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sábado, 31 de enero de 2015

LA INIQUIDAD DE LAS SOMBRAS (11)

CAPITULO VIII

LOS CAMINANTES NOCTURNOS

La gente apareció como de la nada.


En un momento estábamos envueltos en la más absoluta de las soledades y al otro, oscuras formas bamboleantes nos estaban rodeando por todos lados. Un frío terror ascendió por mi espina dorsal hasta el cráneo, el cual pareció latir de manera harto dolorosa.

Sorprendidos ante esas presencias, lo primero que atiné a hacer fue sacar mi arma de su bandolera. A mi lado, Arthus realizó el mismo gesto defensivo. A pesar del miedo que anegaba nuestros sentidos, nos encontrábamos más que dispuestos a vender cara nuestra inevitable derrota.

Pronto me di cuenta que eso no iba a ser necesario.

Caminando con pasos vacilantes, como si aún estuvieran inmersos en las tinieblas de un profundo sueño, hombres, mujeres y niños avanzaban como espectros por el brillante empedrado. Sus rostros no reflejaban ningún gesto de temor o sorpresa ante nuestra presencia.

-¿Qué les pasa?- Pregunté con voz trémula- Es como si estuvieran todos hipnotizados…


-Como zombis... –Murmuró Arthus, sin volver a guardar el arma- ¡Parecen unos malditos zombis!

Armándome de valor me acerqué a una mujer de mediana edad, vestida con un largo camisón de intrincados brocados, que en esos momentos pasaba cerca de nosotros. A pesar de encontrarme a su lado, sus ojos vidriosos y carentes de voluntad ni siquiera dirigieron una mirada de comprensión ante mi presencia.

-Se hallan sumidos en un estado de profundo sonambulismo- Le informé a mi amigo, que en esos se estaba acercando- Esto puede llegar a entenderse en una o dos personas, pero... ¿En semejante cantidad de gente?

-¿Adónde hemos venido a parar Dewan? ¿Hasta cuándo va a continuar toda esta locura?- La voz de Arthus rayaba la histeria.

Ante ese apremiante interrogante no supe que contestar. Mi mirada volvió a posarse sobre los sonámbulos, los cuales continuaban con su monótono caminar. Me di cuenta que, si la cosa seguía así, mi amigo terminaría enloqueciendo y me sería muy difícil poder contenerlo yo solo.

-Se están dirigiendo hacia el mismo lugar de donde provienen las señales- Dije finalmente, cuando hube mirado el detector de mi muñeca- Creo que es mejor que llamemos a la capitana... hay que informarla sobre este hallazgo y ponerla en alerta sobre los durmientes.
Cuando pulse la pantalla, lo único que recibí por el comunicador fue una tremenda carga estática.

Sin saber muy bien que hacer a continuación, pues de forma inconsciente había tomado el mando de nuestro grupo de dos, volví a mirar al ya apretado ejército de sonámbulos que deambulaban por la calle.

-Tenemos que continuar. Debemos seguir a esta gente hacia donde vaya...

-Hacia donde están Los que acechan... –Fue la única respuesta de un desesperado Arthus- Los que acechan...


(Los que acechan)

Miré hacia las sombras bamboleantes y un oscuro terror comenzó a anidar en mi interior.

Por unos instantes la luna plateada se dejó ver entre las oscuras y pesadas nubes. Esa tenue luminosidad tuvo la virtud de transformar a los caminantes dormidos en corruptos espectros. Sus fantasmales ojos parecieron brillar demencialmente. Sus ropas parecían raídas y muy antiguas como si, en lugar de sus camas, hubieran abandonado alguna tumba olvidada, para caminar y caminar hacia algún remoto y terrible destino.

Mi alma se estremeció ante la perspectiva que nos deparaba si continuábamos con nuestra exploración. Pero sabía que nada ganaría quedándome allí parado alimentando mis miedos. Debía descubrir el misterio que se escondía detrás de todo lo que nos rodeaba.

Sin guardar el arma en mi funda, comencé a andar en pos de los caminantes dormidos.

CONTINUA...

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