terror que experimenté en esos momentos!- Su voz tembló- En ellos encontré referencias sobre un antiguo culto pagano, originado en los oscuros inicios del cristianismo, y su malsana adoración por los acechantes dioses que moraban en ciertas dimensiones ajenas a nuestra realidad. Fue gracias a esos textos que supe sobre los siete nombres prohibidos, que más valdría no haberlos conocidos jamás. También descubrí que Ellos, Los que Acechan, aun están vivos... esperando, siempre esperando. 

“Afortunadamente, mi relación con esa mujer fue muy corta, pero nunca pude olvidar su alma oscura y las sombras que parecían rodearla. Ella me dio un atisbo de quienes eran Los que Acechan y aun ahora, a pesar de los años transcurridos, recuerdo cada una de sus palabras como si estuvieran marcadas a fuego- Se tocó la frente- Acá en mi cabeza.

Con mano fuerte, Arthus tomó uno de mis brazos... como si quisiera comprobar la realidad de mi presencia. Sin saber que hacer, continué sumido en el silencio y tratando de comprender lo contado por mi amigo.

-Sarkis no es ningún soñador por las cosas viejas- Continuó diciendo, luego de soltarme- Él seguramente leyó los mismos libros que yo y sus conocimientos no están puestos en las frías medidas científicas o a la matemática relativista. Probablemente él ha ido más allá de la mente consciente. Esa es su virtud y también su maldición... pues no se puede saber de Ellos sin que Ellos reparen en nosotros.

Arthus movió la cabeza desesperado, como queriendo sacarse de la mente esos malos recuerdos que habían habitado en él durante gran parte de su vida. Sacó su arma de la bandolera y exclamó:-

-¡Haceme caso Dewan! ¡La cosa no está para pavadas! ¡Si debemos seguir investigando, tenemos  que estar preparados para todo!

Ateniéndome al consejo de mi amigo, ajusté la pistola multifunción al de balas de carga explosiva con cabeza de teflón expansivo, capaces de perforar hasta un blindaje bastante grueso.

-¡Escuchá Dewan!- Dijo Dewan, con una expresión enajenada- ¡Escuchá!...

Presté oídos a la noche y el inconfundible sonido de voces humanas, entonando un murmurante cántico, llegó a mis oídos con una claridad libre de toda duda.

-Probablemente la gente de este pueblo esté reunida en algún sitio que se halla más adelante, realizando algún tipo de celebración... de ahí que todo parezca tan desierto- Contesté mirando el detector- Exactamente en el lugar a donde tenemos que ir.

-Ellos, quienes sean, nos están acechando en algún sitio de esta ciudad de pesadilla- Fue la única respuesta de mi amigo.


CONTINUA...

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